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miércoles, 21 de noviembre de 2012
En rodaje: Mark Robson, Stanley Kramer, Franz Planner y Carl Foreman. Campeón o el masoquismo soberbio de ser el mejor
Mark Robson (director), Stanley Kramer (productor), Franz Planner (director de fotografía) y Carl Foreman (guionista) durante el rodaje de 'Campeón' (Champion, 1949), una de las tres estimulantes obras, con 'Cuerpo y alma' (1947), de Robert
Rossen y 'Nadue puede vencerme' (The set up, 1949), de Robert Wise, que reflejaron con espíritu crítico, en los convulsos finales de los 40, con el universo del boxeo como decorado, a unos hombres enfrentados, con diversas actitudes, a sus circunstancias. Tanto la obra de Robson (que adapta un relato de Ring Lardner jr) como la de Rossen se inician con una secuencia que da paso a un largo flashback que describe cómo han alcanzado ambos boxeadores protagonistas su posición, y la elección de las dos secuencias, muy diferenciadas en cuanto implicación dramática, define a los dos personajes. La introducción de 'El idolo de barro' nos muestra a Midge (Kirk Douglas) presto a realizar un combate, y presentado como el 'campeón' imbatible, y ese contrapicado sobre él en el ring ya nos señala lo que para él significa, es el 'rey' y esa era su aspiración. Lo que se nos narra a continuación es cómo empezó desde la más absoluta precariedad, y fue ascendiendo, dejando de lado cualquier escrúpulo o afecto. Era un hombre congestionado por la rabia, la rabia despechada de vivir en la pobreza, y sólo ansiaba ser un triunfador, ser 'alguien', vencer a sus circunstancias sin ningún miramiento, y así, pese a su triunfo en el cuadrilatero, es un hombre que se va quedando solo, porque subordina cualquier afecto, sólo se importa él mismo. Ha triunfado en el cuadrilatero, pero no en la vida, en las relaciones, convirtiéndose en un emblema de aquel que sólo aspira a una mejor posición, pero no para cambiar las cosas, sino para ser él quién esté encima 'sobre los demás'. Tal es su obcecación que decidirá no caer ni rendirse pese a los graves daños que le inflingen los golpes en el último combate, lo que determinará su muerte, pese a que gane el combate por puntos, ante todo impulsado por esa 'rabia despechada' que lleva consigo. El masoquismo soberbio del ansia de éxito. Aunque ciertamente empalidece si se conoce la obra de Rossen (o la de Wise), ya que es menos tendente a la sutilidad, no deja de ser una obra estimable, de agradecido afilado planteamiento.
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