Take shelter (2011), de Jeff Nichols, uno de los más interesantes cineastas del actual cine estadounidense, es una excelsa muestra de una serie de películas que, en aquel año, lograron hacer cuerpo del extravío, tramadas más sobre las interrogantes que sobre las certezas. Como Tenemos que hablar de Kevin (2011), de Lynne Ramsey, Shame (2011), de Steve McQueen, o Martha Marcy May Marlene (2011), de Sean Durkin. Obras que carecían de una clausura convencional. En algunos casos parecía una interrupción, como si la suspensión de sentido, de lo que es cierto o no, real o imaginario, no pudiera sobrepasar la incógnita. En otros, no se concretaba las causas, la red de apoyo de una interpretación que domestique al extravío, ni el horror de unos actos. O no explicitaban el sendero futuro, las decisiones que se tomarán, cuál sería el rumbo elegido de actitud y conducta. O, simplemente, se desestabilizaba cualquier presunción, dejando a personajes, y a espectadores, en una terra incognita, donde no había asideros, sino el extravío, lo incierto, el caos, las fisuras que quiebran cualquier orden, la especulación y la interrogante. Quedaban los gestos, los rostros que descifrar, como el de Michael Fassbender en el plano final de Shame, pero también en el plano final de Un método peligroso (2011), de David Cronenberg, el rostro de aquel, con una privilegiada mente aguda, Jung, que a su vez se enfrenta a una derrota difícilmente reparable, la de que los instintos tenderán a vencer a la razón, y que la mente es un espacio repleto de recovecos, de emociones, que nos dominan. Somos pasajeros, fugaces, de un viaje incierto. Son obras, además, de texturas, de trama sensorial (en Take shelter, obra de modulación pausada, y estilo visual sobrio, es capital la excelente banda sonora de David Wingo), de turbulencias y fisuras, incluso la que puede parecer menos agrietada (o su narración pautada sobre patrones más ortodoxos), la de Cronenberg, hilada con admirable sutileza sobre sus intersticios, sobre lo no dicho, sobre lo que se fuga entre las palabras, pensamientos y reflexiones que intentan dotar de orden y sentido.
En Take shelter, Curtis (Michael Shannon) no sabe qué está pasando. Sufre unas pesadillas terroríficas, con figuras sin rostro, fuerzas invisibles, que irrumpen en su espacio, queriéndole arrebatar lo propio (sus hijos, la vida), cuando no son las figuras familiares que le rodean, como su perro o su esposa, quienes, imprevistamente, le agreden. ¿Por qué? ¿Y por qué esos extraños cielos encapotados rebosantes de relampagos? ¿Y esa lluvia espesa, aceitosa? ¿Y ese enjambre de pájaros negros que pareciera intentar concretar un signo en el cielo pero hubiera quedado cautivo en su agitación? ¿Es inminente una catástrofe? ¿Esas visiones se originan en su enajenación o en su percepción excepcionalmente aguda? ¿Qué le pasa a su mente? Curtis, en su trabajo, perfora los suelos, pero comienza a sentir que los cimientos de su vida se tambalean, son inestables. Y no sabe por qué si, aparentemente, tampoco siente una particular insatisfacción con su escenario de vida. Incluso, un amigo y compañero de trabajo, Dewart (Shea Wigham), le dice que tiene una buena vida, la que cualquiera podría desear o envidiar, como su matrimonio con Samantha (Jessica Chastain), con una hija, sorda, Hannah. Entonces ¿por qué sus sueños se tornan terribles pesadillas? Su reacción indica que quizá todo no sea tan armónico como parece. No comparte con su esposa, en principio, sus pesadillas, en suma, su desorientación y padecimiento. Ella advierte su cambio de conducta, se desconcierta con sus intemperancias, como no entiende por qué decide poner al perro fuera, en su caseta, rodeado de un cerco.
De dudar de lo que es real o no (como esos truenos que él escucha pero no su amigo Dewart), sin dejar de lado esta cuestión, entramos en el territorio de enfrentarnos a nuestra propia vulnerabilidad y fragilidad, de sentir cómo vamos perdiendo contacto con la realidad como si nos hundiéramos en unas arenas movedizas y no pudiéramos hacer nada por evitarlo. ¿Cuándo se apagará el proyector, cautivo de la enajenación, incapaz de saber qué esta percibiendo, si es real o proyección de su trastorno? La realidad, lo real, es un territorio incierto, como nuestra mente. La catástrofe puede aparecer en cualquier instante. Dentro, o fuera, las tormentas pueden aparecer en el horizonte en el momento más inesperado, e impredecible, y su causa ser, incluso, imprecisa cuando no inexplicable ¿Hay alguna certeza que pueda constituirse como refugio? ¿Hay modo de evitar la catástrofe, de encontrar al menos su origen, su causa, aun cuando sea inevitable? ¿Por qué ocurren unas cosas y no otras? ¿Por qué actuamos de un modo y no de otro? ¿De qué somos responsables? ¿Hay algún sentido, una trama, o sólo la incertidumbre, la esperanza de que no haya un huracán que asole con todo mañana, o no nos diagnostiquen una enfermedad irreversible, o de que alguien cercano a ti no realice un acto de inusitada crueldad, y, en cambio, todo fluya sin sobresaltos? Take shelter, como las otras obras citadas, nos exponen a la intemperie de las interrogantes, al quizás que se constituye, con difusos materiales, en los resquicios entre los alambres de las incógnitas. El arte no es consuelo, es una interrogante que hiere, como estas obras conmocionan. Pero su obra, como la conclusión de Origen (2010), de Christopher Nolan afirmaba la conciliación del protagonista con sus remordimientos, sí remarca un logro, la conjunción armónica de dos miradas, las de Curtis y Samantha, frente a la circunstancia que sea.
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