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martes, 3 de enero de 2017

Acosados

La dirección narrativa del sugerente noir 'Acosados' (The chase, 1946), de Arthur Ripley, con guión de Philip Yordan, quien adapta un relato de Cornell Woolrich, puede ser imprevista como lo pueden ser las direcciones de la vida. No sabes una decisión qué rumbo puede determinar en tu vida, como puedes anticipar, especular con las posibles, que a veces se enroscan en sueños o pesadillas. Puedes encontrarte con un cartera rebosante de dinero cuando observas con una mirada que saliva de hambre cómo preparan un suculento desayuno en el escaparate de un restaurante. Carencia, deseo, posibilidad de consecución. Scott (Robert Cummings) es una figura vagabunda, como el residuo de una onda expansiva, la de la guerra que acaba de finalizar. Es una figura atormentada por el pasado, que padece un neurosis de guerra, y desesperada por encontrar el modo de definir un futuro. Una cartera repleta de dinero invita a la inmediata satisfacción de las perentorias necesidades. Pero su decisión le define: decide, tras simplemente pagarse un opíparo desayuno, entregar la cartera con casi todo su dinero a su dueño. Como toda decisión puede acabar en un mero callejón sin salida, o puede generar consecuencias imprevistas.
Pueden ser siniestras, tanto como la guerra que acaba de padecer, como conocer a un ser cruel como Eddie Roman (Steve Cochran) que disfruta con el daño y mantiene reclusa a quien desea, Lorna (Michele Morgan). Su forma de mirar y sonreír a quien acaba de cortarle el pelo cuando le pregunta qué se siente siendo peluquera resulta aún más inquietante que la bofetada que le da a la manicura por hacerle daño al moverse. Su asistente, Gino (Peter Lorre), también parece pertenecer a la rama reptiliana humana. No se sabe si resulta más inquietante cuando te mira con su expresión acuosa o cuando te habla con la mirada baja, como si dirimiera de qué modo hacerte daño. Scott sustituye un uniforme por otro, el de soldado por el de chofer, como varían los escenarios de las guerras.
Claro que también pueden ser consecuencias luminosas, como conocer a una mujer de la que te enamoras, Lorna. Pero la conjunción, en una misma circunstancia, de lo siniestro y lo luminoso es fácil que derive en colisión y conflicto. Por lo que se hace necesaria una fuga de un escenario que más bien parece invitar a la frustración y al padecimiento. Hay una belicosidad, una inclinación a infligir el daño, en el ser humano, que no necesariamente se manifiesta en los declarados tiempos de guerra. Huir de esa tendencia humana para encontrar la circunstancia idónea puede resultar complicado, y puede acrecentar la ansiedad, las pesadillas. Todo puede ser, porque del mismo modo que encuentras una cartera rebosante de dinero que puede solucionar tu circunstancia desesperada, o quizá aún más bien complicártela, la combinación aleatoria del azar puede enmarañar tus posibilidades: alguien que te ve comprar un billete puede conocer a quien no quieres que sepa que lo has comprado, y hacérselo saber sin intención alguna. Hay varios movimientos de cámara que se alejan del protagonista, y todos lo relacionan con quien puede marcar su destino de un modo u otro, Eddie. Cuando encuentra la cartera, cuando espera ante la puerta de su mansión, o cuando comienza a comprender que quizá la faltalidad no tiene por qué marcar su destino. La dirección narrativa nos muestra las diversas opciones, cuál puede ser el sendero, aquel que acaba en la realización truncada del sueño, o aquel que guía hacia la materialización de lo luminoso. Durante un tiempo, nos mantiene en suspenso, ignorantes de que lo que vemos es lo posible, como nos pasa cuando anticipamos aciagos acontecimientos futuros con la desconfianza de nuestro miedo. Pero no tiene por qué ser así. Es donde entra en juego la voluntad, aunque ciertamente también el azar no dejará de jugar sus bazas, y quizás sean favorables.

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