El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson (Impedimenta), del escritor estadounidense Lawrence Weschler (1952), nos interroga sobre nuestra relación con la realidad (y el arte). Los primeros museos en el siglo XVI o XVII eran llamados Wanderkamern (Gabinetes de las maravillas). Weschler califica el Museo de Tecnología Jurásica, en Los Ángeles, como su heredero, en cuanto también reconcilia a la gente con la maravilla, con el asombro, con la mirada que no registra la realidad como si fuera su familiar telón de fondo sino que no deja de replantearse su relación con la realidad. Esta obra no es solo sobre ese singular museo, con hormigas hediondas, dibujos en esculturas en microminiaturas, como el hueso de una almendra, o cuernos de seres humanos, sino también sobre la actitud de su creador, David Wilson, por cómo refleja una diferente relación con la realidad. No se trata tanto de lo que pasa <<dentro>> de David como de lo que está pasando <<entre>> él y el mundo. Generalmente, habitamos la realidad de acuerdo a lo que nos pasa dentro, a lo que nos afecta (como si la realidad aconteciera en función nuestra), más que esforzarnos en exponernos en ese entre nuestro yo y el mundo, una exposición que también nos pone en interrogante, ya que potencia la reconfiguración de nuestra relación con la realidad, como si en el mapa de esta fueran presencia constante los territorios desconocidos.
El visitante del museo tecnológico continuamente vacila entre maravillarse “ante” (las maravillas de la naturaleza) y preguntarse “si” (alguna de ellas puede ser cierta). Y en esa misma duda, la capacidad de semejante confusión deliciosa, es la que parece sugerir a veces a Wilson lo que puede constituir la cosa más felizmente maravillosa del hecho de ser humano. El ser humano parece tender demasiado a querer apuntalarse sobre la presunta estabilidad que proveen lo que concibe o considera como certezas, respuestas con supuesto certificado. ¿Cómo miramos o percibimos ante lo que se nos presenta como estructura de realidad? Son las interrogantes las que abren en canal la realidad y posibilitan que nos desplacemos por la vida como funambulistas sobre un hilo que no deja de ser un cimiento tembloroso. Esas interrogantes, siempre con ese si condicional que no es certeza, potencian el maravillarse con la constitución de la naturaleza, la realidad y nosotros mismos, en vez de conformarse con una explicación o relato instituido de lo que es la (trama de la) vida. Es la apertura a lo posible. La vida está constituida por múltiples capas. Algunos objetos de este museo se pueden descomponer en partes con mucha facilidad, pero la realidad que subsiste detrás, una vez que han sido descortezadas estas relativamente fáciles capas, es más asombrosa de lo que las capas iniciales daban a entender. Estas primeras capas son solo un filtro. Pero a veces, nos quedamos atascados, como si fueran boyas o señales de tráfico en un código de circulación prefijado, en los filtros. O quizá es que nos basta con que sea así.
La narración se abre con la descripción de la hormiga hedionda, la cual se infecta al inhalar una microscópica espora de un hongo del género Tomentella, que se aloja en su cerebro y crece, y provoca curiosos cambios de comportamiento: el animal se muestra agitado y confuso y, por primera vez en su vida, abandona el suelo y empieza una ardua ascensión por los tallos de enredaderas o helechos (…) agotada, atraviesa la planta con sus mandíbulas y, así sujeta, aguarda la muerte (..) después de unas dos semanas una protuberancia crece en lo que había sido la cabeza de la hormiga. Esa hormiga se revelara como la metáfora del propio planteamiento de la obra. Es el ejemplo prototípico de la relación con las capas de la realidad. Como expondrá Wilson. sirve de pura información, simplemente como un típico estudio increíblemente interesante en simbiosis (,,,) una mutación al azar (…) la naturaleza es más increíble de lo que cualquiera puede imaginar. Pero es a otro nivel la naturaleza como metáfora (ut translatio natura, lema del museo): hay momentos en la vida que el mismo Wilson se ha sentido como esa hormiga, impulsado, como si estuviera poseído, a hacer cosas que desafían el sentido común. Esa hormiga soy yo. ¿Por qué sino cobran relevancia en la segunda parte de la obra esas excrecencias cerebrales que son los cuernos de ciertos humanos? Aquellos que se interrogan de modo constante habitan la realidad como si vivieran un proceso de mutación en el que lo imprevisible es condición inmanente. La naturaleza es un sorprendente gabinete de maravillas, aunque muchos meramente hayan querido convertirlo en una reserva de suministro o un telón de fondo con conveniente apariencia previsible cual mero engranaje.
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