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lunes, 13 de mayo de 2019

La mujer crucificada

Pese a no ser tan reconocida, o celebrada, como otras obras‎ de Kenji Mizoguchi del último periodo de su filmografía, La mujer crucificada (Uwasa no onna, 1954) es otro de sus grandes melodramas. Con guión de Masashige Narusawa y Yoshikata Yoda, y dirección fotográfica de Kazuo Miyagawa, en La mujer sacrificada se cuestiona, de modo acerado, la condición sojuzgada de la mujer en la sociedad japonesa, así como la distancia entre el escenario social (la representación) y las emociones. En una secuencia, ya avanzada la narración, tiene lugar una representación teatral en la que una mujer madura enamorada es objeto de irrisión. Las carcajadas que suscita en el público genera un creciente malestar en Hatsuko (Kinuyo Tanaka), que asiste a esa representación junto al joven doctor Matoba (Eitaro Sindo), de quien está enamorada y con quien mantenía una discreta relación, y su propia hija, recién llegada de Tokio, Yukiko (Yoshiko Kuga), de quien el doctor se ha enamorado. Escenario o las conveniencias y condenas de las apariencias y las emociones en colisión o conflicto traman la narración de esta excelente obra. Hatsuko regenta un prostíbulo de geishas en Kyoto, otro escenario de representación, el cual refleja, por extensión, la condición discriminadora de un roturado escenario social, ya que determina que las mujeres tengan que recurrir a este trabajo para sobrevivir. Pero, a la vez, supone una mancha o condena, una condición degradada, con respecto a una moral sostenida sobre la conveniente inmaculada apariencia, aunque resulten convenientes como instrumento de placer. La doble cara de la conveniencia.
La llegada de Yukiko es como el filo que va rasgando ese escenario, o enfrentándolo a sus contradicciones y a su subordinación a las apariencias, a la imagen, a lo que se representa (a las conveniencias sociales; la condición de la mujer subordinada a la del hombre). Yukiko ha retornado tras efectuar un frustrado intento de suicidio, por un desengaño amoroso: fue abandonada por el hombre que amaba al descubrir éste que su madre regentaba un prostíbulo. Este hecho incrementa la actitud insumisa de Yukiko, y su rechazo al espacio del prostíbulo, porque refleja, por un lado, cómo las mujeres se ven determinadas a recurrir a ese trabajo, y porque, por añadidura, es con el dinero ganado con su trabajo con el que ella ha podido estudiar y viajar a Tokio.
En el relato asistimos al proceso de transformación de Yukiko (desmarcada en su mismo vestuario, moderno, y además, reflejo de su estado interior, oscuro), que implica, como es constante en el cine de Mizoguchi, el acto de realización a través de la piedad o empatía, la comprensión del otro más allá de lo que representa. El primer paso para la supresión de barreras interiores se efectuará con la aproximación a las geishas, a su condición de mujer (más allá de su condición de geisha), y además sufriente (víctima de las circunstancias o sociedad). Y lo realizará, para sorpresa de las geishas, asistiendo a una de ellas cuando cae enferma. Dejan de ser una representación de lo que ha suscitado su desgracia, para ser mujeres con las que, de hecho, actúa de modo solidario. El siguiente paso implicará sentirse identificada con su madre (un juego de espejos narrativo tan complejo y admirable como en el cine de Douglas Sirk). En este proceso es determinante la relación con el doctor Matoba.
Tras la citada representación teatral será cuando afloren, o se manifiesten, las emociones. Yukiko se ve reflejada en la decepción amorosa de su madre con respecto al doctor, ahora enamorado de ella. Y se muestra expeditiva con éste, porque aunque conscientemente no sea tan indiferente o despectivo como otros hombres, inconscientemente refleja su poca empatía por la circunstancia (las emociones) de su madre (como si fuera la representación de la vida disipada que deja atrás). Yukiko está, incluso, a punto de agredirle con unas tijeras, y es su madre la que interviene para contenerla. En esta secuencia, Mizoguchi realiza una composición que asocia y une a su madre con Yukiko: en primer término, la mitad del cuerpo de Hatsuko, de quien no vemos el rostro, portando en una mano las tijeras, y en segundo término, de rodillas, Yukiko. El proceso de transformación de Yukiko se completa cuando, tras caer enferma su madre, ella toma a su cargo el prostíbulo. En tal decisión no deja de afirmarse la actitud insumisa de Yukiko, quien declara a su madre, que sí, se ha curtido, pero no deja de ser una desgracia que tenga que ser asumiendo cómo es de injusto y degradante el escenario de la sociedad en la que viven, el cual reproduce unos valores y modelos, unas tramas de vida y roles, que siguen determinando, como se evidencia en las secuencias finales, la proliferación de mujeres crucificadas, como las que que siguen acudiendo al prostíbulo para solicitar un puesto de trabajo porque es una de las escasas opciones de las que disponen para sobrevivir.

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