Cada uno de nosotros
se sentía aislado a su manera. Atrapado en su propio bucle. A pesar de que el
bucle principal, nuestra conflictiva historia irlandesa, nos contenía a todos (…)
Todos estábamos atrapados en una red de mentiras. Los irlandeses venimos así de
fábrica. Ante la duda, miente; si te preguntan, invéntate lo que sea; si te
interrogan, niégalo todo (…) Era algo que no hacíamos nunca: nunca nos
cuestionábamos nada; de hecho mentíamos. Nos mentíamos a nosotros mismos más
que a ninguna otra persona. No nos quedaba otra. ¿Cómo, si no, íbamos a hacer
lo que hacíamos, día sí, día también? Como le dieras al tarro, estabas acabado. La acción dramática de los Por los buenos tiempos (Sexto piso), del escritor escocés
David Keenan (1971), transcurre a finales de los setenta, en Irlanda, en los
años posteriores al Domingo sangriento de 1972, los años en que los integrantes
del IRA que habían sido encarcelados realizado en 1976 la protesta de las
mantas (reemplazando los uniformes por mantas) o la huelga de hambre en 1981
que condujo a la muerte a Bobby Sands. Los jóvenes protagonistas de Por los buenos tiempos son su eco, como
la obra, publicada en el 2019, es también eco de nuestro presente. Los tres jóvenes
protagonistas tienen sus tres réplicas en universo de los seres con
superpoderes, Neutrino, la anomalía y el
chico de los rayos X en el Universo de la Antimateria. Si algo define la cultura
de nuestro siglo, en concreto el cine, no son los movimientos o las corrientes
de ruptura, sino los superhéroes. Lo cual amplifica la ironía de que una
criatura tan diminuta como el coronavirus nos esté apalizando (de un modo tan
merecido, por otra parte: somos los supervillanos de este relato). Vivimos con
cada más suficiencia (si es posible) y nuestra enajenación se ha quintuplicado
con las extensiones virtuales de las que tanto dependemos y tanto nos
mediatizan.
La relación a través de pantallas, y no únicamente
materiales, ha sido parte consustancial de la relación de los seres humanos con
su realidad circundante. No me hace falta
un mapa de la Tierra Media para cargarme a un atajo de protestantes. Se llaman
<<juegos de rol>>. Lo que hay que hacer en estos juegos es fingir
que eres otra persona. Pero ojo: el objetivo no es ganar. El objetivo es
interpretar tu papel. Necesitamos ficciones. Necesitamos sentirnos parte
integrantes de un conflicto que nos haga sentir que es factible el
Acontecimiento, para no sentir que somos meros maniquíes que aúllan su vacío. Todo quedaba representado por una cara
desfigurada, mirando hacia arriba, gritando, llena de rabia y de frustración.
La narración es un exuberante relato de ruido y furia y dolor y desesperación,
una narrativa que parece supurar como un cuerpo que forcejea desesperadamente.
Y por momentos, sale a la superficie, y se mira en el espejo y mira su propia
su máscara, como cuando Xamuel contempla en la televisión las consecuencias del
atentado mortal que ha realizado. Es raro
de cojones cuando tú eres el único testigo de algo sobre lo que todo el mundo
conjetura. Guardas en tus manos un gran secreto. Tienes el privilegio de estar
entre bastidores y de ver cómo se crea la historia. Los puntos engranajes, a la
vista, girando. Y tienes que añadir tu propia distorsión, tu propia deformación
arbitraria. Los cuerpos revientan, los cuerpos son destrozados, mutilados,
pero no dejan todos de actuar en una representación en la que prefieren
olvidarse, como si esa ficción, esa lucha contra la Antimateria, fuera la
finalidad que pudiera dotar de sentido a su inexistencia sustancial. Cada uno
son su propio bucle dentro de otro gran bucle, cada uno son su propia
deformación arbitraria dentro de una función escénica que todos nutren como
ciegos durmientes ya que a ellos mismos les nutre como su necesaria Matrix. Sus
pasamontañas son sus máscaras, sus signos de identidad, su falta de rostro
real. Todo es un baile. Un baile de
moléculas y átomos, átomos que bailan a ciegas, como Tommy y yo, bailando con
nuestros pasamontañas. Incluso aquel que piensas que conoces desde siempre
puede no ser como imaginas. En ese mundo de facciones con siglas que no son
solo dos sino múltiples ramificaciones, con otras siglas, en cada bando, aunque
unos y otros sean lo mismo, también quien crees que es tu mejor amigo puede ser
alguien que flota entre bandos como una materia elástica, porque, al fin y al
cabo, ante todo, y más que nada, se
pensaba que era una estrella de cine. En esa realidad surcada de heridos,
de vidas que desaparecen, de bombas y pistoletazos en la cabeza, de crueldad y
saña, no importa lo que es real ni lo que es verdad, importa seguir interpretando
al personaje que te ha tocado en esa función. Si tu nombre ficticio es
Anomalía, ya deja claro que no hay sentido alguno en lo que llamas realidad
sino solo un absurdo que duele y supura. ¿Qué
es verdad? ¿Y qué significa que algo sea verdad?¿Serías capaz de enfrentarte a
esa verdad?¿Estás seguro de que eso es lo que quieres?¿Y si la verdad fuera una
fosa llena de cadáveres nauseabundos?¿Y si la verdad fuera el dolor ciego en el
centro del mundo?
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