Una, la niña Decky (Dawn Lyn), hija de la mujer que guardaba su dinero, pero que ha muerto en el viaje en tren (según dice el revisor, encarnado por el gran Paul Fix, murió de hombres). Lomax, en principio remiso, decide, en vez de que vuelva en el tren y se encargue de ella algún sheriff de algún pueblo, llevarla consigo, pero con el propósito de encontrar a alguien dispuesto a adoptarla (pero no encuentra receptividad, en principio, ni en los dueños de un establecimiento, ni en la profesora ni en un sacerdote). Esa reticencia inicial, más allá de que ignore si puede ser o no su hija, se irá transformando a medida que progrese el relato, ya que no deja de simbolizar el impulso de construir, de proyectar una vida con base firme, la responsabilidad. La niña es como una variante infantil de la respondona y temperamental adolescente, interpretada por Kim Darby, que ponía firme al personaje de John Wayne en la precedente Valor de ley: véase la secuencia en la que la niña no acepta el caballo que le ha cogido Lomax, porque lo está separando de su madre.
En el otro extremo está quien encarna o representa la crueldad, la inconsciencia y el carácter caprichoso, la furia en estado quintaesenciado, Bobby Jay, el pistolero, contratado por Foley, junto a otros dos, Pepe (Pepe Serna) y Skeeter (John Davis Chandler), para que vigile a Lomax. Bobby Jay desprecia la vida, es una fuerza destructora, que raya con el cuchillo la pared del prostíbulo, golpea a la prostituta en el ojo que tiene ya tumefacto, sin además pagarla, y acaba disparando al dueño del local, Trooper (Jeff Corey), postrado en una silla de ruedas, incitando a sus compañeros a que le rematen, disparando tambíén sobre él (en una secuencia en la que Hathaway realiza un eficaz uso del fuera de campo, al centrarse en los tres disparando sucesivamente; resalta atinadamente, sin subrayados, la crueldad del gesto, la ajenidad que alienta en esa actitud: desprecia a todos por igual). Los dos extremos confluyen en la que es la secuencia más brillante de la película, y que contrarresta las citadas limitaciones (aunque Hathaway narre de nuevo con su proverbial concisión), la sesión de sucesión de crueldades y humillaciones por parte de Bobby Jay, en la casa de Julianna (Patricia Quinn), quien había acogido a Lomax y la niña, precisamente tras un diálogo entre ella y Lomax en el que tantean la posibilidad de que haya algún futuro para ambos como pareja (diálogo en el que ella expone sin tapujos su soledad desde la muerte de su marido cinco años atrás). Diálogo, aproximación de corazones solitarios, que será interrumpido por la irrupción del caos, el despecho de Bobby Jay, que había sido golpeado por Lomax horas antes. La sesión de humillaciones que orquesta Bobby Jay tiene su punto culminante con la utilización de la niña de diana como réplica del hijo de Guillermo Tell, aunque él no dispara una flecha a una manzana, sino balas sobre las tazas que coloca en la cabeza de la niña. Secuencia que tendrá su contundente ritornello cuando Lomax sea el que dispare a los objetos que coloca sobre la cabeza de Bobby Jay (tras que éste haya matado previamente a aquel de quien quería vengarse Lomax, Foley) como si así disparara sobre su propia furia interior. Un siniestro toque de justicia poética.
No hay comentarios:
Publicar un comentario