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sábado, 4 de julio de 2020

Whisky a gogó

¿Qué puede ser peor, para un pequeño pueblo costero de una isla escocesa, que sufrir hambre, la plaga de la peste, un bombardeo o alguna invasión? La carencia de agua de vida, o sea, whisky. Es la hecatombe que padecen en 1943 en la isla de Todday, con la que se inicia la exultante Whisky a gogó (Whisky galore, 1949), de Alexander MacKendrick, para la que Angus McPhail y Compton McKenzie adaptan la novela de este. La pesadumbre parece dominar el pueblo, como si se les hubiera extraído, el espíritu, como apunta uno de los pueblerinos en las exequias de otro recién fallecido (que no ha podido soportar esa falta o privación). Hasta que ocurre algo inusitado: embarranca en la costa un barco con 50.000 cajas de whisky, una tentación que no se puede desaprovechar. Aunque deberán contener su ímpetu ya que hay una prioridad a lo que se subordina el aliento de vida del whisky, la observación del sagrado día festivo del domingo, en el que no pueden realizar tarea alguna (y sí observar otro ritual, la asistencia a la iglesia). No deja de ser irónica esta rigidez en un celebrativo canto de la embriaguez; pero no dejan de ser vertientes que comparten una misma condición ritual, espiritual). La circunstancia puede parecer extraordinaria, absurda, pero refleja, por un lado, la condición paradójica o contradictoria del ser humano, así como refrenda, por otro, que lo insólito puede tener lugar, ya que se inspira en un hecho real. Efectivamente, dos años antes, en 1941, el barco SS Politician embarrancó en la isla de Eriskay, con 250.000 botellas de whisky en su bodega. Los habitantes de la isla de South Uist lograron rescatar 7.000 cajas (parece que aún hoy en día las corrientes arrastran botellas a las playas de la zona). McKenzie era Home guard commander, pero no realizó ninguna acción contra ellos, pero sí the local Customs y Excise officers, que requisaron el whisky y detuvieron a varios de los implicados. McKenzie se inspiró en este hecho para su novela, publicada en 1947, en la que hay dos islas, no una, y cobran relevancia, ausente en la traslación cinematográfica, ciertas divergencias religiosas (protestantes y católicas) entre los habitantes.
En el verano 1948 se rodaría su adaptación en la Isla de Barra. Michael Balcon, capitoste de la Ealing, encomendó a Monja Danischewsky que tomara, por primera vez, el timón de las lides de producción. Fue quien sugirió a MacKendrick, entonces en el departamento de diseño, pero Balcon no quería encomendar el proyecto a un director novel, así que se lo ofrecieron a Ronald Neame, que lo rechazó. Balcon cambio de idea y aceptó que MacKendrick dirigiera su opera prima. MacKendrick y Danischewsky reelaboraron el guion que, a su vez, sería reescrito por Elwyn Ambrose y Donald Campbell, con aportaciones del actor James Robertson Justice, que encarna al doctor del pueblo. Aún así, el primer día de rodaje MacKendrick pidió a McPhail y McKenzie que realizaran más reescrituras (McKenzie, por una caja de puros, incluyó elementos de su novela Keep the Home guard turning, publicada en 1943). Durante el rodaje se encontraron con adversidades como las cuantiosas y frecuentes lluvias que entorpecieron el rodaje, que duró no las cinco semanas previstas sino diez, con lo que implicaba de incremento del presupuesto previsto. También tuvo lugar un tira y afloja entre Danichewsky y MacKendrick, ya que el primero prefería que el punto de vista se centrara más en los pueblerinos, que era con el que simpatizaba, mientras que MacKendrick optaba por el cuerpo extraño, el capitán Wagget (Basil Radford), pomposo y bienintencionado, pese a que se convierta en la mosca cojonera que quiere evitar por todos los medios que los pueblerinos se queden con el fruto de su acción ilegal, las cajas de whisky. Sus simpatías por ese personaje, aparte de por la disonancia o punto de vista a la contra, estaban también relacionadas con el hecho de que veía a ese inglés como el más escocés de todos. “Es la única figura calvinista puritana, y los demás personajes no son escoceses: ¡son irlandeses!.” Sería el primero de los forcejeos, o la primera de las contrariedades, que sufrió MacKendrick con los productores en su carrera, porque Balcon ordenó realizar un nuevo montaje, que encomendó a Charles Crichton.
Una de las más notables cualidades de MacKendrick consiste en desestabilizar los mecanismos de identificación del público, centrándose en personajes que no son ni positivos ni ejemplares, o dejando sin asideros al espectador porque todos tienen sus razones o su falta de razón ( y no porque estén errados, y funcionen por mero egoísmo, dejan de estar convencidos de la justicia de sus actos, como pasa con Wagget), sean, por ejemplo, los atracadores o la anciana de El quinteto de la muerte, el empresarios o la tripulación de la barcaza en La bella Maggie, el inventor y los empresarios de El hombre vestido de blanco o los niños y los piratas en Viento en las velas. Eso hace que no incurra en el maniqueísmo, como sí hacen otros cineastas que tienen que dejar claro que están por encima de los personajes, incluso cuando no deja títere con cabeza en No hagan olas, o especialmente en ese prodigioso retrato sobre seres abyectos que es El dulce sabor del éxito. Podemos ponernos de lado del pueblo, en su brega por poder disfrutar del whisky, pero MacKendrick no hace de Wagget un personaje antipático, sino alguien que se ajusta a sus principios (como hacen los lugareños con sus tradiciones), y que se ve superado por las circunstancias (o las hábiles tretas de los pueblerinos para que no encuentre las cajas).
Wagget vive en su particular mundo, juega a los soldados, lejos del frente, en esta apartada isla, realizando absurdas maniobras como poner obstáculos de alambradas en la carretera, por si tuviera lugar una invasión. Hecho que se volverá contra él en el antológico último tramo cuando Waggett, con los representantes del gobierno o Excise officers (comandados por Mr. Farquharson, Henry Mollison, el cual, con sardónico estoicismo por cómo el pueblo dribla sus inspecciones, no deja en todo momento de cortarse las uñas), realiza una carrera contrarreloj contra el camión en el que viajan los lugareños para llegar antes a la cala donde tienen la caja de whisky, y después una persecución del camión ya cargado (no sólo se encuentran con los obstáculos, sino con francotiradores apostados, como bien había instruido a los hombres a su mando si hubiera invasión). Pero Wagget no está al mando de nada (hasta a su superior, al que llama por teléfono, le parece absurda su obsesión por confiscar las cajas: le dice que le guarde una a él).
Más antipática resulta Mrs Campbell (Jean Durcell), la severa madre del apocado George (Gordon Jackson), a quien encierra en su habitación por contrariarla y pretender casarse. Es inflexible hasta con Wagget cuando éste requiere conversar con George, que es su ayudante de campo, no permitiéndoselo. Con perplejidad Wagget comparte con su esposa la inusitada circunstancia de que su ayudante de campo esté recluido, cual prisionero, por su madre. ¿Cómo no se va a simpatizar también, pese a lo poco que uno se identifique con él, con alguien como Wagget a quienes todos, y todo, contraría, incluida su esposa, quien se ríe a carcajada batiente en las secuencias finales cuando se entera de que es Wagget el único que se verá en situación delicada porque las cajas que Wagget creía haber enviado con munición, que quería cambiar, estaban llenas de botellas de whisky? Mackendrick no se regodea en su impotencia o patetismo sino que matiza con la pincelada del desvalimiento (el último plano que le dedica, un plano general, con él de espaldas, en el ferry que le aleja de la isla que le dedica, es elocuente al respecto). Por eso, más que simpatizar el término más adecuado sería empatizar. Es el hombre contra todos, como lo era el inventor de El hombre vestido de blanco, pero no por ello detentadores de la perspectiva más ecuánime. Pero no son solo los que obstaculizan. McKendrick los enfoca desde el ángulo del matiz que hace comprender su circunstancia a través de sus convicciones. Del mismo modo que se empatiza con la desesperación, o frustración marital, que subyace en la urgencia del empresario de La bella Maggie para que su carga llegue cuanto antes los ladrones, aunque se torne desquiciado imperativo, o con los piratas, en El quinteto de la muerte o Viento en las velas, pero no por ello se comparte sus deseos de matar a la anciana o los niños (si el capitán será lo suficientemente flexible para evitar que sus hombres lo hagan, en cambio la ley será inflexible con ellos cuando les condene injustamente a muerte).
Mackendrick podía enfocar al personaje más obtuso y repelente desde un ángulo que evidenciara su vertiente frágil (en El dulce sabor del éxito, el amor por su hermana del inclemente columnista), o incluso redimirle, como en un solo plano, o soberbia elipsis, a Mrs Campbell: Durante la fiesta de compromiso en la que los personajes ríen, bailan y beben, ella permanece con su gesto adusto mirando con expresión recelosa y torva a un vaso de whisky a su lado. Hasta que planos después vemos su expresión transfigurada, radiante, dando palmas; la cámara realiza una breve panorámica hacia el vaso, que está ahora vacío. Es ese júbilo de celebración vital contagioso el que transmite toda la obra, que se refleja en momentos esplendorosos como el encadenado de rostros felices bebiendo el whisky tras 'rescatarlo' del barco embarrancado, o ese cielo iluminado que parece la afirmativa respuesta divina a las plegarias, que se corresponde al rostro feliz del anciano postrado tras la buena nueva de que de nuevo podrán disfrutar del agua de vida. Como esta obra que es pura luminosa afirmación de vida

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