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sábado, 19 de mayo de 2018

Lean on Pete

La vida y sus accidentes. ¿Y si sientes ya que tu vida puede terminar en cualquier instante cuando apenas comienzas a dar los primeros pasos que tantean y esbozan direcciones, cuando aún la vida es un horizonte incierto por perfilar? En la anterior obra del cineasta británico Andrew Haigh, 45 (2015), la protagonista, Kate (Charlotte Rampling), miraba atrás y contemplaba una intemperie, la vida despojada de la ilusión escénica que la había sostenido: durante todos esos años su marido realmente añoraba a otra mujer que había fallecido en un accidente: era una sustituta, su relación una ficción consoladora. ¿Qué vida había vivido?. En la también excelente Lean on Pete (2017), adaptación de un novela homónima de Willy Vlautier, Charley (extraordinario Charlie Plummer), un adolescente de 16 años, que vive con su padre, Ray (Travis Fimmel), en una pequeña población del noroeste estadounidense, contempla la vida, en principio, como un posible sprint fulgurante, como los que realiza el caballo Lean on Pete, con el que se encariña, aunque los giros de la vida, de esa imprevisible carrera que es la vida, determinará que la vea como una intemperie en la que será difícil sostenerse porque no sabes de dónde surgirán los focos que te cieguen y arrollen. Lean on Pete se puede traducir como Apoyarse sobre Pete. Pero no hay donde apoyarse con la seguridad de que la vida no pueda ser segada de modo imprevisto. La vida no es una casilla estable en la que puedas sentirte inmune, como ese dilatado encuadre del desayuno junto a su padre, en las secuencias introductorias. Lean on Pete se despliega en sus primeras secuencias como el cuerpo que se despereza, como quien comienza a recorrer el entorno alrededor y descubre espacios que desconocía, la vida como una sucesión de posibles, aunque pronto comenzará a sentir cómo se irá agrietando de modo irremisible por la sucesión de inclemencias y adversidades.
Los caballos de carrera, cuando terminan su ciclo competitivo, porque ya no rinden, son destinados a Mexico con destino al matadero. Cuando no se trunca antes, por alguna lesión fatal. La vida se define por lo imprevisto. Corres por la calle, y alguien te solicita que le ayudes a cambiar una rueda porque tiene lesionada una muñeca, y eso deriva en que te contrate para ayudarle con los caballos con los que se gana la vida en el circuito de las competiciones. Los imprevistos pueden ser accidentes de otra índole. Una sombra que irrumpe en la noche con la furia del sentimiento despechado, un coche que surge de la oscuridad y te atropella cuando te asustan las luces y los ruidos de los automóviles. En cualquier instante, el escenario de tu vida es otro, se resquebraja el cristal que creías que te mantenía a salvo. Charley huye con el caballo, Lean on Pete, que está destinado al matadero. Charles no quiere que su horizonte de vida sea como un matadero. Pero no hay donde apoyarse, porque se siente como él. No quiere montarlo porque para él ese caballo es como él, no es algo que se utilice, y explote, hasta que ya sea desechable, o prescindible. Quiere que sea el reflejo de como quiere que sea la vida, lo contempla y trata como a sí mismo. Pero uno y otro son vulnerables. En cualquier momento, ese fuera de campo que es la vida puede irrumpir y arrasar con todo aquello que creías estable. O simplemente, vivo. No puedes sortear a los imprevistos, pero eso no significa que no quieras huir de los accidentes. Aunque los accidentes te persigan, porque no se puede controlar los acontecimientos, su impredecible combinación. Cuándo se estropea el motor de tu furgoneta, cuándo se puede asustar tu caballo, cómo reaccionarán los otros, y quizás de un modo que sea perjudicial para ti, porque quieran sustraer lo poco que tienes.
Ese fuera de campo irrumpía en la vida de Kate y efectuaba una demolición completa. Su vida ya no sería la misma, sino una herida abierta. El escenario había sido desmontado, y había irrumpido, como una infección, la constancia de un engaño de vida durante 45 años. No era lo que creía que era. Si alguna certeza puede tener Charley es que por cualquier esquina o ángulo la vida puede irrumpir como un filo que extraiga un trozo de su vida, incluso aquel que más ame. En ese sentido evoca la conclusión de la magnífica It follows (2014), de David Robert Mitchell. No será un película que se pueda catalogar en el género de terror, pero también confronta con la posibilidad de lo terrible al acecho en la vida, la constancia de nuestra vulnerabilidad y fragilidad permanente. Su estilo, más bien, conecta con el cine de Kelly Reichardt, en particular Wendy and Lucy (2008), y road movies de los 70 u 80, como Malas tierras (1973), de Terrence Malick, pero aún más de cierto cine europeo, Messidor (1979) de Alain Tanner o Sin techo ni ley (1985), de Agnes Varda, por esa apariencia episódica, deshilvanada (como realidad, a su vez, que se va deshilachando), que capta lo inmediato de los instantes, el desplazamiento o deriva en sí, con la paradójica combinación de lo inconcluso, por incierto, y de lo finito, por desvalimiento.
Y también, como esas obras citadas, porque Lean on Pete es una narración que se gesta lenta y gradualmente: cómo germina una ilusión, una conexión, el esbozo de un escenario de vida que se desea habitar, y cómo, de modo imprevisto, se fractura, y lentamente, en un viaje hacia la sustracción de cualquier ilusión de permanencia o estabilidad, se pulveriza y degrada, como una implacable demolición. Y todo planteado con una desarmante naturalidad. No hay filtros en su deriva, como unos espacios pocas veces se han presentado tan desnudos, como pedazos de vida en estado bruto. Abstracciones, los despojos y la intemperie, que son pura concreción.
En la espléndida primera novela de Vlautin, Vida de motel, ya aparece, en un breve pasaje, un anticipo del protagonista de Lean on Pete: un chico que huye de algo, al que se encuentra el protagonista en un saco de dormir que no protege lo suficiente de la helada que cae, y al que prestará el dinero necesario para que coja el autobús en dirección a Laramie, donde vive su tía. De ese pasaje brotaría su tercera novela, Lean on Pete. En una de las primeras páginas de Vida de motel escribe: Mala suerte; la sufren muchas personas a diario. Es una de las pocas certezas absolutas. Siempre está al acecho, siempre está esperando. Lo peor, lo que más me asusta, es que nunca se sabe quién ni cuándo se la va a encontrar. La narración de Lean on Pete se afila, se hace abismo, y desolación, acompasada a la mirada de un actor en estado de gracia que nos hace sentir que la vida es una intemperie en la que no sabes cuándo ni cómo acontecerá ese accidente que te eliminará de un espacio que no puedes siquiera ya sentir escenario, porque cualquier escenario te haría sentir una ilusión de refugio, de que todo está en su sitio. Pero no, no puedes dejar de mirar atrás, ni alrededor. El accidente impredecible te sigue, al acecho.

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