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miércoles, 8 de noviembre de 2017

A ghost story

Fantasmas de la permanencia. Toda vida desaparece. Si hay una certeza, es esa. Si hay una constante, es lo efímero de la vida. Si hay algo que se repite, es la desaparición. Varían las figuras, ninguna sigue, sólo la vida. Nada permanece. Todo termina. Nosotros somos fantasmas de paso. Con una sábana se cubren los cadáveres en la morgue. Ya no hay cuerpo, ya no existe. Es una pantalla en blanco, una sábana, en la que ya no corre la película. Quizá alguien nos recuerde, durante el tiempo que dure su película, su vida. Quizá quede, según la obra realizada, una composición musical, una novela, un edificio, el recuerdo de que alguna vez existimos. 'Cada vez que me despierto, oigo una puerta que se cierra', es la frase de Virginia Wolf con la que se inicia la excelsa 'A ghost story' (2017), tercera obra de David Lowery. La vida siempre se marcha, como en un hogar pueden pasar varios habitantes, como una relación tendrá un término, por separación, o muerte de uno de los componentes de la pareja. La música concluye, en un momento u otro.
La música, la hermosa banda sonora de Daniel Hart, conduce, como una corriente, la narración de este poema musical que nos confronta con nuestra condición finita. Es una narración que es más bien una partitura, como también lo es la de la reciente 'Blade runner 2049', de Denis Villeneuve, pero en el caso de la obra de Lowery personajes y trama se difuminan en una atmósfera, en lo fantasmal de la pérdida y la ausencia, cuando las historias se disgregan, y se evidencia la falta, el cuerpo que no está, nuestra inevitable desaparición. En un momento, puede que ya no estés. Somos duración. Y la narración es partitura de duraciones. El tiempo es según cómo vivimos el instante. En un largo plano que fluye como si lo pletórico se desplegara y se hiciera residencia, cuando en la duración nos realizamos como presencia, se condensa la complicidad y armonía del amor que comparten C (Casey Affleck) y M (Rooney Mara), tumbados en la cama, abrazados, acariciándose y besándose. Por contra, en otro plano de larga duración, aunque este como si quedara atascado el brazo sobre un surco del disco, muestra la desesperación de M comiendo, sentada en el suelo, mientras es contemplada por el fantasma del hombre que amaba y que ya está irremisiblemente ausente porque ha muerto en un accidente de coche. El tiempo raspa, y se siente como una nausea que corroe el vientre.
Lowery ha mencionado que una obra muy presente durante la preparación fue 'Uncle Boonmee cuenta sus vidas pasadas' (2010), de Apichatpong Weerasethakul. En ambas obras nos sumergimos y fluimos en su duración, en el trance que deshilacha la trama y deja la experiencia arquetípica al desnudo, el de la experiencia intuitiva que siente lo Otro, el mundo interior conjugado con el exterior, con sus límites difuminados. 'A ghost story' es una inmersión que transgrede coordenadas temporales y un poema musical sobre el tiempo, sobre la duración. Por tanto, se define, y evidencia, a través de la duración de los planos y las elipsis temporales, incluso en un mismo plano (M saliendo por tres veces de casa, hasta que la última es la definitiva; la nieve que se torna luz resplandeciente). Un contraplano puede corresponde a un tiempo futuro. Un movimiento de cámara nos desplaza a otro tiempo. El tiempo varía, el tiempo se repite. La construcción en bucle confronta con la repetición de la pérdida, sea quien sea, como inevitable pasaje de cada vida. Es otro ángulo pero es el mismo. Todos y cada uno, en un momento dado, desaparecemos. El futuro, como ese elevado reascacielos que se construye sobre el solar donde la pareja, y otros inquilinos, vivieron, no difiere del principio, cuando unos colonos en el siglo XIX intentaron erigir la primera construcción antes de ser muertos por los indios. El tiempo pasa pero no difiere la historia. Toda historia concluye. Permanece el sueño de la permanencia.
En las primeras secuencias de la primera obra de David Lowery, 'En un lugar sin ley' (2013), que compartía protagonistas con esta, quedaba condensado el vínculo, el abrazo que une las entrañas de Ruth (Rooney Mara) y Bob (Casey Affleck). Y el miedo, las dudas, sobre los frágiles cimientos sobre los que se sostiene ese amor, sobre un futuro que parece ya papel quemado o ruido de grilletes. Qué se puede gestar si la realidad alrededor parece derrumbarse. Sueñan con la armonía pero se desintegra cuando se convierte en balas y prisión. Su añoranza, las cartas que Bob escribe durante su encarcelamiento, desafían al paso del tiempo. Pero la nostalgia, el anhelo, abrasa. Cuando la vida tiene una sola dirección, y son los ojos y el abrazo de quien amas, no hay muros que impidan el desafío a la realidad. Aunque no siempre es posible el regreso al hogar. La luz alumbra, con una potencia evocadora desacostumbrada, en las imágenes de 'En un lugar sin ley', como el aliento que se anhela recuperar, como vibra una sensación de intemperie. En 'A ghost story' esa intemperie se desnuda, al hacerse abstracción, sueño tenebroso, como una espera perpetua. La prisión, en este caso, es la definitiva, la muerte, aquella de la que no es posible retornar. En los últimos pasajes también se ofrece otro ángulo, u otros aspectos de la relación, las dudas, las colisiones, los frágiles, vulnerables, cimientos sobre los que se sostenía su amor, las diferentes perspectivas que podían determinar que el amor se resquebrajase si uno de los dos no realizaba la necesaria concesión. La luz es triste, como si estuviera en cualquier momento a punto de apagarse. En la primera secuencia, M cuenta, abrazada a C, cómo siempre, en cada casa que había vivido, dejaba en algún resquicio una nota, la constancia de un vínculo, como si lo efímero pudiera ser recuperable, y lo que termina reiniciarse. Pero nunca volvía. El fantasma espera, y no es el único, ya que son los fantasmas de la permanencia. La duración es limitada. Un día se acaba, y la película se termina, la blanca sábana se desvanece. Somos ya un papel en un resquicio, hasta que las palabras escritas se difuminen por el paso del tiempo, y quede en blanco, como el cadáver que se descompone en la tierra. Una extraordinaria banda sonora, de Daniel Hart, para una narración que es partitura.

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