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domingo, 5 de julio de 2020

La bella Maggie

La bella Maggie (The Maggie, 1954), es la cuarta de las cinco películas que Alexander MacKendrick dirigió para la productora británica Ealing, y la segunda, tras su opera prima Whisky a gogó (1949), que transcurre en Escocia. A diferente de aquella, parte de un argumento del propio MacKendrick, inspirado en los relatos de Vital spark, de Neil Munro, centradas en un barco de carga, un Clyde puffer, característico de esa zona. El guion lo desarrolló William Rose, quien también escribiría el de la siguiente, El quinteto de la muerte (1955). En las tres colisionan intereses y actitudes diferentes sino opuestas. En La bella Maggie, como en Whisky a gogó, entran en conflicto planteamientos o principios disimiles, entre los tripulantes del barco de carga descascarillado y deslustrado, que no respetan particularmente los reglamentos ni las normas, sobreviven gracias a las artes de la picaresca, y desarrollan su labor sin un sentido de la urgencia, y la mentalidad de un empresario estadounidense, Calvin B Marshall (Paul Douglas), que considera que todo debe realizarse con presteza, según unas previsiones y ajustado a unos patrones. Para él todo debe circular rápido, epítome de un sistema de vida que se ha ido agudizando hasta nuestros días (y al que ha respondido un virus que se define por la rapidez con la que se transmite; aunque no parece que hemos captado el mensaje que nos transmite). Los tripulantes de la Maggie ejercen de desestabilización de los propósitos del empresario como lo será la ancianita para los ladrones de El quinteto de la muerte. Sus intereses se verán contrariados y frustrados por otra forma de enfocar la vida (con la ayuda también del imprevisto azar, bestia negra del que basa su vida en la planificación y la urgencia de circulación y materialización). La diferencia sustancial de La bella Maggie con respecto a las otras dos películas es que la influencia del elemento desestabilizador influirá en la modificación de actitud o forma de conducirse de quien dispone de una mente demasiado cuadriculada ( o que padece la compulsión de que los acontecimientos y procesos se ajusten a sus coordenadas preestablecidas).
El azar, por ejemplo, interviene (o interfiere) para que lo imprevisto irrumpa en las previsiones de Marshall. El capitán de la Maggie, MacTaggart (Alex McKenzie) necesita 300 libras para renovar la licencia del barco de carga, para lo que acude a una oficina marítima de Glasgow. Es testigo de una conversación telefónica, la que mantiene el asistente de Marshall, Pusey (Hubert Gregg), atildado inglés que porta uniforme de atildado inglés (bombín, traje y paraguas), lo opuesto de la desgreñada apariencia de la Maggie y sus tripulantes. Pusey está intentado conseguir un barco de carga que traslade unos muebles de Marshall a una isla, pero en la oficina insisten en que no saben de ninguno disponible. MacTaggart ofrece la Maggie, y se aprovechará de nuevo del azar cuando Pusey, que le ha pedido como condición que le enseñe el barco, se confunde y cree que es el barco, de mucha mejor apariencia, que está al lado. MacTaggart, la necesidad manda, y la picaresca le inspira, no le corrige su error de apreciación. Pero Marshall no queda muy satisfecho con el contrato establecido, en particular, cuando vea que la Maggie es portada de periódico porque sin salir de Glasgow ha colisionado con un pilote relacionado con el metro. Es como si colisionaran épocas, o dimensiones, distintas.
Ese tipo de embarcación no se ajusta la imagen de eficiencia que alguien como Marshall aprecia o concibe como idónea y necesaria, por lo que se empecina en recuperar su carga, para que sea transportada a un barco de cargo con las correspondientes cualidades (la eficiencia, esto es, rapidez en ejecución). Pero Mac Taggart no comparte esa perspectiva, porque él considera que es capaz de realizar la tarea encomendada. La diferencia es la noción del tiempo. Para MacTaggart lo importante es que se llegue al destino, para Marshall es tan importante cuándo. La actitud de MacTaggart no sabe de medidas como tampoco de normas, como refleja el primer incidente que frustra el propósito de Marshall. Su ayudante, Pusey, que se ha unido a la embarcación en un canal para controlar que arriben al primer puerto para descargar, se ve involucrado en la caza furtiva que realizan dos de sus tripulantes y es el único que será detenido por los representantes de la ley. Marshall opta por intervenir él mismo, sin recurrir a delegados, e intenta reconducir los acontecimientos según sus intereses y concepciones abordando la Maggie y obligándoles a reconducir su dirección.
Pero sus planes y previsiones se verán desmantelados por el azar (los elementos: las mareas bajan y se quedan varados, en secano, a la espera que vuelva a subir la marea), la picaresca (MacTaggart provoca que se derrumbe el muelle, para impedir de ese modo que las pertenencias descargadas puedan ser transportadas al otro barco), la divergencia expeditiva (el grumete, Dougie, Tommy Kearins, le golpea en la cabeza cuando anuncia su propósito de comprar la Maggie; acción que evidencia la falta de empatía de Marshall, al que nada le importa las necesidades de la vida precaria de los tripulantes), la diferente medida del tiempo o planteamiento vital (MacTaggart realiza un desvío para asistir a un cumpleaños de un amigo que cumple 100 años, lo que implica pasar la noche y seguir bebiendo durante la mañana). En este pasaje, una adolescente comparte con Marshall su dilema sentimental con respecto a dos hombres. Uno es ambicioso, y asegura una vida de previsión y estabilidad material, mientras el otro es más modesto, sin más aspiración que ser un marinero. Para Marshall no hay duda en cuál debería ser la elección, el primero, pero para su sorpresa ella reconoce que cree que se inclinará por el segundo, porque con él sabrá que compartirá mucho más tiempo, ya que el otro estará absorbido por sus ambiciones laborales o empresariales. La diferencia entre cualidad de vida y cantidad que se consigue (atesora). Previamente, a través de conversaciones telefónicas, se ha apreciado cómo la relación de Marshall no carece de tensiones y disensiones. MacTaggart, en cierto momento, también le señala que no cree que sea un hombre precisamente feliz (con su vida, consigo mismo). En ese obcecado empecinamiento en que las cosas se hagan como quiere, en el barco que quiere, y en el tiempo que considera que debe realizarse, subyace una descarga de sus frustraciones o amarguras.
No deja de ser significativo que la carga, sean muebles, bañeras, elementos que configuran un espacio íntimo el cual, se aprecia, más bien parece inestable a la vez que varado, y más frágil de lo que quiere reconocer. La modificación de su actitud se verá reflejada en cómo se implica para arreglar la maquinaria de la Maggie, pero sobre todo, al encallar, con su decisión de desprenderse de su carga, en vez de condenar al barco de carga a que se astille con el efecto de las mareas. Por una vez, sacrifica lo propio. Aún más, no requerirá siquiera que le devuelvan el dinero adelantado (aunque para ello sea necesaria de nuevo la intervención del grumete). Empieza a calibrar las acciones mediante la empatía. No centra los acontecimientos en su ombligo, en lo que a él le afecta, en lo que demanda que se materialice con presteza, esa actitud que se ha ido enquistando como la predominante en nuestra sociedad del siglo XXI. La Maggie era el contrapunto que necesitaba para modificar su actitud, como lo es para nosotros el virus que sigue llamando a nuestra puerta, por si nos lo tomamos como una mera contrariedad inconveniente demasiado dilatada, para ver si sabemos reaccionar a tiempo y reajustamos nuestro modo de circular por la vida.

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