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lunes, 8 de abril de 2024

Civil war

 

Quizá nunca el silencio completo en una pantalla ha sido tan elocuente y nunca tan poderosa la conmoción que suscita. Raro es también que una película hoy en día genere, tras su visionado, una conmoción tan honda, esa que sacude los cimientos del tuétano. Añoraba esa sensación de salir noqueado de una proyección, y sentir durante un par de horas el aturdimiento que te hace sentir como si te desplazaras por una realidad cuyas coordenadas parecen haber variado, o haber sido sacudidas. En las primeras secuencias de Civil war (2024), de Alex Garland ya se sedimenta su incisivo planteamiento. Una declaración del presidente de Estados Unidos se alterna con imágenes documentales de refriegas violentas en las calles, la ficción y lo real, el discurso que pretende maquillar la realidad de modo conveniente y las turbulencias de lo real. Ya queda patente la fractura en una sociedad. No se explicita el motivo de las divergencias, cuáles son los pareceres en conflicto de los respectivos bandos, en suma, qué representan uno y otro, el por qué de la secesión de unas zonas de Estados Unidos, caso de Texas, California o Florida. Importa sus consecuencias, el horror que genera, la violencia que desencadena. Y esto queda expresado del modo más contundente posible en la secuencia posterior. Durante unas protestas en la calle, en la que una multitud presiona a unos soldados para conseguir lo que les falta, ya que la circunstancia social, debido a la guerra civil, se define por las privaciones, una mujer, que porta una bandera, se abalanza sonre unos y otros y explota con la bomba que porta. El silencio se hace cual cortina que enmudece la realidad, como la conmoción define las miradas de periodistas y fotógrafas, Lee (Kirsten Dunst) y Jessie (Cailee Spaeny). El silencio se conjuga con sus miradas y el paisaje de cuerpos devastados. Esas miradas, su evolución, conducirán el proceso narrativo. Una es la mirada de quien ya ha visto demasiado. Es la mirada curtida pero es la mirada cansada. En su expresión se percibe la desolación que ha ido demoliendo su interior. Es el hilo conductor de la progresión narrativa hacia el temblor de desesperación que no se puede controlar. La otra es la mirada que se inicia en la contemplación de los desafueros humanos, la mirada que se queda paralizada o que vomita con la observación de las aberraciones y horrores de que es capaz el ser humano. Son ambas periodistas, supuestas miradas neutras u objetivas que intentan registrar lo real, pero sus miradas se ven afectadas. En el desarrollo narrativo, la primera, tan sensibilizada que llega a su límite de resistencia, cederá a los temblores de la desolación, la empatía sobrepasada, mientras la otra se curtirá de tal modo que se tornará indiferente, la mirada que registra el horror como testimonio, como mirada que ya no siente ni padece.

El desarrollo narrativo es la peripecia de ambas miradas en el viaje que realizan junto a los periodistas Joel (Wagner Moura) y el veterano Sammy (Stephen McKinley Henderson) para llegar a Washington DC y entrevistar al presidente antes de su prevista derrota. La narración es ese viaje a través del corazón de las tinieblas con diversos encuentros que jalonan su evolución y la muerte de alguno de ellos. Contemplarán a hombres que han sido torturados por quienes tiempo atrás fueron compañeros de instituto, y ahora cuelgan horas antes de ser ejecutados. Es el reflejo de esa normalidad en la que se larvan resentimientos que quizá puedan, según la circunstancia que los detone, manifestarse de modo violento. La larvada necesidad de resarcimientos por diversos motivos. Participarán, como testigos en primer plano, de enfrentamientos violentos, que concluirán con ejecuciones de los perdedores (da igual el bando, todos ejecutan a los que no son de su facción). El uso de las imágenes fotográficas, como contrapunto, en las secuencias de enfrentamientos violentos ejerce de distancia que consigue que sea más efectiva la vivencia inmediata, la percepción de una acción como real, no como espectáculo en una pantalla. La mirada que detiene y congela hace tomar consciencia de un hecho, como las explosivas detonaciones de los disparos, como rara vez se han escuchado en el cine, hacen sentir los impactos en los cuerpos como golpes en la percepción, como si se fuera destinatario del disparo. La alteración de la representación visual y del diseño sonoro potencian la conmoción por acusarse la percepción del acontecimiento como real. Los cuerpos sangran, pero los cuerpos son a su vez parte de esa ficción absurda en las que unos y otros se enfrentan (al respecto es una aguda decisión no remarcar los motivos de la disonancia entre los bandos sino la brutalidad de la manifestación de esa disonancia de forma violenta). Pero no solo hay enfrentamiento, crueldad, sino también indiferencia o la conveniencia de la negación. En cierto pueblo se encontrarán con una tienda de ropa abierta como si la normalidad no hubiera sufrido ningún tipo de alteración, como si viviera en una realidad paralela, la de la negación, como también, como reconocen ambas fotógrafas, viven en esa realidad paralela sus respectivos padres, en diferentes Estados. Siguen su vida como si no estuviera ocurriendo el conflicto bélico. Viven como si no aconteciera. Mejor habitar la realidad como se prefiere que sea. Mejor esa conveniente ficción de realidad. Aunque en el tejado vecino, como ven los periodistas, se vean a dos hombres apostados. Mejor percibir la realidad como se prefiere que sea.

El pasaje nuclear de la conmoción de ese trayecto es el sobrecogedor enfrentamiento cara a cara con la posibilidad de la violencia, incluso como posibles víctimas. Serán testigos impotentes, por cuanto el razonamiento se revela ineficaz, y por añadidura, por unos minutos posibles víctimas de quienes portan unas armas y quizá hagan uso de ellas sobre sus cuerpos, dependiendo de cómo se ajusten a sus coordenadas de categorización de la realidad, o su concepción de ser estadounidense. Si no se ajusta la detonación acabará con su vida. Aunque tan demoledor resultará sobrevivir a tal situación, cuando la vida queda expuesta a la decisión de un extraño, circunstancia tan terrible, como a su vez absurda, condición que queda evidenciada en el hecho de que porte unas gafas rosas, un elemento extraño, discordante, en esa figura de uniforme que porta un arma. Un color rosa en alguien que no duda en apretar un gatillo para acabar con la vida de alguien que no piensa que encaja en sus coordenadas de categorización de realidad. Lo terrible y lo ridículo. De modo tan fácil se puede quitar una vida. Esa experiencia con esa encarnación del corazón de las tinieblas, siniestra aunque porte gafas rosas y se comporte con indiferencia, es la que genera un grito, en uno de los periodistas supervivientes de ese trance, que tampoco se escucha en la banda sonora. Solo el silencio puede capturar ese horror indescriptible. ¿Y qué capta la fotografía, ese blanco y negro de la mirada registradora, de la muerte de quien te acaba de salvar? Quizá una ya no podía mirar más a través de la supuesta mirada neutra, y la otra ha quedado enquistada en el ilusorio salvavidas de mirar la realidad como si fuera un suceso en la distancia, mientras alrededor unos y otros siguen disparándose en espera de la fotografía que testimonie una victoria en la que no importan los cuerpos sino que importa lo que representan. Una detonación, un chasquido de la máquina fotográfica, un silencio. Un vacío. Desolación.

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