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lunes, 28 de julio de 2014

Anarchy. La noche de las bestias

'Anarchy. La noche de las bestias' (The purge. Anarchy, 2014), de James DeMonaco, en lo bueno recuerda al cine de John Carpenter, en lo malo hace añorar al cine de John Carpenter. Si en la anterior, 'The purge' (2013) prevalecía la influencia de 'Asalto en la comisaría del distrito 13' (1978), u otros pasajes de la obra carpenteriana centrados en el asedio a unos personajes encerrados ('La niebla', 'La noche de Halloween' o 'La cosa', aunque en esta la variante era la del asedio interno), en esta prevalece la dinámica del acoso o persecución a personajes en movimiento, un movimiento que es fuga y búsqueda de un refugio, como en '1997.Escape de Nueva York' (1981) o su secuela, '2013. Rescate en L.A (1996)'. Son las dos primordiales variantes sobre las que construye Carpenter el desarrollo situacional de buena parte de sus obras, a su vez inspirado en las variantes existentes en los westerns de Howard Hawks. La alegoría de 'Anarchy', esa noche permitida por el gobierno para que todos den rienda suelta a la violencia que deseen (y en la que agentes del gobierno incluso participan dado que los ciudadanos no purgan tanto como quisieran; o los ricos, bien protegidos, tienen su particular juego de Zaroff en una nave particular en la que cazan a los que capturan para ellos en la calle), comparte la corrosividad crítica del cine de Carpenter, sus invectivas a los estamentos de un poder, a sus abusos, a la enajenación social, aunque (aún) sin el (creciente) nihilismo de Carpenter (el final de '2013').
También comparte la tendencia a desarrollar los caracteres con escuetos trazos, pero ahí es donde suele estar más afinado Carpenter (no siempre todo hay que decirlo), también apoyado en la prestación de actores con más presencia o carisma. Los personajes de 'Anarchy' están desarrollados con débiles trazos, incluso el personaje con más contrastes o rugosidades, el protagonista, el sargento (Fran Grillo) que aprovecha la noche de purga para vengarse del hombre que atropelló a su pequeño hijo y acaba convirtiéndose en protector y guía de extraviados en la noche, a los que incluso salva de la muerte. Un personaje que, pese a todo, no ceja en su empeño de cumplir una venganza, de dar rienda suelta a su bestia, pese a los cuestionamientos de algunas de sus compañeras de viaje nocturno. Pero aunque la narración se desarrolla sin perder el ritmo, le falta aspereza e intensidad. Hay algunas imágenes turbadoras, como la de la chica ensangrentada en la acera que ve pasar al grupo protagonista en su huida, o el hombre de la visera con mandil y ametralladora, pero son demasiado fugaces, o acaban diluidas en un concentrado conjunto demasiado amazacotado. No es lo suficientemente escabrosa o infecciosa. Del mismo modo que resultan un tanto mecánicos los contrapuntos de conciencia pepitogrillana con la ceguera vengadora del sargento, la sucesión de acciones, o confrontaciones, violentas parece un muestrario un tanto esterilizado. Mucho músculo con mandil y máscara pero poca desesperación y sordidez. Se agradece el intento de sacudir cimientos, pero se echa en falta palpar los abismos.

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