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viernes, 9 de junio de 2023

El maestro jardinero

 

Un propósito, una vida estructurada, con un guion definido, en la que integrar, armónicamente, el imprevisto, como una reconfiguración. Es sobre lo que reflexiona Narvel Roth (Joel Edgerton) en las primeras secuencias de El maestro jardinero (Master gardener, 2022), de Paul Schrader, cuando enumera tres distintos de jardines, o formas de estructurar la realidad, las plantas adaptándose a la configuración de unos límites, según el jardín francés, la configuración estableciéndose acorde a las plantas, según el jardín inglés, o el jardín salvaje. Como en sus dos obras precedentes, El reverendo y El contador de cartas, o en tiempo atrás, en Posibilidad de escape (1992), la vida del protagonista está estructurada mediante rituales y rutinas. Traficante de drogas, reverendo, contador de cartas, jardinero. La vida de Narvel está fundamentada en su relación con un jardín, es su labor, es su escenario de vida, es la dedicación meticulosa y entregada de quien se esfuerza por realizar una tarea del modo más afinado. La realidad como un jardín que cuidar. Como todos ellos escribe un diario. Acción y reflexión. Lo que se hace y lo que se piensa sobre lo que se hace, o se hizo, o se podría hacer. Como en sus casos, el pasado ejerce como brecha. El contador de cartas tenía tatuado en su cuerpo Providencia y Gracia. Un propósito. Narvel tiene tatuado su pasado. Un pasado que no ha sido borrado, pero que ya no es. Es su particular prisión, el recordatorio de lo fue, un nazi, un racista, un hombre orgulloso de ser blanco, y de eliminar la mala hierba que representaban otras etnias.

La realidad es un jardín en el que cada uno de nosotros es una planta, pero un jardín puede ser imposición, un cerco de pautas y normas y límites. Puede obstruir. Somos funciones o somos singularidades que encuentran su realización en una interacción armónica. Ese jardín tiene algo también de prisión, por cómo domina ese espacio la viuda que es dueña de los terrenos, Norma Haverhill (Sigourney Weaver), de quien es amante. La mujer que le acogió cuando él se convirtió en testigo que necesitaba modificar su identidad, y romper por completo con su pasado. Una acogida que también implicaba una estructuración de relación fundada en cierto dominio. Relaciones de intercambio, relaciones de dominio, chantajes emocionales. La irrupción de una novedad, Maya (Quintessa Swindell), sobrina de Norma, como trabajadora en el jardín, introduce un cambio que es ruptura, conflicto, pero, para Narvel, ejerce de imprevisto que reconfigurará su vida, su relación con el jardín de la realidad. Implicará una ruptura, en cuanto sublevación, y modificará su escenario de vida, como otra forma de relacionarse con la misma, en oposición a lo que fue, o cómo se relacionaba con la vida, no solo porque Maya sea mestiza, sino porque implicará desprenderse de la imposición de Haverhill (la configuración de un jardín al que las plantas se subordinan a su voluntad aunque su apariencia no parezca ser dictadora).
Se dosifican en la narración, como contrapunto, fragmentos del pasado de Narvel, sus actividades, incluso violentas, cuando era parte integrante de un gropúsculo nazi. Fragmentos de planificación más sincopada, a diferencia de la templada planificación del presente. Son las siniestras y turbias letrinas del país, como en El contador de cartas, representaban las torturas de los militares en la prisión de Abu Ghraib en Irak, o en El reverendo, las actividades contaminadoras de las corporaciones. ¿Cómo estructurar la vida de modo armónico si el ser humano ejerce el caos, el daño, de forma recurrente e incluso sistemática? En Narvel, la singularidad, es que no oculta su pasado, sino que lo porta en su mismo cuerpo, con sus tatuajes, aunque ya no sea por orgullo, porque no comulga con esa forma de relacionarse con los otros y la realidad, como demuestra su sintonía, y atracción, con Maya. En cierto punto de su relación su conocimiento, para Maya, ejerce más bien de pasajero cortocircuito. Pero serán capaces de superar lo que representa porque se relacionan como singularidades. En la secuencia en la que hacen por primera vez el amor, son cuerpos, figuras, casi en penumbras, en un encuadre estático. No se distinguen los tatuajes, se relacionan el uno con el otro. Sombras que se realizan como cuerpos. Se diferencia de la secuencia previa en la que Norma le indica a Narvel que se desnude para observar con delectación su cuerpo desnudo, en el que los tatuajes ejercen de atracción erótica (e insinuación de ciertas afinidades en la manera de pensar y concebir la relación con la realidad).

De la misma manera que Norma ejerce de figura que intenta imponer su forma de dictar la realidad, y que reacciona de forma despechada cuando no es así, porque no puede aceptar que quien era su amante, y peón complaciente, ame a otra, el pasado de Maya irrumpe como un caos que también refleja la imposición de un capricho, en forma, también, de expresión de despecho. Quien era pareja, y maltratador, de Maya irrumpe en ese jardín, en ese orden meticuloso, que también es artificial (porque es reflejo de una imposición, y unas falsas apariencias, camufladas), y lo destroza como un tsunami de caos. La armonía de la sintonía, entre Narvel y Maya, que ambos saben cultivar, eliminando las malas hierbas de las ofuscadoras representaciones o categorías (la etnia de ella, el pasado racista de él), deberá también lidiar con las interferencias de aquellos otros, alrededor suyo, que reaccionan de modo virulento cuando su voluntad no es complacida. Narvel reconfigura su realidad con esa nueva relación, con Maya, que implicará una variación de escenario de vida, una reconfiguración del jardín de la realidad, y de modo específico, del jardín cuya estructuración antes imponía Norma, para plegarse a su voluntad; el mismo jardín ya es otro, porque en él, ambos ya convivirán como pareja, que danza en el último plano, como expresión de ese desplazamiento de realidad que implica transformación. El jardín también se modifica de acuerdo a las plantas que lo habitan. Como en las dos obras precedentes, la relación amorosa es epítome también de relación armónica con la realidad tras desprenderse de las prisiones de una vida demasiado estructurada, por impositiva e inflexible, y afrontar el caos o imprevisto como inevitable componente, que saber asimilar y reconfigurar, de la ecuación de la vida.

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