El asunto del día (The talk of town, 1942), de George Stevens, con guion de Irvin Shaw y Sidney Buchman, según un argumento de Sidney Harmon, es una comedia de equívocos y un drama sobre los equívocos limites entre la justicia y la ley. Se vertebra sobre una dialéctica acerca de los posibles desajustes entre los principios y la acción, o cuál es el enfoque más consecuente sobre la ley. Los contendientes son el profesor Lightcap (Ronald Colman), un ecuánime profesor de derecho que aún desconoce cuán equívoca es la realidad y cómo la ley puede aplicarse según conveniencias o juicios apresurados, y Leopold Dilg (Cary Grant), un activista fugado de la carcel en la que había sido recluido al ser acusado de la quema de una fábrica. Uno se centra en el estudio de los principios de la ley, el otro combate a pie de calle con sus mítines en las esquinas de las calles, y cuestiona al primero que se haya aislado de la realidad en la burbuja de unos principios que no contrasta con la realidad. Entremedias, una mujer, Nora (Jean Arthur), en un fuego cruzado de sentimientos que fluctúan indefinidos como equívocas son las apariencias. Como un rostro con o sin barba. Como el de Lightcap, cuya radical modificación de actitud se verá reflejada, en cierto momento, por el afeitado de su barba. El asunto del día fluye ligera, entre el drama y la comedia, mientras arroja unas potentes cargas de profundidad sobre la teoría y práctica de la justicia y la ley. Hasta los sentimientos son un terreno movedizo donde hay que rascar superficies y apariencias para desentrañar la verdad.
Ya queda patente desde la magnífica introducción, un elíptico montaje secuencial que condensa el juicio sobre Dilg y su fuga de la cárcel. En esos pasajes Dilg parece, acorde a lo que los titulares remarcan en los periódicos, una figura amenazante que abate a un guardián, al que deja inconsciente, y huye en la noche, con una cojera, tras saltar desde una considerable altura, hasta llegar a una casa aislada en el campo en la que se encuentra Nora, pero esa amenaza se disuelve cuando se desmaya ante ella, y queda manifiesto que ambos se conocían, desde la infancia. Y aún más cuando ella decide ayudarle, dado su estado, permitiéndole, aunque sea por poco tiempo, que se esconda en el desván. Pronto, lo que parecía un relato sombrío se torna comedia cuando aparece, de modo imprevisto, ya que le esperaba veinticuatro horas después, Lightcap, el nuevo inquilino de la casa que Nora está habilitando. Durante esa noche, tras Lightcap pedir a Nora que se marche para poder ir a dormir, se suceden diferentes equívocos que culminan con Nora quedándose a dormir en una habitación (al ser sorprendida por Lightcap y justificar su retorno por cierta tensión en casa con su madre) y un concierto de ronquidos de Leopold en el ático. A la mañana siguiente, la noción de la vida como sucesión de imprevistos se amplifica con la sucesiva llegada de la madre de Nora, preocupada por su ausencia, un par de periodistas que quieren entrevistar a Lightcap, los transportistas que traen los últimos muebles, el abogado de Leopold, Yates (Edgar Buchanan), al que Nora había llamado, y unos policías con la pretensión de realizar unos registros. No será la única ocasión. Ese empecinamiento de Lightcap en permanecer aislado en su burbuja sin que sea importunado será trastornado repetidamente (como con el estridente ruido de la motocicleta de un mensajero o la llegada de un amigo senador): la realidad irrumpe de modo imprevisto (no queda encajada en un cuaderno de principios).
La dialéctica sobre el enfoque sobre la ley, entre Leopold y Lightcap, que se torna aprecio y amistad, se dará desde el momento en que Leopold, intrigado por las reflexiones para su libro que dicta Lightcap a Nora (que había logrado convencerle de que la contrate como secretaria y cocinera para así poder proteger a Leopold; otro detalle que va sugiriendo cómo sus acciones también pueden estar condicionadas por unos sentimientos), decida irrumpir para cuestionarle (irrupción imprevista que Nora sorteará presentándole como Joseph, el jardinero). Una secuencia en la que juegan al ajedrez se convierte en emblema de esa contienda reflexiva en la que pugnan encontrados enfoques. Leopold aprecia la integridad de sus principios pero piensa que vive en una burbuja y no dispone de conocimiento de la realidad. Con la colaboración de Nora y Yates urden circunstancias que confronten a Lightcap con la realidad, sea, en un partido de beisbol, con la actitud del juez de su caso, que ya le había condenado aprioristicamente sin buscar la corroboración de pruebas, o sea, con el empresario Holmes (Charles Dingle), en el escenario de las ruinas del incendio. En cierto momento, cuando Lightcap tenga constancia de que Joseph es Leopold, comenzará a modificar su actitud. En principio, reacciona como quien solo se ajusta a la letra de la ley (por lo que, por lo tanto, debe denunciarle), pero comenzará a considerar la circunstancia, y tras, significativamente, cortarse la barba (como quien cambia de forma de relacionarse con la realidad), decide intervenir en la realidad, y realizar las oportunas pesquisas, como contactar con la novia del supuesto fallecido en el incendio, a través de la cual tomará conciencia de las equívocas apariencias, por manipuladas, pues no solo no es una víctima sino el artífice, por orden de Holmes, del incendio, maniobra conveniente para la economía de Holmes. De ese modo, se expone con qué pocos consistentes fundamentos se sostiene un sistema, cómo la ley puede ser manipulada por conveniencia, y cómo es necesaria indagar en las circunstancias de cada caso específico. En su discurso final ante la masa enfervorecida que pretendía linchar a Leopold, Lightcap expondrá cuán peligroso es tanto recurrir a la violencia a modo de aplicación más básica de la ley como ajustarse meramente a la aplicación de la letra de la ley sin tener en consideración cada circunstancia.
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