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martes, 2 de agosto de 2011

Las novias de Dracula

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La primera aparición de Drácula en 'Drácula'(1958), de Terence Fisher era la de una figura en sombras. En 'Las novias de Drácula' (1960), también de Terence Fisher, es en sombras, de nuevo, la primera aparición del vampiro, en este caso la del Baron Meinster (David Peel), una figura, además, encaramada a una balaustrada, mirando hacia el oscuro abismo. Una 'visión', de claro componente romántico (evoquemos aquel cuadro de Friederich) filtrada por la mirada de Marianne (Ivonne Monlaur), quien, a su vez le mira desde las alturas(como su fuera su propio abismo; y se aprecia, en el plano general, como esa figura de rasgos aún inciertos e indefinidos mira hacia ella; el abismo la mira). Como no iba a ser menos, se sentirá intrigada por esa figura, que está en el 'otro' lado de la mansión, a la que se accede por 'otra' entrada, y al que descubrirá encandenado (una larga cadena, que tiene enganchada en su pie; tiene coartado sus movimientos). Por supuesto, Marianne lo liberará ('desencadenará').
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Recordemos cómo Marianne ha llegado hasta ahí. Las primeras secuencias nos muestran a una calesa que surca el bosque a gran velocidad (¿el anhelo del deseo?). Una febrilidad, casi al borde del desbocamiento, que preocupa a la pasajera, Marianne, que se dirige a un colegio de chicas para trabajar como profesora (se deduce en ello que es su primera salida al 'mundo'; al afuera o a lo real incierto). La calesa se detiene, porque el conductor ha tenido la ilusoria impresión de que un 'cuerpo' se encuentra en mitad del camino. Pero no, es un tronco. Se puede decir que hay, palpitante, un anhelo de que el cuerpo se materialice ('realice'). Marianne es invitada por la misteriosa anciana baronesa Meinster (Martita Hunt) a su mansión, para pasar la noche (tras que un lacayo haya sobornado al conductor para que la deje sola en el pueblo), pese al miedo que muestran los pueblerinos a que eso ocurra, pero nadie se atreve a enfrentarse. Y, ya en la mansión, esa noche, Marianne ve desde las alturas a aquella figura en sombras y desencadena el instinto (una sugerente forma de sugerir a través de la puesta en escena cómo la ausencia o el fantasma del deseo se hace 'cuerpo' o 'presencia' es, en el montaje interno de las composiciones de plano, meiante las 'apariciones' vampíricas en el fondo del encuadre).
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Un instinto que no tiene límites. El hijo muerde a su madre, y esta será empalada, tras ofrecerse sin resistencia, por Van Helsing (el gran Peter Cushing) en una secuencia que claramente está planificada como un coito. Sólo hace falta apreciar el gesto risueño de la baronesa tras que la estaca la haya penetrado. Al final, el barón Meinster morderá al mismo Van Helsing, el cual deberá cauterizar la herida con fuego al rojo vivo y agua bautismal, mientras es contemplado por las novias del vampiro (claro que ¿son sólo ellas las 'novias' del ausente Dracula, o el mordisco citado insinúa otras tendencias del barón?). Incluso, el barón trae a Marianne para que Van Helsing vea cómo la muerde. Más variantes de disfrute sexual no puede haber; el instinto desatado no sabe de límites en el júbilo del placer. Las llamas, por ello, queman el deseo liberado, y un aspa de molino en forma de cruz 'aplasta' con su sombra al cuerpo que quiso dejar, precisamente, de ser sombra.
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‎'Las novias de Drácula' (The brides of Dracula, 1960) es otra de las grandes e insignes obras de Terence Fisher. Admirables las transgresoras y sutiles resonancias del guión de Jimmy Sangster, Peter Bryan, Edward Percy y Anthony Hinds. Fascinantes la dirección artística de Bernard Robinson ( con la que parece que estaba especialmente cautivado el actor David Peel) o la dirección fotográfica de Jack Asher.

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