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sábado, 10 de noviembre de 2012
Princesa por un mes
Sustituciones, manufacturas, y una princesa que no es prisionera de Zenda pero sufre paperas, aunque también dispone de una doble que es exacta réplica, la cual tendrá que esquivar a los que sospechen que es una sustituta además de preguntarse si el hombre que ama, Porter Madison III (Cary Grant), periodista y afanoso perseguidor de ‘ratas financieras’, seguirá amándola cuando sepa que no es una princesa. Precisamente una ‘rata financiera’, que Porter tiene enfilado desde hace tiempo, Gresham (Edward Arnold), es quien ha urdido la visita de tal princesa, proveniente de un país que no se llama Ruritania, pero debe estar cerca porque se llama Taronia, y la representación posterior de la ‘doble’. Todo porque, como buen representante del país de la manufacturación (de sueños), y sus consiguientes trapicheos bajo la mesa, que es Estados Unidos (o más preciso, ese país sin bandera llamado capitalismo), necesita que funcione el ‘show’ para sacar rendimiento de la inversión de sus obligaciones, por un valor de 50 millones en ese remoto país (invierte en un país pobre, en donde el rey no tiene ni para pagarle el cine a su hija, cuando su país acaba de pasar una grave crisis económica cinco años antes). Y es que los hay que saben salir de los lodos de la depresión económica encontrando paraísos fiscales de cuento.
Precisamente, y no creo que sea casual, en la primera secuencia de esta estimable y suave comedia (aunque con vitriolo entre sus pliegues) ‘Princesa por un mes’ (Thirty day princess, 1934), de Marion Gering, Gresham descubre, tomando unos baños de barro en Taronia, que su vecino de lodos es el rey Anatole XII (Henry Stephenson). La princesa en cuestión, la hija, se llama Zizzi, y su doble, una actriz que no tiene casi un centavo para poder pagar el alquiler, Nancy, y ambas interpretadas, obviamente, por la misma actriz, Sylvia Sidney, que había trabajado con Gering en cinco previas ocasiones. Gering es un cineasta nacido en Rusia que vino en 1924 a Estados Unidos en una misión comercial, y decidió asentarse en Chicago, donde fundó una compañía de teatro, medio en el que alcanzó considerable prestigio. En Hollywood su carrera fue breve, de 1931 a 1937. Posteriormente, sólo realizaría dos obras más, en 1950 y en 1963, un documental sobre la cultura japonesa a través de una geisha que encuentra su lugar y su amor siendo una ‘ama’ (buceadora de perlas).
En el guión participa Preston Sturges.
En ‘Una chica afortunada’ (1937), en cuyo guión también colaboró tenía lugar una hilarante secuencia en un autoservicio automático que acababa como el rosario de la aurora, una batalla campal para rapiñar alimentos, cuando dejan de funcionar los dispositivos, que no dejaba de ser un apunte mordaz sobre una crisis económica aún no superada. En esta hay otra, aunque no tan desbocada (pero con parecido substrato de acuciante necesidad, aunque cruzada con el espíritu de ‘Luces de la ciudad’, 1931, de Charles Chaplin, por cómo mira Nancy el alimento deseado). Si en ‘El prisionero de Zenda’ al protagonista le reconocen como el doble del príncipe a coronar cuando está pescando, en esta secuencia Nancy logra ‘pescar’ un buen plato de pollo en una de las ventanas que, para su fortuna, está abierta sin que tenga que introducir ninguna moneda. Pero inmediatamente es reconocida por quienes han sido enviados por Gresham para encontrar a la doble de la princesa (secuencia, la del encargo de Gresham, por cierto, que tiene un muy divertido contraplano al de Gresham instruyéndoles: le escucha una veintena de hombres con bombín sentados bien ordenadamente frente a él).
No sé si estas ocurrencias son de Sturges porque declaró que no se conservó mucho de sus aportaciones, pero no dejan de poseer su querencia por el absurdo ‘desbocado’, como aquella secuencia en la que Nancy, ya actuando como la princesa, realiza una sucesión de brindis por todos los reyes que hubo antes de Anatol XII ( y hay unos cuantos números hasta llegar al primero, y en medio algún otro rey que se llamaba Venceslao), cada uno de los cuales termina tirando la copa hacia atrás; elipsis: hay un buen montón ya de cristal, y en el siguiente plano el camarero avisa de que ya no quedan más vasos.El personaje del pretendiente de la princesa, el conde Nicholeus parece un antecedente de personajes como el millonario Hackensacker III (Rudi Vallee), con algo de Toto (Sig Arno), de ‘Un marido rico’ (1941). Y brillan detalles como el hecho de que Porter, por mirar arrobado a su amada, vierta champan dentro del azucarero en vez de en su copa. O cómo Nancy para convencer al redactor de Porter de que no es una impostora actúa como una supuesta Nancy que no es como ella, sustituyendo delicadeza por aspereza, como chica curtida en la calle, y haciendo hincapié en un detalle que resulta más que convincente: Comerse con voracidad la comida de la bandeja reservada para Porter, porque si algo no sufre una princesa es de ‘hambre’.
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