La vida puede ser como el ensayo de una banda de música que no acaba de encontrar su sincronía, y es interrumpido por los distantes sonidos de unos disparos, los cuáles son como los fundidos en negro que encadenan planos de las calles de una ciudad. Los intersticios de lo que rasga la superficie helada de la vida, sobre la que se busca mantener el equilibrio, y revela los frágiles territorios de la emoción. Así comienza Snow angels ( 2007), la sugerente cuarta película de David Gordon Green, quien adapta la homónima novela de Stewart O'Nan, en su etapa más fructífera, tras George Washington (2000), All the girls (2003) y Undertow (2004). Cuando parecía que podía encarrilar una de las filmografías más consistentes del cine estadounidense, decidió dar un volantazo y prefirió transitar senderos, poco atrayentes, de la comedia, quizá con la excepción de la parcialmente interesante. Pineapple express (2008). Retornó al drama, pero, con la excepción de Joe (2013) y Manglehorn (2014), no recuperó la inspiración de sus cuatro primeras películas, por mucho que algunas no carecieran de interés, particularmente Prince avalanche (2013). En otro volantazo, decidió transitar los senderos del género de terror. Halloween (2018) dispone de alguna de las ocurrencias de puesta en escena más inspiradas de su filmografía y la tercera, Halloween ends (2022) dispone de un planteamiento muy sugerente, pero en cambio la segunda, Halloween kills (2021), pese a alguna atractiva idea, resulta muy desequilibrada (y reiterativa), y The exorcist: believer (2023) me parece su película más floja. Su última película, Nutcruckers (2024), es un muy discreto retorno a la comedia, aunque más que en la vena gamberra de sus tres anteriores intentos, en la senda familiar.
Snow angels es una obra de compleja entraña y estructura, sobre la intemperie e indefinición emocional, sobre la dificultad o incapacidad de crear vínculos afectivos. En una escena, un padre, Don (Griffin Dunne), le dice a su hijo, Arthur (Michael Angarano), que a veces no se sabe por qué hacemos las cosas. Se detienen, pero la cámara sigue avanzando con el travelling, dejándoles atrás. Siempre hay espacios en blanco, emociones inasibles que se nos escapan, como así ocurre a los propios personajes. La narración se teje sobre esa inasibilidad, como esas aguas que fluyen bajo el hielo, o esa tierra que no vemos bajo la nieve. O cómo hasta en nuestras emociones se gestan desestabilizadores hongos sin que sepamos cómo. Es lo que le dice la madre, Louise (Jeannetta Arnett) a su hijo Arthur, no bloquees tus emociones, siempre expresa lo que sientes. Tres relaciones, tres edades, se entrelazan como espejos de lo que se puede llegar a ser, de lo que no ha podido ser, o de ese quizás que saje la aparente inevitabilidad de un destino. Una relación, la de Annie (Kate Beckinsale) y Glenn (Sam Rockwell), ya está rota, aunque a él le cuesta aceptar esa circunstancia (intentó suicidarse meses atrás), otra, la de Don y Louise, se rompe, mientras que Arthur inicia y afianza una relación con Lila (Olivia Thirlby). Aunque durante el desarrollo de la narración otra relación se romperá, ya que Barb (Amy Sedaris), compañera de trabajo, también camarera, de Annie, descubrirá que ésta mantiene una relación con su marido, Nate (Nicky Katt). Las relaciones desafinan, por un motivo u otro.
Se alternan tramas, punto de vista, o montajes secuenciales que entrelazan acciones insignificantes, transiciones de vidas suspendidas en una inercia de la cual parece difícil salir sin perder pie, como si uno mirara su propia casa a través del cristal sin saber qué hacía ahí. O por qué ya no se siente como se sentía antes. En ocasiones, Green amaga panorámicas ascendentes sobre los personajes, casi siempre inconclusas, como lo son sus vidas. Lo visible no es lo que hila la narración, como lo que entrevemos de estas vidas no les define. Pero vamos percibiendo cuáles son sus sedimentos, entre los huecos de los planos, en una medida progresión que hace del tempo dibujo de unas circunstancias emocionales entre la indefinición y el desconcierto, hasta su desolador estallido final, que es tanto quiebra como depuración. Los disparos que se oían en la distancia en la secuencia introductoria son la consecuencia de cómo hay quienes no logran encajar que una relación haya perdido el compás, o que no se ajuste a lo que se desea que fuera. A Arthur, su novia, Lila, fotógrafa, le señala lo poco observador que es. Quizás no se sepa ver lo que hay alrededor, o no se quiera ver, cuando la persona que amas te indica reiteradamente que no te corresponde, pero cuando se ve el reflejo de los otros desgarrado tal vez encontremos una guía de hacia dónde no dirigirnos. De ese modo, seguiremos con nuestro ensayo de música, que quizá pueda ser más afinado, para no dejar que pueda ahogarnos el fundido en negro de las emociones.
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