El título de American fiction (2023), de Cord Jefferson alude a esa ficción específicamente estadounidense relacionada con la raza que agita su sociedad, en particular su última década por lo que ha afectado al establecimiento de lo políticamente correcto, de lo decible o enunciable, ya expuesto en la primera secuencia en la que una alumna expresa a su profesor, Thelonius (Jeffrey Wright) que le parece ofensiva la palabra que ha puesto en la pizarra, nigger, parte del título de un relato de Flannery O'Connor, publicado en 1955, The artificial nigger. Esa palabra, negro, se considera expresada de modo despectivo. Thelonius (que es negro) intenta razonar con la chica (que es blanca) que hay que poner las cosas en contexto, en vez de tender a unos extremismos que se definen por la inflexibilidad u obtusidad, como es el caso de esa chica. No se puede borrar la historia, esto es, el pasado y sus circunstancias, porque un término se rechace un término por despectivo. La razón reflexiva (que considera algo despectivo, una expresión xenófoba) se torna susceptibilidad extrema, como reacción desquiciada. La reticencia de profesor a borrar lo que molesta a la alumna determina que se marche de clase llorando y que luego sea cuestionado por sus compañeros profesores. Se le plantea que se tome un descanso porque resulta demasiado conflictivo (o poco complaciente; suscita ampollas en los practicantes de la normativa corrección política), por lo que decidirá reunirse con su familia en Boston. Thelonius piensa que se dramatiza demasiado la cuestión racial, el ser negro (aunque irónicamente vea cómo un taxi opta por un blanco en vez de por él). Él singulariza, y no ejerce de negro con otros de distintas etnia, pero la realidad evidencia que sigue habiendo quienes si establecen estas distinciones (categorizadoras o preferentes). Dado que escribe sobre cuestiones, no relacionadas con el tema racial, que determinan que sus obras no dispongan de éxito, pese al reconocimiento crítico, Arthur (John Ortiz), su agente, le plantea que escriba sobre la cuestión negra, como recurso comercial (es un tema que, por controvertida actualidad, vende). Thelonius es testigo de cómo una escritora, Sintara (Issa Rae) dispone de un gran éxito porque ha escrito una novela que explota los estereotipos sobre los negros (el tremendismo dramático, los gangs y las drogas, las paternidades negligentes). Thelonius cuestiona que no son solo así, pero ella reconoce que explota unos estereotipos, es decir, aquello que los blancos quieren (es lo que cree que son) porque sabe que será un éxito.
Thelonius decide crear una ficción sobre esa ficción. Escribe, con seudónimo, un libro que compagina todos esos estereotipos y él mismo adopta una identidad ficticia, un ex convicto que se expresa de acuerdo a cómo esperan que se exprese alguien como ese personaje. Incluso, para provocar, tras ser aceptado, por una suma elevada, por una editorial, decide cambiar el título por Fuck, pero para su perplejidad es aceptado, como también sigue suscitando su asombro su posterior éxito de ventas, con reconocimiento de premios incluido. Su criatura monstruosa creada para poner en evidencia un sinsentido se convertirá en otro fenómeno de ese sinsentido (ficcional). Irónicamente, la única que pone en cuestión esa obra es aquella que utiliza esos mismos estereotipos (esas mismas herramientas), Sintara. Thelonius se verá desbordado, y devorado, por su propia ficción, como otro especimen de esa ficción que domina el imaginario colectivo. Como contraste está lo real, sus conflictos afectivos, los cuales son los que padece cualquiera, sea la raza a la que pertenezca. En lo real no hay distinciones, cualquiera puede sufrir un infarto repentino, como es el caso de su hermana, Lisa (Tracee Ellis Ross), o sufrir Alzheimer, como su viuda madre, Agnes (Leslie Uggams) o sufrir lo no dicho o compartido, como su hermano Clifford (Sterling K. Brown), quien se lamenta de que nunca expresara a su padre que era homosexual. Matiza que lo hubiera preferido aunque hubiera sufrido su rechazo porque al menos se hubiera confrontado con su ser real, con quien es o cómo siente realmente (no con la imagen que se proyecta por miedo o conveniencia).
Las distancias con su familia son las que puede tener cualquiera, sea la raza que sea (con su hermano incluso no se ve en diez años), como también los conflictos de pareja son los de cualquiera, como es el caso de Thelonius con Coraline (Erika Alexander), vecina de su madre. Irónicamente, sus fricciones llegan a un callejón sin salida también por lo que él oculta o no comparte con ella, ya que no le dice que ha escrito ese libro con seudónimo. Cuando vea que ella es otra lectora entusiasta más reaccionará con susceptibilidad, pero sin exponer la ficción que ha creado y por qué motivo. Los malentendidos, debido a lo no compartido y a las reacciones desorbitadas (sin explicación), determinan su ruptura. La no frontalidad genera monstruos. En el desarrollo narrativo, comedido, sin tender a dramatizaciones (tremendistas), destaca alguna secuencia excelente, ejemplo de esa opción expresiva, como la secuencia de la muerte de la hermana, cómo, a través del resquicio de la puerta, Thelonius es testigo de cómo sus pies dejan de moverse cuando se intenta reanimarla en el hospital, secuencia que concluye con un plano general de él solo en el pasillo ante la puerta. Concisión, contención. Resultan particularmente excelenteS las tres conclusiones con las que plantea el final de la producción de la adaptación de su libro, cómo son rechazadas tanto la que implica sutileza, por recurrir a la elipsis en vez de al discurso explícito, como la que implicaba aprendizaje personal, esto es, el reconocimiento de su error por parte de Thelonius a Coraline. La opción elegida es de nuevo la que opta por el tremendismo dramático, la pervivencia del estereotipo, de las ficciones que nada tienen que ver con lo real.
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