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sábado, 14 de noviembre de 2020

El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social (Errata naturae), de Andreas Malm

Puede resultar chocante asociar El club de la lucha (1999), de David Fincher, con el coronavirus, pero no tanto si se considera el combativo enfoque, con aguda visión de conjunto, o iluminadora contextualización, con el que el sueco Andreas Malm (1977) conecta el Covid-19 con una crisis global (climática, económico social), en El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social (Errata Naturae). Hay una larga cadena de bombas de relojería a punto de estallar –el colapso de las poblaciones de insectos, la contaminación del plástico, el agotamiento del suelo, la acidificación de los océanos, la reapertura del agujero de la capa de ozono (…) Los animales salvajes y todo el infierno pandémico se liberarán tarde o temprano, como consecuencia previsible de la forma en que tratamos a la naturaleza. La visionaria El club de la lucha, uno de los más agudos diagnósticos de la enajenación del esbirro del sistema, el hombre fotocopia que cumple su función en el engranaje de una empresa, entumecido, como un molde arcilloso que permite que diseñen su espacio mental (satisfecho con su posición y supervivencia en un sistema), concluía con el derribo, vía explosión, de los rascacielos que representaban nuestra forma y circulación de vida (o dictadura corporativista), el registro de las tarjetas de crédito. Dos años después dos aviones se estrellaron contra las Torres gemelas. Un atentado realizado por quien años atrás había sido instrumento de la política externa de Estados Unidos, aliado que se había tornado enemigo. Casualmente, ese atentado neutralizó la presión del G8 a Estados Unidos para que aceptarA reducir las emisiones de CO2, lo cual hubiera supuesto un atentado para los intereses económicos de una sociedad (dictadura corporativista) sustentada en el uso de los combustibles fósiles. El CO2 es el gas de escape de la base material de la producción de plusvalía –los combustibles fósiles- y por ende un coeficiente de poder. Hay intereses en juego para que siga emitiéndose a la atmósfera. No es solo una cuestión de impositivos intereses empresariales, también satisface nuestra demanda de consumo, ya injertada en nosotros como necesidad. Queremos circular rápido, y en nuestros  propios vehículos, y cambiar de modelo siempre que se pueda (o disponer de varios, e incluso de aviones privados). Los atentados a las torres gemelas evitaron el otro atentado. Estados Unidos en envistió con el atuendo de víctima e intentó focalizar el enemigo en una amenaza externa (meramente ideológica, no económica). Casualidad o efectiva maniobra de distracción la jugada le salió bien, para infortunio de la salud de nuestra biodiversidad que siguió siendo utilizada como una reserva sin fondo de suministros, fundamentalmente para los países ricos. El club de la lucha que, irónicamente, fue considerada por algunos como fascista, metía el dedo en la llaga (pocos cineastas como David Fincher han establecido un análisis más preciso de las inconsistencias de nuestro sistema y de nuestras dinámicas y funciones psicosociales). En El club de la lucha planteaba una necesaria sublevación que parte de nuestra condición de inconscientes y sumisos esbirros de un sistema social y económico impuesto que nos satisface con el goteo del consumo del soma en forma de productos tecnológicos (inoculada la convicción de que deben ser renovados en breves periodos de tiempo), un entorno de diseño Ikea, o chucherías de toda índole (no solo comestibles). Somos fotocopias que cumplen su función en un sistema, satisfechos si nos permiten ocupar una posición que pueda parecer estable (y el parece es efectivo para inocular la competitividad como nutriente y la satisfacción con la posición alcanzada como si se detentara un privilegio).

Por lo tanto no es chocante la asociación si se considera las palabras de Lenin que cita Malm: Si se quiere conseguir algo de verdad, hay que sustituir la burocracia por la democracia, y de una manera verdaderamente revolucionaria; por ejemplo, hay que declarar la guerra a los accionistas y a los señores del petróleo. No es chocante sí se considera que la pandemia del Covid-19 es otro síntoma o reflejo de un desenfoque o una enajenación que está poniendo en peligro la vida en el planeta. Cuando el manto de contaminación que cubría ciudades como Wuhan y Shangai se disipó en febrero del 2020, el aire se volvió mucho más respirable. Según los cálculos de un investigador de Stanford, eso evitó la muerte de cuatro mil niños menores de cinco años y de setenta y tres mil adultos mayores de setenta. La limpieza del aire salvó unas veinte veces más vidas de las que se perdieron por culpa de la propia covid-19. No lo es si se considera que el calentamiento global es una guerra mundial en curso. No lo es si se considera que el enemigo, nuestro enemigo, es el capital fósil, el empleo desmesurado de los combustibles fósiles. En suma, no lo es si se considera que Los diez países con más muertes por covid-19 a finales de marzo eran, en orden descendente: Estados Unidos, Italia, China, España, Alemania, Francia, Iran, Reino Unido, Suiza y Países Bajos. Pues bien, resulta que todos ellos, a excepción de Irán y Suiza, entran también en la lista de las diez unidades territoriales responsables de la mayor cantidad de emisiones de C02. Acumuladas desde 1751 (…)  los mismos países, con Estados Unidos a la cabeza, culpables de la emergencia climática. No si se considera que las amenazas existenciales para especies animales estaba directamente relacionado con la venta a países del Norte de productores como el café, la carne de res, el azúcar y el aceite de palma. Los siete principales importadores de amenazas para la biodiversidad fueron Estados Unidos (¡¿Siempre en cabeza?!), Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España.

La pandemia del coronavirus no es solo una (letal) contrariedad, un mero accidente desconectado de un estado global de cosas, nuestro desenfoque en la relación con la realidad, nuestra priorización de un modelo de vida, de producción y consumo, definido por la avidez mercantil y la avidez de consumo ( y la indiferencia a los efectos en la naturaleza) El negocio, la acumulación como dinamo de nuestra sociedad, la incentivación del sobreconsumo. ¿Quién no ha conocido a alguien que compraba todos los electrodomésticos posibles incluidos los que concentraban múltiples funciones aunque ya dispusiera de los artilugios que cumplían individualmente esa función? ¿Cuántos no compran el nuevo modelo de móvil que aparece en el mercado porque es una mejora tecnológica aunque los anteriores modelos aun le funcionaran, acumulando cadáveres de terminales porque quedan desfasadas? Malm señala que los efectos del calentamiento global afectan sobre todo a los países más pobres, el Sur, pero curiosamente la pandemia ha afectado primeramente a los países más ricos, los del norte. El combustible fósil ha sido fundamental vehículo de la pandemia. Los que disponen de más dinero son los que más pueden utilizar el avión (hay quienes como adictos añoraban durante la pandemia utilizar con la misma frecuencia el avión), y el avión es el que ha posibilitado que el virus se extienda con tanta rapidez en los países ricos. Durante la pandemia, como señala Malm, aunque decreciera la circulación de aviones, aumentó el uso de aviones privados por parte de los más ricos para viajar a zonas aisladas (en confortables y amplias mansiones) con equipo médico de apoyo. ¿Qué hubiera ocurrido si el Covid 19 hubiera afectado primero a los países más pobres?, también pregunta Malm. Somos indiferentes a las consecuencias de nuestros actos en la naturaleza, pero también con respecto a lo que padecen los que viven en condiciones más precarias. Todo lo que esté en nuestro fuera de campo no existe. Nuestra parcela de realidad dispone de los contornos de un ombligo.

Esta es una sociedad mercado en la que en dinero circula con extremada rapidez, y el virus ha respondido con su misma característica. Por eso, en los primeros meses de la pandemia, enseguida se sacó a colación su efecto nocivo sobre la economía (productividad), se estaba frustrando la avidez de acumulación y consumo. Cuando el capital entra en la vorágine de la acumulación y ante él se presentan más y más beneficios, tiende a invertir en una producción mayor de que el mercado puede absorber. Esa es la tónica. Hace unos años un representante del PP, epítome de la mentalidad gestora que define nuestra sociedad (la mentalidad que se demanda), declararon que el propósito era conseguir que en la península no hubiera una porción de suelo que no fuera edificable (productivo). La máquina capitalista ha arrasado con las fronteras entre naturaleza y civilización en su propósito de encontrar el modo de extraer el suministro necesario (que reporte beneficio), no hay ya límites, sea selva o el suelo oceánico. El capital abarca cada vez más suelo y se apropia de su contenido para ponerlo en circulación a un ritmo cada vez más frenético. No importa las especies que se aniquilen (los ricos, por añadidura, disfrutan aún más con el consumo de animales salvajes que sean más raros; es signo de distinción, como lo es el comprar algo que sea enormemente caro). Lo que no se ha considerado es que esa acción arrasadora que no se preocupa de la especie que extermina o del entorno que destruye propicia, precisamente, el incremento de amenaza de patógenos. Es como el reflejo en el espejo que le devuelve el reflejo de su condición de abismo. Los focos de transmisión son los focos de desforestación y están ubicados en los trópicos (…) Al destruir aquellos bosques vírgenes, las empresas acabaron con <<esa frontera que, normalmente, evita que el virus acumule una capacidad de contagio suficiente>> (…) La acumulación descontrolada del capital es lo que zarandea con tanta violencia el árbol en el que viven los murciélagos y los otros animales. Y lo que cae es una lluvia de virus.

Malm nos explica el tránsito, o cadena de circulación de un patógeno desde un murciélago hasta convertirse en presencia dominante en nuestro entorno definido por la suficiencia del control y dominio de la naturaleza. La destrucción de los entornos naturales ha provocado el cambio de conductas de las especies, nuevos desplazamientos y emplazamientos, y la eliminación de otras especies que servían de amortiguadores o contenedores para que no se propagara con tanta facilidad en el entorno humano (un mercado de animales salvajes, en Wuhan, ha sido el significativo disparadero). Cuando se acorrala a sus huéspedes, cuando se los estresa, expulsa y mata, los virus sólo tienen dos opciones: extinguirse o transmitirse (…) uno de los principales motores de esa tendencia a largo plazo es la invasión a gran escala de la naturaleza por parte de la economía humana. (…) La disminución de la biodiversidad acaba con los amortiguadores (…) El almacén puede demolerse, pero el polvo no se disipará; con la demolición saldrá despedido hacia nosotros. Más allá de Wuhan, en un sentido más amplio, China ha sido el país que ha dado más que pasos, zancadas, para equipararse como imperio capitalista a Estados Unidos, acelerando sin medida las características de ese sistema (extendiéndose en los países occidentales para apropiarse de conocimientos y ubicarse, de modo preponderante, como células económicas en los negocios a pequeña escala; la mascarilla era hace ya años atavío cotidiano en las grandes ciudades dado el nivel de contaminación alcanzado). China solo pudo convertirse en el origen de esta enfermedad porque las tendencias internacionales están allí presentes de forma concentrada.

Pero aunque en forma de patógeno el abismo nos mire, no dejamos de añorar la recuperación de la ilusión que camufla el abismo del business as usual. Queremos proseguir con la misma circulación como si nada hubiera interrumpido el circuito del sistema. Queremos que todo siga como antes de que apareciera el covid 19 en nuestras vidas, queremos que los negocios y el consumo sigan circulando del mismo modo. Se quiere que todo siga como antes, no que haya un cambio radical de las estructuras de relación con la realidad y nuestro entorno. En las próximas décadas, si se mantiene el business as usual, el número de episodios con nuevas enfermedades infecciosas en el mundo aumentará a razón de más de cinco al año. (…) Sin embargo, antes de que se produzca el desastre, y una vez que ha pasado, seguir con el business as usual para lo más normal del mundo ¿Cuándo por fin pondremos esa normalidad en el punto de mira? Un problema más acuciante y urgente que el propio virus es esa normalidad, o la asunción y convicción de que esa normalidad debe recuperarse. ¿Cuántos se plantean otras posibilidades?¿Cuántos necesitan otro modo de vida? Podemos no solo cambiar un estado de cosas sino desear otro sistema o modelo de vida. Malm plantea que sería fundamental sacar esa industria petrolera del negocio de una vez por todas. Se empieza por la nacionalización de todas las empresas privadas que extraen, procesan y distribuyen combustibles fósiles. No es solo un replanteamiento de la producción, el control de las emisiones, sino del consumo, ya que los combustibles fósiles son parte vertebral de nuestra vida ordinaria. La abolición del comercio de animales salvajes, la forestación y el respeto a los hábitats naturales no es solo una cuestión de respeto al medio ambiente, es la mejor forma de prevención. Esto nos lleva de nuevo al punto de origen, la caída de unas torres (en El club de la lucha y en la realidad). Un derrumbe que invoca un cambio, un derrumbe que propicia el apuntalamiento de un mismo estado  de cosas o dominio (si la realidad no nos complace nos creamos una habitación del pánico o creamos el dominio de una red social) ¿Queremos o deseamos el cambio de ese sistema o dominio, y discernimos que es necesario? Los humanos han metido el palo en al avispero, ellos solitos. No obstante, la crisis del coronavirus sí podría representar el momento en el que los << seres humanos toman conciencia de su propia condición natural y ponen fin a su dominio de la naturaleza>>, como decía Adorno; donde conciencia es la palabra clave

 

1 comentario:

  1. Es acojonante: un gobierno homicida (España) que antepone su agenda al Covid19, un país (China) mentiroso, culpable y contaminante; unos medios de comunicación al servicio del poder y de la censura y la culpa es... De la industria petrolera, EEUU y el cambio climático. Me encantaría tener una mente así capaz de encajar lo que sea en lo que me interesa.

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