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viernes, 31 de mayo de 2019

Clara y Claire

La maraña virtual: el naufragio y la balsa. Un particular, pero revelador, enfoque de la Historia del siglo XXI podría hilvanarse a través de las múltiples conversaciones telefónicas generadas por los contactos establecidos en la realidad virtual. Un documento sobre las ficciones que somos capaces generar, o cómo esa red, o más bien maraña, ha evidenciado, de modo más ostensible, la naturaleza primordialmente virtual de las relaciones, en particular, en su génesis, en la gestación de las atracciones, y su entramado de proyecciones, urdimbres y escenificaciones. Cuántos no han adoptado una identidad falsa, o han simulado ser alguien que no es en una enrevesada combinación de datos reales e inventados. Imposturas como camuflaje, como protección, o simplemente como juego escénico, distracción, erótica de la manipulación o de la inmunidad. Identidades en las que poder ser, en la superficie ilusoria protectora, lo que no se es, lo que se quisiera ser. Urdir con las apariencias fantasías con las que sentir dominio y control, sin necesidad de que sean expuestas o evidenciadas con su ratificación en el espacio de lo real. Clara y Claire (Celle que vous croyez, 2019), de Safy Nebbou, es un lúcido condensado de lo que ha podido deparar este siglo en esa interacción de escenificaciones, en ocasiones unidireccional, en otras quizás dual, sean convergentes o no. Un escenario de compensaciones, y resarcimientos. Un espacio que evidencia nuestras infecciones y nuestros desquiciamientos emocionales. Por eso, la narración de Clara y Claire alterna las sesiones de Claire (Juliette Binoche) con su psicóloga, Catherine (Nicole Garcia), sustituta del psicólogo con el que inició su tratamiento, con el relato que evidencia cómo se enmaraña la realidad virtual a través de identidades o escenificaciones sustitutivas. Lo que piensas que soy es lo que quiero que pienses, no lo que soy.
En el principio el despecho. Una relación truncada. La sensación de abandono. Curiosamente, entre los estrenos de esta semana, otra obra, Rocketman, da igual que sea en otra época, décadas atrás, también se centra en los desquiciamientos del sentimiento de abandono, en los monstruos o demonios que genera, en la configuraciones de identidades escénicas que compensan las carencias vitales en el espacio real. El hilo de Ariadna de la propia narración recorre el laberinto de la mente de Claire para revelar el origen de su infección. La tentación de mostrarse como se quisiera ser. En su caso, más joven, no alguien ya mediada la cincuentena, sino con treinta años menos. Su ficción: Clara. Su objetivo: Alex (Francois Civil), un amigo del último hombre que le ha abandonado. A través de la apariencia que siente que puede cautivar a quien le suscita sensaciones que sentía dañadas, por la negación y abandono de otros hombres, se resarce y a la vez siente de nuevo esa ilusión amorosa (la proyección sublimatoria). La ficción y lo real convergen, la escenificación y los sentimientos que comienzan a afianzarse. La ilusión de la pantalla y la sugerencia de la voz despiertan y desatan, a través de la distancia, de lo aún no tangible, que posibilita la proyección de las sublimaciones, que ambos, aunque ella sea mediante una apariencia falsa, se sugestionen con la convicción de que entre ambos se está creando una conexión, un vínculo, excepcional. Ironía: él es fotógrafo, pero se enamora, sugestiona, con una imagen que no es, que no se corresponde con la mujer real. Aunque ella se invente, también lo siente. Y ese desajuste, entre cómo se ha presentado y cómo es, le suscitará el conflicto consiguiente. Ya no sólo se resarce de lo padecido, ya no es la compensación de un despecho, sino que siente, como si se amplificara, por esa pantalla que alienta la abstracción, la intensidad de lo sublime, el acuciante vínculo físico. ¿Revela su impostura?¿Espera que quizá él reconozca en su mirada ese vínculo que transciende las apariencias, como cuando se queda detenida delante de él entre el movimiento agitado del tráfico de gente en la estación?.
La narración de Clara y Claire adopta en su estructura esa perspectiva en abismo, en dirección vertical, por la sucesión de capas, relacionadas con las revelaciones según los diversos ángulos, o en dirección horizontal, por cuanto contempla también lo posible o relatos alternativos. Lo que fue y lo que podría haber sido. El y sí. En una relación tramada sobre lo imaginario, la narración también visualiza la opción imaginaria. Lo que pudiera haber sido. Confronta un desarrollo condicionado por la mentira, o la ficcionalización, con cuál pudiera haber sido el desarrollo de acontecimientos si se hubiera rectificado con la verdad, aunque no deja de ser una posibilidad imaginada. Es decir, se visualiza lo que su imaginación desearía que pudiera haber sido. La realidad como capas o pliegues de apariencias y relatos. En la red virtual y en este escenario llamado realidad las relaciones se fundamentan en lo que se finge o aparenta, en la alteración conveniente de la impresión de la realidad según el relato que urdamos.
En cierta secuencia inicial, Claire alude a la vivencia virtual como naufragio y balsa. Sientes que flotas, apuntilla. Como si la gravedad de la existencia, esa que te hace sentir peso en las emociones, fuera extirpada, y quedara la ingravidez de la fantasía, la posibilidad de las invenciones, de los relatos e identidades, como liberación, camuflaje, fuga, o pasajera ilusión de acontecimiento. Una ilusión que embriaga, y enajena, y se torna adicción. Una ilusión en la que parece que te desprendes del reflejo en el espejo que no quieres ver ni asumir, esa fragilidad que te descascarilla, como si tu realidad fueran añicos que permiten que el vacío se asome: el lodo de las desesperaciones de la soledad o de no sentirse reconocida, apreciada o admirada, por los demás. Cuando ya no sólo no eres centro de encuadre, sino quedas fuera de foco. Cuando eres sustituida por alguien sientes que ya no eres nada, como un utensilio averiado que es reemplazado por la versión actualizada, por el nuevo modelo, alguien más joven, por ejemplo. Cuando la realidad nos hace el vacío, y nos convierte en difuminados, y frágiles, reflejos, cual añicos, puede ser útil envolverse en los reflejos que nos sirvan como fulgor de camuflaje. La impostura en la que cubrirnos con una coraza y con la que, a la vez, poder desplegar las afiladas lanzas con las que satisfacer resentimientos, despechos y rencores. La red virtual es un escenario confortable en el que confundirse con múltiples identidades que podemos ser, con las que nos queremos proyectar y presentarnos a los demás. En cierta secuencia, mientras le notifican una tragedia, Claire asciende unas escaleras, y el tramo finaliza ante el vacío. La cámara se aleja, para encuadrarla como un figura ínfima, porque su ficción no generaba realmente direcciones, sino ilusorios reflejos. No puedes competir con lo que no existe, aunque sea tu invención. Ese ruido sordo de soledad que se esconde entre las urdimbres del despecho y las apariencias de sublimación, como si fuera otro órgano más, genera dependencias, monstruos, y quizá un daño que sea irreparable.

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