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martes, 7 de julio de 2020

El magistrado

Un agente de seguros es figura nuclear tanto en El magistrado (Il magistrato, 1959), como en Años rugientes (Gli anni ruggenti, 1962), ambas de Luigi Zampa. Respectivamente, constata tanto la incertidumbre del curso de la vida (y sobre las decisiones que se adoptaran ante la amenaza de la precariedad) como la dificultad de efectuar un juicio consecuente, y ejerce de contrapunto metafórico de la suficiencia de quienes controlan el escenario del poder como si la realidad fuera una parcela de su propiedad. El magistrado conecta con una obra precedente de Zampa, Proceso a la ciudad (1952), en la cual el procurador Spicacci (Amadeo Nazzari), cuando investiga la muerte del matrimonio Ruotolo, constata que no hay solo un criminal que ejecutó el crimen, sino que la gangrena se propaga por toda la ciudad, ya que sean los ciudadanos o los representantes institucionales, la connivencia de su silencio es igual de responsable, motivo por el que decide procesar a toda una ciudad, cómplice de una ley no escrita que propicia la alianza de míseros intereses y el empeño de las vidas. En las primeras secuencias de El magistrado, el magistrado Morandi presenta su renuncia a su superior. No se considera capacitado para esa tarea porque le parece insuficiente lo que se determine o dictamine; no es en sentido estricto justa, porque acusar de asesinato a quien realizó el crimen de modo efectivo no exime a quienes, en su entorno, son responsables de modo directo o por omisión. Considera que un veredicto de culpabilidad para el asesino no rasca sino la superficie, no responsabiliza del modo preciso, no es una acción desconectada de una circunstancia colectiva. Es una cuestión de tumor social, la infección de un sistema que debería ser atajada. Una infección que puede propiciar muertes o suicidios por desesperación, en ambos casos, por la dificultad de subsistencia. ¿Por qué condenar a quien es tanto una víctima como un asesino, cuando ha realizado este acto criminal por ser una víctima de una circunstancia de difícil resolución?¿Qué decisiones se pueden tomar por desesperación cuando se es responsable de una familia con varios hijos? Morandi siente que no imparte justicia si su labor se reduce a la consecución de un veredicto de culpabilidad para una singularidad, cuando es reflejo y consecuencia de un entorno y colectivo.
La narración visualiza el relato a su superior del porqué de su decisión. Se divide en dos subtramas que se conjugan como variaciones de una circunstancia colectiva, reflejos de la avería o corrupción de un sistema socio económico. En una, Morandi investiga un asesinato en el puerto que le conecta con las corrupciones y conveniencias que rigen el escenario laboral, las desproporciones entre lo que poseen quienes detentan una posición de poder económico y lo que poseen quienes rebañan la mínima oportunidad laboral de la que dispongan, dificultada por los obstáculos interpuestos (como esos barrotes de la verja de la empresa en la que esperan ser alguno de los elegidos para realizar el trabajo; pero lo consiguen quienes han pagado previamente para disponer de tal privilegio). En la otra, el drama se desarrolla, y degrada como la necrosis de un órgano, sin que Morandi lo advierta, aunque comparta piso (como inquilino provisional tras llegar de otra ciudad) porque en primer término centra, o distrae u ofusca, su atención, la relación con la hija adolescente de diecisiete años, Carla (Jacqueline Sassard), quien intenta convertirse en el centro de foco de atención del magistrado, esfuerzos que él elude aunque no pueda ocultar que no sienta cierta atracción. El drama lo sufre en silencio su padre, Bonelli (Francois Perier), un agente de seguros que es despedido en las primeras secuencias. Pero no comparte con su familia, con su esposa, Emilia (Ana Mariscal) y sus dos hijos, su circunstancia de desvalimiento. Busca desesperadamente un empleo, aunque sea comercial, para lo que carece de aptitudes, y a la vez intenta complacer el mismo ritmo de consumo y adquisición de su familia, aunque, en algún momento, para perplejidad de su esposa e hija, no pueda controlar una reacción de intemperancia (como cuando Emilia le comunica que ha comprado un televisor).
La circunstancia se angosta progresivamente para Bonelli, y dado que no ve otra opción para seguir sobreviviendo, no duda en aceptar un cargo que implica la connivencia, como subordinado o esbirro, con ciertos negocios que juegan con los límites de la legalidad. No deja de ser la misma actitud de enriquecimiento y aprovechamiento de otros que realizaba el empresario cuyo asesinato investiga Morandi. Pero si se es consciente de las circunstancias que han conducido a esas decisiones, sea la oposición por el asesinato o la connivencia con una corrupción, cómo se puede juzgar a ambos hombres sin tener en consideración el contexto, el conjunto social, el sistema. Esa impotencia es la que sufre Morandi, motivo por el que solicita su renuncia. Su superior insiste en que intente sostenerse en su ecuanimidad, en su sentido de la justicia. Es su único baluarte, aunque la decepción sea la recurrente consecuencia de sus procesos judiciales. Es la actitud que se puede equiparar a la de la esposa que no dejara de apoyar y esperar a su marido condenado a la reclusión en prisión durante años. Seguirá en prisión como seguirán siendo insuficientes muchas decisiones judiciales, pero esa integridad y esa entrega es el contrapunto que puede evitar que la corrupción y la apatía se propaguen de modo aún más agudizado.

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