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martes, 1 de noviembre de 2011

Terence Stamp, lo angélico y lo siniestro

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Terence Stamp, fotografiado por Eve Arnold, en 1965. Michael Caine, quien compartió piso con Stamp en la década de los 60, confiesa que suele despertar sudoroso en la noche tras una pesadilla en la que Stamp sigue su consejo de aceptar el papel protagonista en 'Alfie' (1966), de Lewis Gillbert. Papel que rechazó Stamp, y que interpretó Caine, suponiendo su salto a la fama. Stamp había debutado interpretando al marinero Billy Budd en la excelente 'La fragata infernal' (1962), de Peter Ustinov, un personaje turbador en su entorno como el que protagonizaría para Pier Paolo Pasolini en'Teorema', con esa ambivalencia que transpiran sus rasgos angélicos no exentos de un subterráneo matiz siniestro, explorado en sus turbados personajes en 'El coleccionista' (1964), de William Wyler y en 'Toby Dammit' el extraordinario episodio de Federico Fellini de 'Historias extraordinarias' (1968). Tras esta década, en la que también trabajaría con Ken Loach, Joseph Losey o John Schlesinger, su carrería se desvanecería en los 70, hasta que reapareció interpretando al general Zod en 'Superman' (1978), de Richard Donner, y ,sobre todo,en donde su papel tiene más presencia, en 'Superman II' (1980), de Richard Lester. En los 80 empezará a recuperar su actividad, ya canoso, sobre todo como secundario, como su breve pero impactante aparición, con resonancias de su Toby Dammit, en la esplendida 'En compañía de lobos' (1984), de Neil Jordan, o en las irregulares 'The hit' (1984), de Stephen Frears, 'El sicliano' (1987), de Michael Cimino o 'Wall street' (1987), de Oliver Stone. En los 90, tampoco muy activo, tuvo dos papeles e interpretaciones especialmente remarcables, en la exitosa 'Priscilla, reina del desierto' (1994), de Stephen Elliot, y en la sugerente 'El halcón inglés' (1999), de Steven Soderbergh, aparte de trabajar en 'Beltenebros' (1991), de Pilar Miró. Más presente en la pantalla en la última década, pocas obras hay que resaltar, más allá de las discretas 'Valkirya' (2007), de Bryan Singer o 'Destino oculto' (2011), de George Nolfi, siempre aportando su canosa distinción, su templada y circunspecta presencia de noble decadente y desapegado.

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