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viernes, 8 de agosto de 2014
Esposa
Unas voces interiores que reflejan una distancia. Viven juntos pero separados. Inician su día, pero su matrimonio parece estancado hace tiempo. Diez años que ya parecen los de una condena. Sus voces interiores, las emociones y los pensamientos que no se comparten mientras sus cuerpos se cruzan en silencio, cual fantasmas, reflejan un descontento, decepción y hartazgo. Es el comienzo de 'Esposa' (Tsuma, 1953), de Mikio Naruse. Un comienzo que parece un final dilatado. Un final que se ha mantenido en suspenso. Mihoko (Mieko Takamine) se queja de las nulas atenciones de su esposo o de su escasos ingresos que han determinado que ella tenga también que trabajar. Toichi (Ken Uehera) sale para ese trabajo que tan poco le reporta. No soporta ya el desgaste de los continuos cuestionamientos de su esposa, que ya le parecen incluso mezquinos. Por eso, con ella, ha preferido sumirse en el silencio. Es un hombre que parece ir encorvado. Su esposa dice de él que parece ya un mero traje que no se sostiene. A un amigo de Toichi, su esposa le trata como si fuera ropa vieja. Ambas mujeres se quejan de que sus hombres no sepan ganar el dinero suficiente. Ambos hombres conjuran su frustración con la embriaguez, como aves cerniéndose sobre un abismo que es la barra de un bar.
Toichi le dice a uno de sus inquilinos, el pintor, que utiliza demasiados colores en sus pinturas, quizá porque él ya no sabe apreciarlos. Quizá por siente sólo grisura, o incluso, negrura en su vida. Su semblante parece en todo momento dominado por la pesadumbre. Por eso, no es de extrañar que se sienta atraído por su compañera de trabajo, Fusako (Yatsuko Tan'ami), en cuyo rostro parece esculpida de modo permanente una sonrisa. Cuando ella tiene que trasladarse a otra ciudad con su hijo, Toichi contempla el espacio vacío de su mesa del despacho como si le hubieran sustraído su aliento de vida. Y decide dar un cambio que es un salto en su vida. Hará lo mismo que la esposa de su amigo ha hecho con éste. Quiere dejar de ser un sombra encorvada, y desea transformarse en sonrisa que se yergue.
Será entonces cuando se perfile el por qué del título de la obra. Mihoko, pese a sus quejas e insatisfacciones, no acepta esa separación. En esa circunstancia puede actuar como mujer o como esposa, y decide actuar como esposa, sacando todo el armamento para presionar y conseguir que la otra mujer ceda y desista. No importa que entre ambos, en su matrimonio, el amor estuviera ya resentido y deteriorado. Al fin y al cabo, parece una infección extendida, dada la diversidad de rupturas de relaciones alrededor, alguna de las cuales, incluso, culmina con un suicidio. El final es como el principio que ya era un final. De nuevo las voces interiores reflejan una distancia. Siguen expresando su descontento. Están juntos pero probablemente aún más separados. Las sombras continúan encorvándose. Todo sigue en su sitio, o sea, desencajado.
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