En Remorques (Remordimientos) convive la intensidad poética con la inmediatez de ciertas secuencias que describen un modo de vida sobre el que pende la amenaza del desastre, como al fin y al cabo en la incertidumbre de los oleajes, ciclones y tormentas de las emociones de los personajes. Yvonne (Madeleine Renaud), esposa de André desde hace diez años, teme que, en cualquiera de esos salvamentos, él pierda la vida por lo que insiste en que abandone ese labor y disfruten de su amor con un modo de vida con apariencia de estabilidad. La vida de Yvonne, precisamente, peligra dada su enfermedad, que André no cree que sea tan grave, sino que más bien la utiliza como chantaje emocional. La irrupción de Catherine, quien disgustada por cómo ha sido su vida, preferiría que André la llamara de otro modo, Aimee, como si así el escenario de realidad fuera otro, determina que también se modifique la relación de André con la realidad. Su amor se apuntala en los inciertos y variables contornos del territorio de una playa. Los primeros planos de su paseo encuadran su pasos en la arena, detalle que anticipa la fugacidad de su relación. Si Yvonne ansía que dispongan por fin de un hogar, en vez de vivir en un hotel, en una casa vacía, junto a la orilla del mar, por lo tanto potencial hogar, será donde André y Catherine/Aimee hagan su primer acercamiento, su primera declaración de amor. Pero como un naufragio que demanda ser atendido, el requerimiento de André para que acuda al lecho de una agonizante Yvonne también determinará la imposibilidad de esa nueva singladura amorosa.
¿Qué siente André?¿Por qué actúa o reacciona de un modo y no de otro en el escenario sentimental? En cierto momento, recomienda a uno de sus marineros que tome una decisión drástica con su esposa porque está convencido de que ella le engaña con otro. Pero más adelante se dará cuenta de que quizá su percepción no era precisa. ¿Veía en esa relación lo que quizá sentía que fallaba en la propia aunque le costara asumirlo? ¿A quién o a qué se abraza? André se ve zarandeado por las emociones, y por los maridajes de unas circunstancias que condicionan sus decisiones. En esta maravillosa obra de Jean Gremillon (un cineasta de escasa obra a redescubrir: por ejemplo, las excelentes Geule d'amour, 1937, su primer éxito, protagonizada por Jean Gabin, El extraño señor Víctor, 1938, El cielo os pertenece, 1944, o El amor de una mujer, 1953, entre otras), con dirección artística de Alexandre Trauner, hay que destacar, como en el cine de Marcel Carné, la presencia en el guión, sobre todo por sus poéticos diálogos, que podrían llegar a ser agudos aforismos, de Jacques Prevert. Como muestra un soberano ejemplo de exquisito dialogo:
Catherine: ¿Qué le pasa?
André:
Nada
Catherine: ¿No puede decir lo que piensa? Es tan fácil...Yo
digo todo lo que pienso.
André: Yo no le pido nada, y estoy
harto. Francamente, ¿Qué pinto aquí con usted? Míreme, ¿Parezco
un hombre que corre detrás de las mujeres?
Catherine: No
André:
¿Entonces? ¿Le divierte tanto un hombre que no sabe lo que dice,
que farfulla? Porque me doy cuenta. Conmigo pierde el tiempo. No me
gustan estos juegos. Soy un hombre sencillo.
Catherine: Los
hombres sencillos no hacen tanto ruido para esconder sus pensamientos
ni sienten vergüenza de sus deseos. En realidad, usted es igual que
los demás. Rebosa de escrúpulos, delicadezas y no deja de pensar.
Ahora mismo, está pensando en cosas que nadie conoce, que le impiden
hablar. Aunque quisiese ser sincero no podría, diría cualquier cosa
y lo escondería todo.
André:¿Por qué dice eso? ¿Por qué le
intereso tanto? ¿Qué espera? Venga, hable, ya que usted lo expresa
todo ¿Qué quiere de mí?
Catherine; ¿Y usted qué
quiere?
André: A usted
Catherine: Cállese. Béseme...Béseme.
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