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lunes, 21 de mayo de 2018

Borg McEnroe

La similitud de los opuestos. ¿Y si la sombra que temes que derroque tu reinado es la de aquel que dejaste de ser para lograr convertirte en el número 1? Los tenistas Bjorn Borg y John McEnroe parecían opuestos. El sueco representaba el modelo de temple y caballerosidad, el hombre frío que no se dejaba superar por las emociones, y mantenía el control en cualquier situación. Era admirado por su juego pero también por su conducta. El estadounidense parecía un adolescente que con facilidad se dejaba dominar por los berrinches, como un niño caprichoso, colérico, dado a reacciones intempestivas y confrontaciones con los árbitros, las figuras de autoridad, con los que se enzarzaba en discusiones que interrumpían el desarrollo de los partidos. Admiraban su juego pero no su conducta, por lo que solía ser recibido con abucheos. Los nombres de ambos no aparecen separados por un versus (contra), en el título, Borg McEnroe (2017), de Janus Metz, sino juntos como si formaran parte del mismo nombre, como si fueran uno. El desarrollo de la narración evidenciará las convergencias y similitudes entre dos opuestos que con el tiempo llegarían a ser grandes amigos. Porque lo que parece el primer enfrentamiento entre dos rivales por una corona, el triunfo en Wimbledon, no fue sino el inicio de una hermosa amistad.
El acontecimiento, o la circunstancia, nuclear, la aspiración, y climax narrativo, por tanto, es la final que Borg y McEnroe disputaron en 1980 en Wimbledon, considerada como uno de los hitos del tenis. Borg ya había ganado en cuatro ocasiones, de modo consecutivo, el torneo. Por primera vez, en la era abierta, alguien podía ganarla por quinta vez. Pero en el horizonte aparecía un rival que sí consideraba factible que le derrotara (ya lo había hecho en otros torneos), y más aún que hiciera, por extensión, peligrar la posición de número 1 que Borg detentaba desde hacía alrededor de tres años. El desarrollo narrativo, que se modula con precisa y vibrante graduación, alterna los diversos partidos de ambos contendientes, en las previas eliminatorias, con saltos atrás en el tiempo, desde la perspectiva de uno y otro (aunque con más atención a Borg), que evidencian sus coincidencias y similitudes, como su aspiración a ser el número 1, en el caso del sueco como su única finalidad (para él se es el número 1 o nada), y en el del estadounidense, por influjo familiar, y por tanto presión implícita, como los alardes de su habilidad para el cálculo mental que le obligaban a hacer ante invitados (que puede reflejar sus constantes confrontaciones con las figuras de autoridad en el terreno de juego).
Y en particular, en esa estructura fractal, que admirablemente, valga la paradoja, galvaniza piezas a medida que perfila lo que une a uno y otro, se explora el por qué del manifiesto temor que Borg (Sverrir Gunadsson) siente con respecto a McEnroe (Shia Le Bouf) y que le desestabiliza en tal grado, inoculándole creciente inseguridad, en algunos de esos previos enfrentamientos con otros jugadores, que incluso se extiende a sus relaciones afectivas, minadas por sus reacciones coléricas con los que más ama y aprecia, su pareja, la también tenista Mariana Siminonescu (Tuva Novotny) y su entrenador, Lennart Borgolin (Stellan Skarsgard). Su pánico es de tal envergadura que desquicia la enajenación medida que le ha convertido en número 1. La enajenación de alguien extremadamente maníaco del control, por lo que su vida, cual atleta espartano, se vertebra sobre los rituales y las rutinas, como la diaria revisión de las cuerdas de sus múltiples raquetas. Su vida la teje con unas cuerdas que lo ha convertido, comprimido, en un controlado volcán, que proyecta esa exuberante energía interior en los medidos proyectiles de su juego.
Por eso, Borg sabe que en las reacciones coléricas de McEnroe no hay aleatoriedad, son su particular rutina, con la que afianza su control y dominio de la situación. Por eso, hace temblar las cuerdas de su exacerbado control, porque sabe, también, lo que indican, y por eso, lo siente como una amenaza manifiesta y factible, como una derrota anunciada, tarde o temprano, aunque no fuera ese año. Borg, cuando aún era un joven tenista que no había cumplido quince años, se caracterizaba también por sus reacciones coléricas, sus enfrentamientos con las figuras de autoridad. Borg ve en McEnroe a su propio pasado, al que controló y amordazó, por instrucción de Borgolin, para amplificar su talento y convertirlo en dominio absoluto. De hecho, en ese partido de 1980, en el que McEnroe logró superar cinco pelotas de set y partido de Borg e incluso ganar el tie break de ese cuarto set, en ningún momento se dejó llevar por reacciones intempestivas. Y, efectivamente, un año después sería McEnroe quien vencería en su nuevo enfrentamiento en una final de Wimbledon. Borg decidiría entonces retirarse, aunque tuviera sólo 26 años. Sabía que otro sería un número 1, la sombra que venía de su propio pasado, como si viera a su mismo reflejo pretérito tomando su relevo. Y también que uno y otro eran similares aun diferentes. Por eso, esa sintonía que ambos sintieron y que se refleja en la hermosa secuencia de su despedida en el aeropuerto. El adolescente que siente que le aceptan, y el adulto que sabe quién es el que pronto detentará el dominio. Jonas Struck & Vladislav Delay componen una excelente banda sonora

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