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sábado, 18 de mayo de 2013

Dead man

 photo OIR_resizeraspx2_zps4a5f9fca.jpg «La imaginación no es un estado: es la existencia humana en sí misma», escribió William Blake. El hombre que realiza el viaje en ‘Dead man’ (1995), de Jim Jarmusch, también se llama William Blake (Johnny Depp), pero es otro. En esa odisea en donde el fin es el origen, será acompañado por Nadie, que es Alguien, que en un momento dado fue otro, un indio nativo capturado por los ingleses y trasladado a Inglaterra en donde fue convertido en atracción de circo y en donde recibió una educación a través de la que conoció al escritor William Blake, hasta que logró escapar y retornar a su tierra, a su origen. A Ulises le llamaban Nadie. A Nadie, cuando retorna, le adjudicaron el nombre de Xebeche, ‘el que habla fuerte, sin decir nada’. Nadie, nada, figura sin centro. Extraño en la raíz. Desplazado.  photo OIR_resizeraspx5_zps24d383fe.jpg "Si las puertas de la percepción fueran limpiadas, todo aparecería ante el hombre tal como es: infinito." (William Blake). Blake, el que es otro, y será otro, viaja en tren hacia una ciudad que se llama Machine (Maquina), donde le han ofrecido trabajo de contable. Una de sus lecturas es sobre abejas, colmenas. La sociedad es una colmena, maquinaria. Es el infierno. Sea el de la vida o el de la muerte. El viaje parece que cruzara la eternidad. Quizás es la que ya habita Blake. Quizás es ya un hombre muerto antes de comenzar el viaje. El quizás es una terra incognita, un territorio infinito a explorar. El paisaje se modifica, y los rostros que lo ocupan, pasajeros de una percepción.  photo OIR_resizeraspx3_zps54a40d87.jpg "Un necio no ve el mismo árbol que un sabio." (William Blake) El maquinista del tren (Crispin Glover), cual Caronte, le señala la singularidad de sentir que es el paisaje el que se mueve, las aguas que están encima, mientras el observador permanece quieto. Quien viaja quizá no se desplace, quizás ya lo hace aquello que percibe, observa, imagina. O quizá Blake esté muerto, ya sólo las aguas sobre su cabeza se desplazan. El maquinista está convencido de que Blake ha sufrido un desengaño amoroso, que ha sido abandonado. Blake lo niega. O Se niega, por eso viaja al infierno, para encontrarse con lo que fue, con lo que hizo, con cómo dejo de ser.  photo OIR_resizeraspx4_zpsfcf69bd0.jpg En el pueblo, en Máquina, Blake no consigue el trabajo. Hace dos meses que le fue notificada la propuesta, y se ha encontrado un sustituto. Aunque en la eternidad el tiempo quizá se mida distinto. En el pueblo conoce a Thel (Mili Avital) una mujer que vende flores. Flores artificiales, sueños artificiales. Hacen el amor. No son las luces de la ciudad lo que les rodea, sino barro y noche. Y la bala de otro hombre, de mirada triste, encorvada, Charlie (Gabriel Byrne) que también siente el desengaño, la decepción del amor. Quizá sea un reflejo de Blake, quizá sea otro, quizá sean el mismo hombre que padece la misma historia. Quizá Blake padece ahora lo que él hizo a otro. Desde otro ángulo. Las modificaciones de la percepción según la perspectiva.  photo OIR_resizeraspx6_zps58e086a3.jpg  photo OIR_resizeraspx7_zpsef257db7.jpg "Sin contrarios no hay progreso." (William Blake) El hombre que tenía que haberle contratado, Dickinson (Robert Mitchum) habla a un oso disecado en vez de a los tres asesinos que ha contratado para matar al hombre, Blake, que disparó a su hijo, Charlie. Quizá porque él sea un oso. Quizá porque esté también disecado. Uno de los hombres habla demasiado, otro habla muy poco. Este es alguien que violó, mató y comió a sus padres. Osos, caníbales, el origen, lo primitivo. Nadie, nada, ruido que se escombra, silencios que atruenan. Blake realiza un viaje en el que se transforma. Sustituye sus gafas por unas pinturas en su rostro, y su chaqueta de cuadros por un voluminoso abrigo de piel. Ya no será contable, sino otro, alguien considerado un peligroso forajido, aunque siga contando muertos, los que deja a su paso, como si fueran versos de un poema, el de su lenta desaparición.  photo OIR_resizeraspx_zpsce64e9f4.jpg Porque aquella bala traspasó a la mujer y alcanzó su pecho. Aunque quizás ya estaba muerto. Era la repetición de una historia. Una nueva bala donde ya se había antes alojado otra, fuera material o figurada. Blake se acuesta junto a un pequeño corzo muerto, también con una herida de bala en el pecho, y se abraza a él. Se reconcilia: es la raíz de todo viaje a la inmensidad de uno mismo, a donde se gesta. Hay quien cree ver en un cadáver, muerto por Blake, un icono religioso, por la configuración de su cabeza recostada sobre unas ramas extendidas radialmente, ya que asemeja a un aura. Quizás. Blake retorna y se desplaza, su fin es el origen y es el infinito. Fluye en las aguas, aquellas que veía moverse sobre su cabeza.

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