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domingo, 3 de mayo de 2015
Correspondencias, ecos y herencias: Las manos en Hiroshima, mon amour y sus reflejos en el cine de Nobuhiro Suwa
En el inicio de 'Hiroshima, mon amour' (1959), los cuerpos dialogan, se exploran, pero hay huellas que impiden que ese abrazo sea fusión, como esa ceniza que cubre sus cuerpos en el primer plano. Las cenizas de esas huellas tienen su raíz en el pasado. la herida de un amor frustrado que dificulta la realización del presente: cuando fue recluida en un sótano por amar a un soldado enemigo: la sangre en sus manos, las manos que arañaban la pared de su reclusión, el sabor a sal de las paredes del sótano, la calidez de la canica que cae y coge en sus manos. Cuando ella grita que una vez fue jóven, el sonido ambiente irrumpe violentamente, el recuerdo empieza a palparse en la piel, a conjurar su fantasma. 'H story' (2001) de Nobuhiro Suwa, no es una versión de la obra de Resnais sino una reflexión a través del intento de rodar una versión de la misma. Una obra tejida a través de las ideas de la memoria y el olvido.La actriz, Beatrice Dalle, empieza a sufrir un conflicto, empieza a olvidar el texto. Porque no logra hacerlo suyo, no logra sentirlo como propio.En una secuencia de 'Hiroshima, mon amour', otro hombre aludía en un restaurante al personaje de ella, Emmanuelle Riva.
En 'H story' ese personaje lo interpreta el guionista. Algo se crea entre él e Isabelle. El rodaje se suspende, ambos comienzan su propia conversación, empiezan a construir su propia relación, que es como aquella, pero no es la misma, es otra, la propia, que puede hacer comprender en el presente lo que vivieron en el pasado, aunque las circunstancias sean otras. En una secuencia, ella sostiene una manzana entre sus manos, como si fuera un corazón, la emoción que intenta perfilar, definir, encontrar, realizar, conjugar. En 'Una pareja perfecta' (2005), ella, Valeria Bruni Tedeschi, es la que está menos conforme con la separación aparentemente consensuada; por eso sus reproches son más virulentos hacia él, Bruno Todeschini, descalificativos, como si él hubiera dejado de ser aquel del que se enamoró, lo que encubre su dolor porque termine una relación que no quisiera que terminara: Sus paseos por el museo, como un fantasma doliente, deteniéndose ante esa escultura, tan significativa, de unas manos entrelazadas (en parecida posición a la de las manos de Beatrice Dalle cuando sostiene la manzana), el sentimiento que se ha convertido en piedra, la ilusión de unión que quisiera recuperar. Aún más manifiesto se apreciará cuando en una segunda visita se encuentre con un amigo del colegio, acompañado de su pequeña hija, y no pueda evitar las lágrimas cuando él le diga que es viudo (ella no quiera que muera irremisiblemente su relación). En un andén, su relación se reanimará, de nuevo en movimiento, y su risa ya no sonará forzada, tensa, sino jubilosa, conciliada.
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