Un propósito, una vida estructurada, con un guion definido, en la que integrar, armónicamente, el imprevisto, como una reconfiguración. Es sobre lo que reflexiona Narvel Roth (Joel Edgerton) en las primeras secuencias de El maestro jardinero (Master gardener, 2022), de Paul Schrader, cuando enumera tres distintos de jardines, o formas de estructurar la realidad, las plantas adaptándose a la configuración de unos límites, según el jardín francés, la configuración estableciéndose acorde a las plantas, según el jardín inglés, o el jardín salvaje. Como en sus dos obras precedentes, El reverendo y El contador de cartas, o en tiempo atrás, en Posibilidad de escape (1992), la vida del protagonista está estructurada mediante rituales y rutinas. Traficante de drogas, reverendo, contador de cartas, jardinero. La vida de Narvel está fundamentada en su relación con un jardín, es su labor, es su escenario de vida, es la dedicación meticulosa y entregada de quien se esfuerza por realizar una tarea del modo más afinado. La realidad como un jardín que cuidar. Como todos ellos escribe un diario. Acción y reflexión. Lo que se hace y lo que se piensa sobre lo que se hace, o se hizo, o se podría hacer. Como en sus casos, el pasado ejerce como brecha. El contador de cartas tenía tatuado en su cuerpo Providencia y Gracia. Un propósito. Narvel tiene tatuado su pasado. Un pasado que no ha sido borrado, pero que ya no es. Es su particular prisión, el recordatorio de lo fue, un nazi, un racista, un hombre orgulloso de ser blanco, y de eliminar la mala hierba que representaban otras etnias.
De la misma manera que Norma ejerce de figura que intenta imponer su forma de dictar la realidad, y que reacciona de forma despechada cuando no es así, porque no puede aceptar que quien era su amante, y peón complaciente, ame a otra, el pasado de Maya irrumpe como un caos que también refleja la imposición de un capricho, en forma, también, de expresión de despecho. Quien era pareja, y maltratador, de Maya irrumpe en ese jardín, en ese orden meticuloso, que también es artificial (porque es reflejo de una imposición, y unas falsas apariencias, camufladas), y lo destroza como un tsunami de caos. La armonía de la sintonía, entre Narvel y Maya, que ambos saben cultivar, eliminando las malas hierbas de las ofuscadoras representaciones o categorías (la etnia de ella, el pasado racista de él), deberá también lidiar con las interferencias de aquellos otros, alrededor suyo, que reaccionan de modo virulento cuando su voluntad no es complacida. Narvel reconfigura su realidad con esa nueva relación, con Maya, que implicará una variación de escenario de vida, una reconfiguración del jardín de la realidad, y de modo específico, del jardín cuya estructuración antes imponía Norma, para plegarse a su voluntad; el mismo jardín ya es otro, porque en él, ambos ya convivirán como pareja, que danza en el último plano, como expresión de ese desplazamiento de realidad que implica transformación. El jardín también se modifica de acuerdo a las plantas que lo habitan. Como en las dos obras precedentes, la relación amorosa es epítome también de relación armónica con la realidad tras desprenderse de las prisiones de una vida demasiado estructurada, por impositiva e inflexible, y afrontar el caos o imprevisto como inevitable componente, que saber asimilar y reconfigurar, de la ecuación de la vida.
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