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miércoles, 7 de agosto de 2024

Crónica familiar

 

'Desde la antigüedad -en el torturado lamento de Job, en los coros de Sófocles y Esquilo- los cronistas del espíritu humano han venido forcejeando con un vocabulario que pudiera dar expresión adecuada a la desolación de la melancolía'. Es un fragmento de la magnífica obra de William Styron, Esa visible oscuridad, que resonó en mi mente, en mis emociones, tras admirar de nuevo la bellísima Crónica familiar (Cronaca familiare, 1962), de Valerio Zurlini, que pareciera que hubiera encontrado esa 'expresión adecuada' en una textura de decorados, colores y gestos, de narrativa serena que sabe mirar desde el borde del abismo y hacerlo palpable porque lo ha habitado, entre la ternura que intenta aprehender el vaho que se desvanece irremisiblemente y la pesadumbre que absorbe como un remolino. También me evocaba otra gran obra literaria, Una pena observada de CS Lewis, en la que se inspiró Richard Attenborough para su mejor obra, la excelente Tierra de penumbras (1993). 'Una situación de herido ambulante' (en palabras de Styron) es lo que refleja el rostro de Enrico (un prodigioso Marcello Mastroianni) en las primeras secuencias, y que condensa Zurlini en dos planos tras que haya recibido por teléfono la notificación de su hermano menor, Lorenzo (Jacques Perrin) en un plano fijo, volviéndose y ocultando su rostro, que hace sentir las grietas que han quebrado sus ya frágiles cimientos de vida: Un plano general de la empequeñecida figura de Enrico, caminando por una calle solitaria, ante un imponente edificio que transpira mudez, cerrazón (cual roca de Sisifo; añádase que estamos en 1945, los ecos de la rígida y vacía monumentalidad fascista); un primer plano del rostro trasegado, de orfandad extraviada, de Enrico. El contraste refleja una escisión, una realidad deshabitada, elusiva, opresiva, y hace cuerpo de estado emocional de Enrico, que relatará el transcurso de la relación con su hermano, o el porqué ha derivado su vida en sentirla como una prisión. Una crónica familiar, que es una crónica, un relato, desde la intimidad, desde esa interioridad dolida, el relato de una descomposición, reflejada de modo recurrente en espacios interiores y exteriores (como si fueran la encarnación de su interior, o cómo ese afuera ha sojuzgado su interioridad), vaciados (las calles suelen estar vacías durante el desarrollo de la narración; todos los interiores transmiten sórdido y tétrico despojamiento).

Es también la descomposición, la erosión del tiempo, hecha cuerpo en la enfermedad que vence el ansia de vida de Lorenzo. Hay un sobrecogedor plano que lo condensa. La cámara panoramiza sobre las aguas de un río, entre las calles de Florencia (de la que Zurlini hace otro personaje más) hasta encuadrar en la orilla a Enrico, en primer término, y Lorenzo, al fondo del encuadre, contemplándolo sobre un suelo sembrado de hojas muertas. Esa distancia en el encuadre también refleja la distancia entre ambos (la convencionalidad de Lorenzo que Enrico ha querido transformar, como si hubiera sido el modo de transformar la desconchada sociedad, la vida, su malestar), ya marcada desde su niñez. Al morir la madre al dar a luz a Lorenzo, y herido el padre en la primera guerra mundial, Enrico vivirá una infancia precaria, junto a su abuela, mientras que Lorenzo será adoptado por una baronesa, o más bien su rígido mayordomo, habituándose a una vida de permanentes disponibilidades entre algodones. Es la raíz de esa prisión en la que se siente Enrico, como expresan sus palabras. Pero mientras él forcejeó con la vida, con la miserabilidad, logrando sobrevivir como periodista, Lorenzo, al empezar a buscar su lugar en el mundo, se encontró con su inhabilidad (además de las precarias circunstancias previas al estallido de la guerra). Enrico evoca, en primera instancia, su reencuentro con Lorenzo, con ya diecisiete años, en 1935, cuando lo acogió durante unos días porque Lorenzo ha tenido una discusión con su padre, el mayordomo, al sorprenderle con una chica. Comparte con él su mísera y desconchada habitación, y sin luz, porque no tenía dinero para pagar alquiler (esa imagen de Enrico en las penumbras, entre libros, no dejaba de evocarme las imágenes de otra desolada habitación en la que destacaba una amplia librería, en Stalker (1979) de Andrei Tarkovski).

De cautivadora y desgarrada belleza son las visitas de ambos hermanos a su abuela (Sylvie) en el geriátrico regido por monjas, secuencias en las que se hace sentir cómo se fuga el tiempo, mientras la calidez del afecto pareciera gritar con gesto ensombrecido por lo irrevocable (en especial ese plano picado en el bar, con los tres en un extremo del encuadre, sentados en una mesa, hasta que Enrico se marcha); la sucesión de secuencias, de proverbial síntesis, en las que Lorenzo busca un trabajo; o todos los pasajes de Lorenzo en el hospital, como cuerpo de pruebas para los médicos que intentan comprender esa enfermedad que desconocen (con errores en la aplicación de las inyecciones que provocan infecciones), y en especial, un larguísimo plano de Enrico, arrodillado sobre la cama, sosteniendo la mano de un Lorenzo que ya no le distingue (¿por qué estás tan lejos?), y que culmina con un distante plano general, con cama al fondo, y Enrico alejándose, en un espacio de penumbras, de sombras que ya devoran las emociones, y que es la replica, la raíz, del plano citado al inicio de Enrico como herido ambulante por las mudas calles. De la desolación puede construirse lo sublime, un sofocante lirismo arrebatador escanciado en la mirada tierna de Lorenzo que, como expresa en sus últimas palabras, cuando ve alejarse la ambulancia con el cadáver de su hermano, espera que los pobres de espíritu hereden la tierra. Crónica familiar es una obra sublime de Valerio Zurlini, quien junto a Mario Missirolli adapta la obra homónima de Vasco Pratolini. La portentosa ambarina textura de la fotografía de Giuseppe Rotuno hace cuerpo de esa emoción exiliada en la melancolía ante la fugacidad y descomposición del tiempo, en ese forcejeo que la propia memoria intenta restituir en homenaje como la leve luz titilante de una vela en la intemperie.

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