Es importante saber escuchar, pero los niños aún no lo saben, expresa Michel Descombes (Philipe Noiret) a la profesora Laurence Cuers (Nathalie Baye). El hijo de Michel, en El relojero de Saint-Paul (1975), decía que todos oyen lo que quieren oir. No es una cuestión generacional, sino general. La presencia de Michel es fugaz, uno de los diversos encuentros, o de las diversas relaciones, de una profesora sumida en las dudas y las interrogantes, en primer lugar, sobre su dedicación como profesora, dado que piensa que los alumnos parecen carecer de motivación (no encuentra ejercicio que sea destacable; parecen todos anestesiados por la televisión), aunque no sabe si quizá se deba a su incapacidad, por eso ha decidido tomar esa semana de vacaciones, justificada en una enfermedad que no es tal, a no ser que se califique como indisposición su desconcierto vital. En la primera secuencia mira a una vecina, una anciana, con la que nunca cruzará palabra alguna, solo es una mirada como pantalla de realidad, su posible futuro, la imagen de sus miedos (hacía dónde se dirige su vida que es preguntarse cómo es realmente su vida; una imagen inmóvil que meramente se deteriorará), porque mientras la contempla recuerda los ejercicios que planteó a sus alumnos sobre sus temores o sus sueños. Esta estupenda obra, Una semana de vacaciones (Une semaine de vacances, 1980), una de las menos conocidas de la filmografía de Tavernier, no estrenada en España, se desarrolla a través de las fluctuaciones de ánimo de quien también duda sobre la relación que mantiene con Pierre (Gerard Lanvin).
Une semaine de vacances es una obra que se centra en la maraña de sus sus temores y sueños, ¿Qué teme?¿Con qué sueña? Detiene su inercia para desentrañarse a sí misma. En cierto momento, reprocha a Pierre que él, como otros, cuestione sus dudas sobre su continuidad como profesora, como si fuera inevitable que prosiguiera con tal dedicación, superado su momento de vacilación. Siente que nadie considera el ángulo de que quizá para ella sería necesario un cambio de dirección, en vez de pensar que ese cambio se asemejaría a la ruptura de una pareja ideal. La narración alterna circunstancias del presente y del pasado, reflejo de su circunstancia en conflicto, escindida, entre la añoranza y el hartazgo, de quien se siente encasquillada. Su relación no deja de ser una constante alternancia de disputas y reconciliaciones, y Pierre también siente hartazgo por su indefinición, por esa variación de sus estados de ánimo que siente que le deja fuera, como si solo importara su conflicto con su dedicación pero no su relación. Se muestra elusiva o apagada, como si la presencia de Pierre fuera más bien un inconveniente. Retorna tras una ausencia y ella se muestra distante. Pero una noche que vuelve antes le pide que le hagan el amor. ¿Qué quiere realmente?
¿Sobre qué se cimentan las relaciones? ¿Qué proyectan unos y otras en los demás? ¿Quién sabe escuchar? En el caso de Laurence, ¿no sabe siquiera escucharse a sí misma? Curiosamente, quien decidirá cambiar de dirección de dedicación será su amiga, Anne (Florence Fitzgerald), quien, sentimentalmente, también se ve superada por las dudas, porque teme que confunda amor con deseo por, simplemente, sentir la necesidad de amar. En ese entramado de relaciones diversas, Laurence también establece una relación de amistad con Mancheron (Michel Galabru), el padre de un alumno, quien, en cierto momento, en la noche que han cenado con el amigo de él, Michel, no logra contener expresar cómo la desea. Las relaciones y sus imprevistas derivas. Resulta particularmente emotiva la relación, a través de miradas y gestos, con su padre (Jean Dasté), ya irremisiblemente enfermo (dependiente), cuando le visita a él y a su madre, en el pueblo rural. En la última secuencia juntos, abrazados, él expresa 'Sé tantas cosas', paradójica afirmación en un momento en el que se refleja, con delicada contundencia, la fragilidad de uno y otra. La fragilidad subyacente entre los temores y los sueños de unos y otras. En las últimas secuencias, Laurence no sabe qué habrá sido de la anciana vecina, si se habrá mudado o qué. Sigue con su dedicación como profesora, pero quién sabe cuál será su devenir, los giros de su vida, de sus dudas y convicciones, temores y sueños. Casi veinte años después, Tavernier realizaría otra gran obra con un maestro como protagonista, Hoy empieza todo (1999), en la que se expresa que la realidad no es una anciana que contemplas realizar sus rutinas cada día, sino que puedes influir, intervenir, en el curso de la realidad, sea cual sea el resultado, si deviene colisión o realización.
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