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sábado, 26 de mayo de 2018

Corporate

Las miasmas corporativas. En Corporate (2017), de Nicolas Silhol, Emilie (Celline Sallette), gestora responsable del departamento de recursos humanos de los servicios financieros de la empresa Esen, tiene la costumbre, durante la jornada laboral, de aplicarse desodorante en las axilas y cambiarse de camisa, en su coche aparcado en su plaza de un aparcamiento subterráneo. Es una metáfora del hedor que transpira su dedicación, persuadir a los empleados que la empresa quiere despedir de que son ellos los que toman la decisión de dimitir gracias a la táctica de ofrecerles la opción de un traslado que no pueden considerar viable. Una retorcida estrategia que culmina otras previas tácticas de desgaste que intentan que el empleado decida dejar el trabajo. Son las miasmas corporativas que buscan camuflarse tras la imagen oxigenada, la aséptica apariencia de una actitud empresarial para la que priman los beneficios, los números, no las condiciones laborales del empleado, en todo momento potencialmente prescindible. La empresa no se siente responsable de sus trabajadores, simplemente son sus instrumentos. En la empresa que dirige Froncart (Lambert Wilson) se destacan dos términos, corporate, que alude a que lo importante es la empresa, en la que se supone todos conforman un equipo, como se refleja en esas primeras imágenes, en la que compiten con trineos en la nieve que conducen perros. Pero es una ilusión que esconde sus colmillos. Y la segunda, es este término que se ha extendido como una infección en el territorio empresarial: proactivo. Esa palabra que se supone incentiva la determinación del emprendedor, sin depender de voluntades ajenas, pero no deja de ser el eficiente proceso de enajenación para conseguir (o aprioparse de) la incondicional entrega del trabajador, instrumento que piensa que dispone de voluntad.
Emilie dejará de aplicarse el desodorante cuando tome consciencia de que ya no será gestora de las miasmas, sino que estas la utilizarán como chivos expiatorio para limpiar cualquier mácula de responsabilidad en el suicidio de un empleado que se lanzó al vacío desde uno de sus pisos. Un trabajador que no aceptó la huidiza estrategia de la empresa, y buscó la respuesta directa, y en primer lugar, en quien debía ser específica, con respecto a su evaluación, o sus difusos términos, su gestora de recursos humanos, Emilie, quien sintiéndose acosada, le expone con crudeza, o con la actitud directa que debía haber adoptado en principio en vez de rehuirle, que ha sido despedido. La corporación como simulacro de armonía de conjunto, simulacro hasta en las acciones de purga de sus empleados.
El guión de Silhol y Nicolas Fleureau, se hace eco de una dinámica laboral predominante en las corporaciones, la que determinó una sucesión de suicidios entre los que eran despedidos en France Telecom, en la que trabajaron los padres de Fleureau. Se registraron 35 suicidios entre el 2008 y 2009: la empresa, tres años después, sería imputada por acoso moral a los empleados. No mata la verdad, sino la mentira, como expresa Emilie en cierto momento. La narración matiza con precisión la evolución de su personaje. Quien actúa como el modélico prototipo de esbirro, de mando intermedio, modifica su actitud, en primera instancia, por sentirse eliminada del juego como movimiento estratégico conveniente para la empresa. Se encuentra en la posición de aquellos a los que notificaba, de modo aviesamente indirecto, que la empresa no contaba ya con ellos. Pero a medida que avanza ese proceso, que se convierte en otra guerra de guerrillas, de movimientos tácticos, rostros que varían sus semblantes, o se tornan sobre todo ya huidizos. Emilie acerca su actitud a la que representa la inspectora laboral, Marie (Violaine Fumeau). Le pide incluso que la permita acompañarla en la inspección de las condiciones de seguridad de un edificio en construcción, en donde de nuevo se hace manifiesto que las medidas de seguridad para los trabajadores no es la prioridad, sino la agilización de procesos para economizar gastos.
La narración se define por su capacidad sintética, y una medida distancia. Queda ya reflejado en el plano de apertura. Desde el exterior, vemos cómo, en su despacho, Emilie conversa con una empleada a la que esta sugiriendo un cambio en la empresa, esto es, aplicando la táctica de zapa de desgaste para que, por no poder encajar la posibilidad de ese cambio, decida dimitir. Las cristaleras están decoradas con unas finas rayas horizontales, lo que transmite la idea o sensación de prisión o cautiverio, además de la interposición de distancia que representa el mismo cristal. Todo es cristal, hasta las buenas maneras o las sonrisas de condescendencia o interesada avenencia. Pero, afortunadamente, Emilie dispone en su escenario íntimo del reflejo que la ayuda a tomar un riesgo que es raro que se adopte en nuestros tiempos de pragmática de la mirada baja o mirada a otra parte, esa que no se ve capaz de enfrentarse a la autoridad de su empresa, pero suspira aliviada, aunque no lo manifieste, cuando otro compañero es el que resulta despedido y no uno mismo. Emilie tiene un marido que decidió un año atrás dejar su propio trabajo para trasladarse junto a ella, cuando fue contratada por la empresa, dedicándose durante gran parte de esos meses al cuidado del hijo mutuo. Esa actitud sacrificial, entregada, que no prima el propio interés en primer lugar, y que es capaz de cuestionarla sin vaselina pero manteniendo el fiel apoyo, es el principal estimulo que la propulsa a combatir al inclemente escenario del cristal que procrea zombificados esbirros proactivos.

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