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viernes, 12 de agosto de 2016

The Majestic

La realidad que es, la realidad que se quisiera que fuera. A veces, se confunde lo que es con lo que se teme, como lo que se quisiera que fuera puede ser una ilusión que es autoengaño o un impulso que intenta transformar la realidad. Somos lo que proyectamos, somos lo que soñamos. La realidad es una pantalla que se intenta ajustar a las necesidades y deseos. En 'The Majestic' (2001), Appleton es un guionista que se pliega y adapta a las voluntades y necesidades ajenas, las de los productores de los Estudios. Aspira a dejar de ser un guionista de producciones B y ascender al escalafón de las producciones A. En el plano de apertura, la cámara se mantiene sobre su rostro, mientras escucha las propuestas de los productores acerca de su guión. Su semblante refleja cuánto le disgustan, pero cuándo le preguntan su parecer declara que todo le parece estupendo. Cuando, por las equívocas apariencias, piensan que pueda ser comunista, o estar relacionado con ellos, por su asistencia a cierto grupo años atrás (aunque la motivación fuera más bien para ligar a una chica), no duda en aceptar declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas, porque ve cómo su realidad se desmorona, como el Estudio no le contratará más, y cómo su misma novia le abandona porque también piensa que comparte el ideario comunista. La realidad se revela como una prisión, en un sentido figurado, otra variante de las exploraciones de la realidad como prisión que Darabont ha planteado en su admirable filmografía, de modo más explícito en 'Cadena perpetua' (1994) y 'La milla verde' (1999), y de modo figurado o alegórico en 'Enterrado vivo' (1990) y 'La niebla' (2007).
Un accidente propicia que sufra un golpe en su cabeza, y que olvide quién es. Y otros creerán que es otro. Ese otro es su opuesto: de convertirse en un estigmatizado, en una figura sospechosa de ser un indeseable, ahora parece el héroe modélico, el hombre que en el campo de batalla de la segunda guerra mundial salvó a ocho compañeros sin temer exponer su vida. Appleton rehuía exponerse, y optaba por el camuflaje de confundirse con la voluntad de su entorno. Esta nueva identidad que le atribuyen, o que proyectan sobre él, de nombre Luke Trimble (nombre inspirado en la figura del guionista Dalton Trumbo), es la figura ejemplar y admirada, querida por todo su entorno, esa pequeña población de convivencia armoniosa que parece representar un ideario de integridad. En este espacio de proyecciones, los personajes ven lo que quieren y necesitan ver, que Appleton sea efectivamente Luke, porque parece restituir las heridas de las pérdidas, la desolación del horror (la muerte de tantos jóvenes de ese pueblo), porque hace sentir que la realidad pudiera ser como se quiere que sea, sea para el padre, Harry (Martin Landau), como para la que era su novia, Adele (Lauren Holden), pero también para una comunidad que había ocultado bajo una lona en un sótano el monumento de homenaje a los caídos. Una y otra son formas de intentar negar la realidad, aunque la segunda, creer que Appleton es Luke, se funde aparentemente en la afirmación. Por eso, resulta coherente que el espacio que 'despierte' sea el de las proyecciones de ilusiones, el cine cerrado del pueblo, y que este, además, sea propiedad de Harry, el padre de Luke (porque Luke se acerca a la condición de personaje de película, como los actores, 'dioses de la pantalla', que hacen creer lo imposible y en lo posible). La decepción por la mezquina persecución del que piensa de modo diferente, ejemplificada en el Comité de Actividades Norteamericanas, se torna ilusión con el remozamiento y la reapertura del cine Majestic. La realidad se siente, desde la ilusión, majestuosa. La destartalada realidad se ve transfigurada con el maquillaje de la apariencia. El espacio se convierte en escenario que certifica la unión de la comunidad, una misma ilusión, unos mismos sueños, un proyector que transmite la luz que se necesitaba.
Irónicamente, lo único que Appleton recuerde serán películas. Como, elocuentemente, la película favorita de Adele, que arraigó en ella el deseo de ser abogada, la notable 'La vida de Emile Zola' (1938), de William Dieterle, en concreto la secuencia en la que Zola defiende a Dreyfuss ante el tribunal, todo un modelo de lucha contra la estigmatización, en aquel caso por la condición de judio, y los abusos del poder, en clara equiparación con el Comité de Actividades Antiamericanas. Esa la luz que es impulso, como la del faro junto al que conversarán momentos depsués. Será precisamente durante la proyección de una película, la producción de serie B cuyo guión escribió, cuando Appleton recupere la memoria. Y en hermoso recurso retórico coincidirá con el infarto del padre durante la proyección, que le conducirá a su muerte. La ilusión se desvanece, irrumpe de nuevo la muerte, y la decepción, con la desolación de Adele de confirmar lo que de todos modos ya intuía desde un principio pero prefirió negarse a asumir, y la turbia mezquindad de los representantes del poder que le requieren para realizar la declaración prometida ante el Comité de Actividades antiamericanas, que ahora, para exonerarse de que no quiso huir, implicará la delación de personas que ni siquiera conoce. Pero pese a sus temores y vacilaciones iniciales, en los que de nuevo vuelve a primar su instinto de supervivencia, porque considera que la realidad es lo que teme, decide, como Zola,enfrentarse a la institución que pretende imponer su voluntad y resistir con el pensamiento que no se doblega sino que combate con lo que quisiera que fuera, una realidad que acepta que cualquiera puede pensar como quiera. Y la ilusión, en este caso, se convierte en impulso acción, o como decía Cioran, 'ser de natural combativo, intolerante, sin reclamarse de ningún dogma'. Por eso, ya no se dejará imponer por el fuera de campo de la voluntad de los otros. De nuevo, la cámara le enfoca mientras los productores exponen sus propuestas, pero esta vez si expondrá lo que piensa, sin temor a la disensión. La afirmación de la voz propia es la fundamental resistencia para que la realidad de uno no sea lo que otras voluntades quieren que sea. Cada uno escribe su propio guión. Mark Isham compone una estupenda banda sonora, en la que se se acerca más que nunca a Thomas Newman, quien compuso las obras previas de Darabont, 'Cadena perpetua' y 'La milla verde'.

2 comentarios:

  1. Lo único que recuerda son películas, o sea una kinomnesia. Es poético, pero también bastante real. ¡Cuántos vivimos la vida a través del cine!

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