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sábado, 5 de enero de 2019

Salida al amanecer

En 1950, el submarino británico Truculent colisionó con un carguero, pereciendo 64 de sus tripulantes. Este trágico accidente había tenido lugar, casualidades de la vida, entre el rodaje y el estreno de la notable Salida al amanecer (Morning departure, 1950), de Roy Baker, centrado en el proceso de rescate contrarreloj para rescatar a los doce supervivientes, entre sus 54 tripulantes, de un submarino que queda postrado en el fondo del mar tras estallar una mina perdida contra su proa. Por ello, el accidente del Truculent se menciona en los rótulos con los que se abre la película, dedicada como tributo a los integrantes de las fuerzas navales. El guión de WE Fairchild adapta una obra teatral, muy popular, de Kenneth Wollard, que había conocido dos adaptaciones televisivas, en directo, en 1946 y 1948. El capitán Armstrong, que aquí está interpretado por John Mills (con esa admirable enérgica firmeza, que deja asomar sus fisuras, que ya había mostrado como el líder en otra circunstancia límite, en la magnífica Scott en la Antartida, 1948, de Charles Frend) estaba encarnado en la primera versión por Nigel Patrick, quien en esta ocasión interpreta al segundo oficial, el número uno, el teniente Manson.
La narración, centrada en el interior del submarino, se airea, por un lado, con escenas añadidas en la superficie, en el buque que intenta rescatarles, intentando izarles, durante una semana, operación a cargo del Comandante Gates (Bernard Lee), amigo de Armstrong. Y, por otro, con dos secuencias introductorias, que reflejan la vida cotidiana tanto de Armstrong (su despertar con los berridos de su bebé, que cesan con el sonido del despertador; el planteamiento de su esposa de que deje su vida de marino y acepte un trabajo más sedentario en la fábrica del suegro), y del fogonero Snipe (excelente Richard Attenborough, que pareciera con su nervioso y quebradizo personaje, el reverso del mineral e implacable gangster de la excelente Brighton rock, 1948, de John Boulting), de vida apretada porque vive por encima de sus posibilidades, ya que a su esposa le gusta a vivir a todo lujo, lo que le ha llevado a aceptar el trabajo en el submarino, pese a que no soporte los lugares cerrados (lo que puede verse en correspondencia con su ahogo vital). Esa dificultad para resistir el encierro provoca el principal conflicto entre los supervivientes durante los primeros días: su falta de control, su desquiciante ansiedad, la cual, de modo más desaforado, estalla en la estupenda secuencia en la que tienen que sortear quiénes serán los cuatro que saldrán por la torreta y quiénes, ya que no tienen más equipo de respiración, son los cuatro que tendrán que esperar a que les rescaten ( lo que puede determinar como mínimo una espera de una semana, pero también que mueran en el intento por falta de aire o alimento).
Baker narra con firme pulso las tensiones que sufren estos personajes, por su encierro, y entre ellos, y además logra extraer una vibrante emoción mediante detalles sutiles, a través de gestos y miradas, a medida que se va cimentando la unión entre los supervivientes (cómo Armstrong capta que Snipe está simulando la molestia en la muñeca, para quedarse en el submarino, tras su previo ataque de ansiedad porque no asumía que se quedara con los cuatro últimos). Otros personajes que cobran relevancia son el cocinero Higgins (que en las secuencias iniciales, irónicamente, ha liberado una paloma de un compañero), el veterano, campechano, que aporta los apuntes más humorísticos, como cuando no acaba de creer que goce en el camerino de los oficiales, aunque tenga que ser por condiciones tan excepcionales, de una copa de oporto o meramente de compartir comida con sus superiores. Y el citado Manson, el hombre escéptico, que ya sobrevivió durante la guerra a accidentes en submarinos. Ironiza con que no tenga suerte en los sorteos, para salvarse antes, cuando él es precisamente aficionado a las apuestas. Se solivianta porque no se prioriza la salvación de los que están casados. Y reconoce que ya no siente muchas agarraderas por la vida. Mientras a Armstrong, la situación le hace sentir con claridad cuál debería ser la prioridad en su vida, el amor de su esposa, y Snipe logra superar su sufrimiento, entregándose con inusitada generosidad al frágil Manson (cuyo padecimiento pasado de la malaria le hace soportar peor la atmósfera corrupta), a éste no le importa realmente si sobrevive o no. Aunque hay algo que está más allá de la voluntad de todos ellos, de su capacidad de superación, de sus expectativas de vida, de las transformaciones que realicen consigo mismos o quieran realizar en su vida: la mala suerte y el mal tiempo, y aún más si ambas se aúnan. El imprevisible e indiferente curso de la naturaleza no sabe de decisiones ni de pasiones humanas.

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