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sábado, 20 de octubre de 2012

El malvado Carabel

Si robas, estafas o engañas, prosperarás. Es la máxima que se conciencia por asumir Carabel (Fernando Fernán Gómez) en El malvado Carabel (1956), de Fernando Fernán Gómez, cuando no sólo no consigue el aumento de sueldo que había solicitado a los directores de la empresa inmobiliaria en la que trabaja, y que era necesario para poder aspirar a casarse con la mujer que ama, Silvia (María Luz Galicia), porque ya se sabe lo importante que es la posición que detentas, sino que es despedido por cometer una indiscreción (la cual realiza con toda la buena voluntad del mundo durante, irónicamente, una carrera de empleados organizada por la empresa) que imposibilita otro engaño de sus jefes. Si eres un buenazo, asume, lo tienes crudo en la competición laboral, así que se esforzará en transmutarse en un malvado Carabel para conseguir prosperar, cual reverso de superhéroe. Claro que no es tan fácil dedicarse a las artes del engaño, se vale o no se vale, por lo que acaba pagando, pero no en un sentido figurado, porque la justicia y la ley caigan sobre él, sino literalmente, porque siempre acaba él dando dinero.
El trayecto narrativo de El malvado Carabel, regocijante adaptación de la obra homónima de Wenceslao Fernández Flores, orienta sobre los aspectos que hay que tener en consideración si se quiere dedicar al arte del latrocinio, de la estafa u otros embaucamientos: Por ejemplo, si decides utilizar a un niño que se ha quedado huérfano para lograr sacar dinero con él, tienes que tener en cuenta que no es elástico y no es tan fácil que pueda doblarse las piernas sobre el cuello para conseguir que lo contraten en algún circo para tú sacar dinero como representante; también has de tener en cuenta que si lo quieres utilizar para conseguir limosna procura que que la mano no la ponga con la palma boca abajo porque podrían pensar que está comprobando si llueve, y, además, asegúrate de que no le gusten los merengues ya que podía invertir lo que poco que consiga en darse el gustazo de comprar alguno. Hay que elegir bien el vestuario de ladrón de incógnito si quieres hacer una incursión nocturna en un edificio, porque puedes parecer un extraterrestre (un espermatozoide, si Woody Allen ya hiciera entonces cine), y si no has comprobado si había alguna fiesta de disfraces en el edificio corres el riesto de que te confundan con algún rico participante y, por añadidura, si te sorprenden en alguna habitación, de que te monten una pasarela improvisada para venderte algún modelito.
Si decides hacerte carterista de tranvía asegúrate de que el bolsillo en el que metes la mano no sea de tu propia chaqueta. Si intentas atracar a alguien en mitad de la noche procura convencer al atracado de que no es una broma que realizas en nombre de un amigo, porque puedes acabar tú dándole una peseta al sereno. Cuando robes una caja fuerte tienes que considerar que no se puede abrir así como así, y puede que tengas que hacer uso de explosivos que derrumben la caseta en la que tienes escondida la caja. Aún más, ten en cuenta que si esperas encontrarte con los millones que indican en los periódicos que la empresa guardaba y que, por tanto, son los que ha cobrado del seguro, lo tienes crudo: como mucho encontrarás un bocadillo envuelto en papel de periódico y gracias. La pasta para el poderoso, que suele ser más espabilado.
Fernando Fernán Gómez opta por estirar el absurdo hasta el disparate, haciendo de la narración un ejercicio semejante al de los espejos deformantes de las ferias (como los caretos que ejemplifica al niño, como referencia a emular, para conseguir sensibilizar a los viandantes cuando pida limosna). Sus cargas de profundidad sobre las dificultades de labrarse una vida estable (si eres honrado estas destinado a sufrir apreturas) son notables, y serán aún más contundentes en su posterior magnífico díptico La vida por delante (1958) y La vida alrededor (1959). No es sino la táctica del bufón, la vaselina de la ironía afilada a través de la distorsión extrema de quien se hace el loco para lograr sortear las aduanas de la censura. Sin duda, no ha perdido actualidad en los cincuenta años transcurridos, empezando por la máxima citada al inicio del texto, que aún sigue aplicándose como mandamiento de referencia, y continuando con los recurrentes trapicheos en el mundo de la inmobiliaria, coto de caza para la más depredadora vertiente de la picaresca española (hay quienes serían muy felices, como reconoció algún político no hace muchos años, si se pudiera especular con todo el suelo de la península). No hay que dejar de mencionar a grandes secundarios como Julia Caba Alba, como la tía de Carabel, que sigue un curso de hipnosis por correspondencia, Rafael López Somoza como el sabio vecino, o Manuel Aleixandre, como el dentista que se hace llamar estomatólogo aunque, por lo engolado que es, parece más bien, como le califica la madre de Silvia, estomagante.

1 comentario:

  1. La vida delante y La vida manda??

    Pd: No me extraña que la gente no haga comentarios en este blog. Llevo diecisiete minutos intentando adivinar los indescifrables códigos que la maquinita te exige para asegurarse de que no eres un robot...

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