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martes, 31 de enero de 2017

Tsuma to shite onna to shite (Como esposa, como mujer)

Puedes enfocar la vida desde la perspectiva de que todo está en función de ti. Las criaturas animales están ahí, existen, para nosotros. El mundo alrededor se subordina a nuestra voluntad, a nuestras apetencias. Vives para ti. Puedes enfocar la vida desde la perspectiva de que la realización está en vivir para los demás. Por ejemplo, para tus seres queridos, tu familia, tu matrimonio. Esas opciones se discuten durante una comida de la familia Kuono en una de las primeras secuencias de ' Tsuma to shite onna to shite' (1961), de Mikio Naruse. Su emplazamiento narrativo es equiparable a los posados en las fotografías de eventos. Son pensamientos que responden a la conveniencia, a lo que se prefiere pensar de uno mismo. El desarrollo narrativo demolerá y despellajará sus inconsistencias, cuánto hay de inconsciencia y de inconsecuencia, de contradicción. Los actos no reflejan lo mismo que las palabras que se dicen, o que se dice a uno mismo. Quien afirma lo primero es aún joven, la hija mayor, aún no se ha confrontado con las consecuencias en la vida de los otros de las acciones caprichosas y egoístas. Quienes afirman lo segundo, ya son adultos, y sus palabras, sus aseveraciones, se develaran falacia que se disimula entre sonrisas de porcelana.
El título de la película se puede traducir como 'Como esposa, como mujer'. Explora los reversos, las fisuras, de ambas concepciones, la raíz torcida de los roles femeninos subordinados a la voluntad masculina en la cultura japonesa, la frustración y las incoherencias consigo mismas reveladas en la insolidaridad, en la rivalidad, en vez de en la sublevación. Hay una esposa, Ayako (Chiwake Awashima), pero hay otra que vive y actúa y siente como esposa, aunque su rol, marginal, sea el de amante desde hace diez años, Miho (Hideko Takamine). Miho se siente nada, se siente desprovista de su vida, de sus ilusiones, abocada a los márgenes oscuros de la clandestinidad, esa en la que abruma desenvolverse con naturalidad porque en la habitación de al lado hay alumnos suyos, como le ocurre a Keijiro (Masayuki Mori) en uno de esos encuentros, un detalle que hace sentir a Miho que su vida permanece atascada, cautiva, en de una ilusión que nunca se cumplirá. Aún más, su condición es aún peor que la de otras tantas mujeres que sostienen su economía con los negocios que les facilitan los hombres de los que son amantes. Pero el negocio, el bar, que Miho rige está a nombre de Ayako, la esposa, y si decidiera romper con Keijiro no le quedaría ni la posesión de ese negocio en el que incluso ella ha invertido en su mantenimiento. Por añadidura, los dos hijos de Ayako, estéril, son los de Miho. Nada le queda a esta si buscara definir su futuro sin depender de Keijiro, ni el sostén económico de un negocio, ni siquiera sus hijos, ni por supuesto el amor de Keijiro.
Miho no es esposa pero tampoco se siente mujer, porque parece más que le hubieran despojado de sus entrañas, como una mera sombra, mientras otros viven esa vida de pose de fotografía en otros eventos como si su vida no se afirmara sobre el destrozo de otras vidas. Por eso decide decir a sus hijos que es su madre, porque quiere volver a sentir que sí es posible sentir la vibración de montaña rusa en su vida detenida, sustraída. En las secuencias finales en las que ambas mujeres se enfrentan, porque Miho está resuelta a recuperar al menos a su hijo pequeño, Keijiro permanece en segundo plano, como si nada dependiera de él, aunque reconozca que todo ha ocurrido por causa de su cobardía. Su comodidad, el enfocar la vida en función de él, de vivir para él y sus apetencias, como si se dejara llevar por los acontecimientos sin que él los determine, ha provocado la desgracia de ambas mujeres, no sólo la de Miho, con cuyas ilusiones ha jugado con su inconsciencia, sino la de su esposa quien tuvo que aceptar durante dos décadas que había otra mujer que no sólo era su amante sino la proveedora de sus hijos. La sutil progresiva narración de Naruse que se desplaza desde las superficies hasta las turbias y cenagosas profundidades, desentraña las inconsistencias de una cultura y de un enfoque de vida que no se modifica sino que se parchea mientras unos y otras siguen aceptando su posición en un escenario infectado.

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