En la introducción de El sabor de las cosas simples (2022), segundo largometraje del cineasta francés de Slony Sow, un personaje equipara el hotel en el que trabaja, en el que sus habitaciones son capsulas que asemejan a ataudes, a la vida desvitalizada del cocinero más considerado en Francia, Gabriel Carvin (Gerard Depardieu). Es una secuencia que adelanta el encuentro de ambos personajes en un momento de transición (que también es geográfica pues acontece en Japón) en la vida del cocinero, quien, tras sufrir un operación a corazón abierto, se replantea su vida, una vida en la que su único incentivo era el tiempo que pasaba en la cocina, ya que sentía a su esposa, Louise (Sandrine Bonnaire) más lejana que las estrellas (esa distancia quedaba señalizada por el hecho de que ella fuera amante del crítico que le había lanzado al éxito a Carvin), y no consideraba que Jean (Bastien Bouillon), el hijo que tuvo con su primera esposa, dispusiera de las cualidades necesarias para ser su relevo como chef (ni su presente ni su futuro le ofrece incentivos, por eso se refugia en la cápsula de su cocina). Una sesión de hipnosis, con su amigo Rufus (Pierre Richard), despierta en él un impulso de recuperar el sabor de su vida a través de la búsqueda de cómo se consigue el sabor del umami, la receta de un chef japonés, Morita (Kyozo Nagatsuka), que le derrotó en un concurso cuarenta años atrás, y que ahora, para su sorpresa, regenta un modesto restaurante en una calle apartada (mientras que Gabriel dispone de toda una mansión). Una inmersión en el pasado pareciera la forma de reconstituir su aprecio por el presente y por las posibilidades de un futuro.
En los primeros pasajes destaca un brillante uso de las transiciones, asociaciones que unen a personajes, cuyo vínculo no se establecerá hasta ya avanzada la narración. El polvo blanco sobre la mesa de la cocina se asocia con la nieve que cae donde vive Mai (Sumire), nieta de Morita, y que padece un profundo estado de melancolía, por una decepción vital cuyo motivo no se conocerá hasta los pasajes finales (en cierto modo, ejerce de equivalente en la distancia geográfica con respecto a Carvin). En una de las más bellas secuencias, al son de la canción The bitter earth, de Dinah Washington mezclada con On the nature of daylight, de Max Richter (como fue por primera vez combinada, por Robbie Robertson, para la banda sonora de Shutter island, 2010, de Martin Scorsese), se conjuga el salto en paracaídas de Nino (Rod Paradot), el hijo de Gabriel con Louise, hasta llegar al suelo, con el gesto de Mai tumbándose en su cama. Un salto de alegría, con un desplome que rezuma tristeza.
Mai es un personaje que ejerce de reverso de Gabriel (a un plano de la operación de Gabriel le sucede otro de Mai tumbada en la cama mirando a unos corazones colgantes en el techo), pero de la misma manera que Gabriel reencontrará el sabor en su vida gracias al proceso de búsqueda, como un entrenamiento, que le plantea Morita, del sabor del Umami, Louise reencontrará el estímulo vital en su vida gracias a Nino (que ejercerá de dinamo o salto vital para reconstituir su disfrute por la vida tras la humillación que sufrió por parte de su anterior pareja). Aprender es viajar, le dirá Louise, a lo que replicará Nino que viajar es aprender. Perspectivas que se complementan en una narración, que colinda armónicamente con la excentricidad, y que conjuga diversas perspectivas, incluidas las recapacitaciones de Louisa con respecto a una relación que consideraba abocada al invierno emocional, y el afán de superación de Jean (que conseguirá la confianza de la carecía con respecto a sus aptitudes como cocinero). Si Rufus, antes de hipnotizar a Gabriel, encuentra, tras décadas dedicado a la pesca, una perla en una ostra, los personajes se revelan como reflejos de unos en otros en su búsqueda de esa perla que haga sentir que su vida no es una mera inercia mecánica o un sumidero de decepción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario