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jueves, 9 de mayo de 2019

El increible finde menguante

Vida estancada, vida en movimiento. ¿Estaís despiertos? Quizá no lo estéis. Quizás pensáis que seguís en movimiento, como una pelota que rueda, pero quizá permanezcáis quietos porque vuestra se vida se define por la inercia. El tiempo ya no es tiempo sino un estado de congelamiento en el que un intervalo de tres años es equivalente al mismo instante sin variaciones sustanciales. Habéis aplazado la vida, o las decisiones para determinar cómo queréis que sea, como si se fuera a definir por generación espontánea. En la secuencia inicial de El increíble finde menguante (2019), de Jon Mikel Caballero, Alba (excelente Iria del Rio) despierta durante el trayecto en coche que realiza junto a Pablo (Adam Quintero), su novio desde hace tres años, y cuatro amigos. Su destino, la casa familiar en la que solía pasar sus vacaciones estivales durante su infancia. Pretenden disfrutar de un día y una noche, aunque Alba parece querer seguir alargando su infancia porque aún, con treinta años, vive con sus padres. Alba despierta de su pasajero amodorramiento en el coche, pero así parece definida su vida, estancada, en estado de inercia. Durante la cena los amigos coinciden en que el mercado laboral está complicado, pero Alba, que les cuestiona que saquen a colación con tanta frecuencia la cuestión laboral, parece haber optado por la opción más cómoda, el suministro seguro dentro de la cápsula familiar. Incluso, su novio le cuestiona que su relación parece haberse estancado. Su vida parece un bucle, lo mismo una y otra vez, No han variado desde hace tres años, como si no hubieran progresado nada, como si fueran unas estatuas de sal que se dejan arrastrar por la corriente como una pelota, aunque la pelota crea que se mueve por su voluntad. Su novio le plantea que deberían darse tiempo. Una manera de decir que su relación no parece ir a ninguna parte.
No deja de ser curiosa esa expresión de deberíamos darnos tiempo, cuando la sensación es que parece que te sustraen el tiempo, o que te extraen del tiempo. Parece que te lanzan al vacío, y hay que reconfigurar de modo radical el escenario de tu vida. Alba literalmente se encontrará con que parece que van sustrayendo su tiempo a la vez que no deja de repetir en bucle la misma secuencia del tiempo una y otra vez, la secuencia de tiempo que comprende desde que despierta en el coche hasta que se marchan al día siguiente para retornar a la ciudad. O cada vez menos, como una cuenta atrás. Cada vez que se repite la secuencia, se sustrae una hora. No deja de ser significativo que el momento en el que la secuencia temporal lineal se quiebra sea cuando Alba está en el lecho de un río persiguiendo la pelota roja que es arrastrada por la liviana corriente. Esa pelota que Alba desinflará con un cuchillazo, tras que su amiga Sira (Nadia de Santiago) cuestione su elección de vida cómoda parasitaria, para mostrarle cuál es la diferencia entre algo a lo que se la suprimido el movimiento, y algo que antes tenía movimiento. Pero la amiga puntualiza que antes de que ella la acuchillara la pelota estaba detenida.
Alba, en ese bucle en el que se encuentra atrapada, se confrontará con su autoengaño, con la falta de movimiento de su vida, que había estancado su relación de pareja, como unos muñecos que ya no hablan de sí mismos porque parecen simplemente ejecutar los mismos movimientos que se supone que tienen que hacer como si les dieran cuerda cada día. Un proceso que implica asumir que se ha entumecido, y encostrado tanto, que se ha olvidado de expresar lo que siente, como si su vida fuera ejercer trámites con las mismas figuras que no parecen ya diferenciarse del atrezo de un decorado. Había optado por una vida que no le sorprendiera, previsible, con la que no esperaba que nadie se saliera del guión predeterminado, y nada ocurriera que pudiera trastornarla, como si ya fuera la cuadrícula de su vida la misma línea de meta. Quizás la alteración de la secuencia temporal sirva para sorprenderle con lo que ignoraba, con lo que se suele arrinconar y dejar sin expresar ni compartir, con la revelaciones de lo que realmente sienten los otros, con la posibilidad de las fracturas, rupturas, con la condición finita de la misma vida, y de las relaciones, sobre todo, cuando olvidas que son interrelaciones.
Caballero opta por una singular ocurrencia formal. De la misma manera que en cada nuevo bucle se reduce la duración, el mismo formato se va comprimiendo progresivamente, desde el formato inicial de 1:85 a la pantalla réplica de un móvil (esa pantalla en la que parece cada vez más encapsularse nuestra vida como si fuera nuestra pantalla fundamental, y la realidad, en cambio, el complemento alrededor), hasta que al final simplemente desaparezca en un fundido en negro. Una cuenta atrás, como un despegue, o un despertar. No sólo el despertar en un coche, por un pasajero amodorramiento, sino un despertar que pueda recobrar a quien era cuando su ilusión y motivación sí parecían considerar la vida como un proyecto en curso, un escenario que configurar, una relación con la realidad y los otros, y en concreto su pareja, que generar, en constante flujo, como la corriente de un río, sobre el cual, en el escenario umbral, en el que el tiempo se encasquilla, destacan una serie de puentes. Caballero también utiliza los escenarios y las materias del entorno de modo significativo. No somos piedras ni hendiduras en las que escondernos. Y si te olvidas de construir puentes, te quedas detenida como agua estancada.

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