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lunes, 20 de noviembre de 2017

La casa en la sombra

'La casa en la sombra' (On dangerous ground, 1952), de Nicholas Ray, quien colaboró con AI Bezzerides, autor del guión, en la adaptación de la novela 'Mad with too much heart', de Gerard Butler, fue una obra que sorprendió por su visceralidad y su arrebatador lirismo. Una obra que se palpa salida de las entrañas por esa emoción febril, por esa urgencia, que atrapa desde los títulos de crédito cuando se escuchan los acordes de la memorable banda sonora de Bernard Herrman. Y sorprendió por su estructura, una obra que parece dividida en dos películas por el contraste de sus espacios, el urbano del primer tramo, la nevada naturaleza del segundo. Escindida, al fin y al cabo, como su protagonista, Jim Wilson (un portentoso Robert Ryan), un policía, un hombre crispado, al límite de su resistencia, que se ve superado por la 'basura humana' que ve, o siente, a su alrededor en la ciudad, que le está ofuscando de tal manera, por sentir que no hay contrastes en la realidad, sino que prima la turbiedad y la mezquindad, que se está apoderando de él, enajenándole, convirtiéndole en un hombre violento, porque ya sólo ve, o siente, la violencia cómo la manera de resolver los casos y enfrentarse a los criminales, a una realidad que le golpea en las entrañas y contra la que siente que sólo la agresividad puede contrarrestarla, como si así pudiera borrarla.
Ya la estupenda presentación le define. Vemos primero a sus dos compañeros en su entorno familiar, despidiéndose uno de su esposa, que expresa cuánto añorará su falta, y el otro de esposa e hijos, mientras que Jim cena observando fotografías de sospechosos. Su vida es su trabajo. No tiene espita alguna, se define por la 'falta', y la desesperación puede con él (ya se siente como si le provocaran, como le dice a un testigo antes de apalizarle, mientras la cámara se centra en su rostro crispado; no hace falta mostrar cómo le golpea). La misma cámara, y el montaje, en estas primeras secuencias de patrulla nocturna por las calles, están definidos por la convulsión. A veces, la cámara parece sacudirse al ritmo de las propias vísceras de Jim, un recurso expresivo, la cámara en mano, que no era nada habitual por entonces. Jim no sabe habitar la vida, se siente fuera de esa realidad en la que no se siente integrado ni reconocido, y su indignación moral se convierte en frustración y rabia, en desprecio. Como le dice uno de los dos compañeros con los que patrulla, la cuestión no está en quejarse porque no pueda sobrellevar esa 'basura' de realidad, sino en saber dar y entregarse. No es que le falte recibir, tener el cariño de alguien cercano, el reconocimiento de los otros ( su expresión airada, crispada, volviéndose, cuando una chica ironiza sobre quién va a querer como novio a un policía; Jim se lo toma todo a pecho), sino que debe aprender a dar, a afrontar su trabajo como un servicio por desolador que sea. Sus reiteradas reacciones violentas con testigos, sospechosos o detenidos, aunque den sus frutos, o resultados policiales, llevan al capitán Brawley (Ed Begley), su superior, por su cada vez más reiterada tendencia a la brutalidad policial, a recomendarle que se tome un pausa.
Por ello, Brawley le encarga el caso del asesinato de una adolescente en un pueblo distante, al norte (como si posibilitara así que él lograra distanciarse de sí mismo, de sus turbulencias), un espacio dominado por la nieve, un espacio helado ( como parece que él está haciendo con sus emociones, helando su vulnerabilidad con la furia). Todo se sucede sin pausa; nada más llegar ya está implicado en la persecución del sospechoso, al que acosan en manada. Se podría decir que se encuentra con su reflejo,el padre de la víctima, Walter (Ward Bond), que sólo espera capturarle para descerrajarle un disparo en el pecho. Por tanto, de entrada, para variar, Jim debe convertirse en la posición razonable, mediadora, que cauterice la furia paternal. Pero, por otro lado, también podría considerarse como su reflejo, el de su condición de adolescente emocional que no sabe habitar el mundo, a Danny (Summer Williams), el asesino, aquel que sólo pretendía buscar una sonrisa como respuesta en la chica que mató ( ¿no busca Jim esa sonrisa en el mundo, y como no la encuentra se deja llevar por la reacción violenta?). No deja de ser elocuente que en la primera ocasión que vemos a Danny, escondido en el granero adyacente a la casa donde vive con su hermana, Mary (Ida Lupino), no veamos aún su rostro cuando habla con ésta; está en sombras, o le vemos agachado ante su hermana, como quien se inclina buscando calidez de modo reverencial, aunque no deje de sostener su cuchillo, siempre en guardia, tenso (como Jim). En cambio, cuando Jim y Danny se encuentran en un refugio cerca de la casa, cuya decoración está repleta de detalles infantiles, ya logramos ver, perfilar, el rostro de Danny. La muerte de éste, perseguido por Jim y Walter, no podría ser en otro escenario que unas rocas escarpadas ( el sentimiento escarpado en cuyo filo pende Jim).
Para abundar en los reflejos emocionales, hay que destacar el hecho de que Mary sea ciega, otro reflejo, pero contrapuesto de Jim (preso de la ceguera de su furia indignada). Su espacio, el interior de la casa, está definido por lo natural ( tiene una figura que asemeja a un árbol; del techo pende un muérdago, como si pendiera en todo momento esa atracción que nacerá entre ella y Jim,; cuando él se ha marchado, ella roza el muérdago mientras dice 'gracias'). En esa resignación, además, de Mary a no esforzarse en buscar la solución médica a su ceguera, que es posible, también se verá reflejado Jim, lo que le determina, cuando marcha de nuevo a la ciudad, a regresar, porque como le ha dicho ella, 'Los solitarios tienden a intentar descifrar la soledad'. Y gracias a ella, y a lo vivido en ese pueblo nevado, Jim ha logrado descifrar la suya, y como indica ese bello plano de las manos de ambos uniéndose cuando ella baja a recibirle, sabe que dar amor a esa mujer, con la que ha sentido una conexión real, es el modo de abandonar el sendero escarpado en el que discurría su vida y encontrar por fin su hogar, su naturaleza. La magnífica banda sonora de Bernard Herrmann

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