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lunes, 22 de abril de 2013
Like someone in love
Correas de transmisión, fuerzas de fricción. El amor, dos ruedas unidas por una correa continua: las emociones fluyen, se desplazan, se conjugan. Noriaki (Ryo Kase), mecánico, sabe cómo arreglar las correas de transmisión. Su oído, fino, sabe captar cuándo funciona mal el motor de un coche, advierte ese sonido que para un oído profano resulta imperceptible. Sabe cuándo necesita ser reemplazada la pieza. En cambio, no sabe cómo hacer funcionar la correa de transmisión cuando (supuestamente) ama, en la relación que mantiene con Akiko (Rin Takanasji), no sabe captar qué mal funciona, como que necesita ser reemplazada (una modificación radical de actitud), sobre todo, porque él mismo es el causante del desajuste, él mismo es el estridente ‘ruido’ que es incapaz de escuchar.
En ‘Like someone in love’, la canción con música de Jimmy Van Heusen y letra de Johnny Burke, Ella Fitzgerald canta que ‘cada vez que te miro, me siento flojo como un guante, como alguien enamorado’. Así se siente él, consumido, torpe, desesperado, pero convierte ese temblor, ese guante fláccido, en mano que golpea, la furia de la impotencia que necesita dominar el encuadre de aquella que presuntamente ama. El sentimiento amoroso nos puede convertir en perturbados cuando nos asfixia el no poder controlar al que suscita esas llamas, y se tiende a asfixiarlo, como quien intentara sofocara así ese incendio que no se sabe convertir en lumbre.Noriaki no hace acto de presencia en ‘Like someone in love’ (2012), de Abbas Kiorastami, hasta mitad película, pero es una sombra que se cierne, o pende como una amenaza, desde el fuera de campo, como un conflicto inconcluso, desde el primer plano, en el que escuchamos la voz de quien es aquella que compulsivamente necesita controlar, su novia, Akiko, quien trabaja como señorita de compañía para pagarse los estudios.
Un fuera de campo abre la película, y otro lo cierra, aquel en el que la violencia congestionada, latente, se manifiesta ya desaforada. Hasta su ‘aparición’ la cámara, con sus largos planos de dilatada duración, sigue el tránsito de Akiko, (o la ‘brecha’ del fuera de campo para Noriaki) desde que discute, en un bar, con aquel que le consigue sus clientes, hasta su cita con el escritor y traductor Takashi (Tadashi Okuno), pasando por sus desplazamientos en el taxi escuchando sus mensajes telefónicos. Algunos de ellos son los de su abuela que ha llegado en tren a la ciudad para una noche, pero Akiko, aunque haya protestado, ha sido incapaz de negarse a atender al cliente, en vez de acudir a recibirla. Cada uno tiene su brecha: sentimientos y afectos descuidados, maltratados, subordinados (Akiko, con el gesto desesperado, pide al taxista que gira por segunda vez, alrededor de la plaza donde ve cómo espera su abuela, pero prioriza la necesidad material, y la sume en el fuera de campo donde residen esas brechas que pueden convertirse en remordimientos futuros).
Otras vías abren brechas en el tiempo, como raspaduras de frustraciones, las del amor abocado a distancia inabordable, a desazón quizá nunca superada: Mientras Akiko espera a Takeshi, que ha acudido a su llamada de ayuda, atendiendo la herida que le ha hecho en la cara Noriaki, escucha a una vecina que le revela cómo en su juventud amó a Takeshi (en su apabullante locuacidad, se entrevé una vida de resignación, de silencios mutilados, atendiendo, como sustituto, a su hermano). Arrastramos cadáveres, los brazos que no estiramos para expresar lo que sentíamos, y que enterramos en el desguace de ese fuera de campo de gestos afectivos no realizados, o las miradas de amor a las que no correspondimos.
Aunque hay quienes embalsaman, y lapidan, el amor con su avasalladora y demandante falta de autoestima, como los protagonistas de ‘Carretera perdida’ (1997), de David Lynch o de ‘El infierno’ (1993), de Claude Chabrol, o Noriaki. Aspiran a encerrar, enclaustrar, cercar, ese fuera de campo que no controlan, o sino a golpearlo, acuchillarlo, hasta dejarlo incapacitado, convertido en un amasijo sin voluntad, o sin vida. Noriaki, de gestos nerviosos, como si fuera la brasa de un cigarrillo consumiéndose, piensa que casándose con Akiko ella se verá obligada a responder a todas sus preguntas. Noriaki llega a preguntarle por teléfono cuántas baldosas hay en el cuarto de baño del bar en el que se supone que está, para luego comprobar si dice la verdad o no. Noriaki, emocionalmente, es como un niño que aún no sabe que quien se ama no es un cromo que posees y no quieres cambiar con nadie.
Noriaki es una mirada agitada que acecha, presiona, avasalla. En la canción, Ella Fitzgerald canta que ‘recientemente, me encuentro mirando fijamente a las estrellas, escuchando guitarras como alguien enamorado’. Noriaki está obsesionado con estirar su mirada en el fuera de campo de la vida de Akiko que no controla. Y no escucha guitarras, ni que la correa de transmisión de su amor no funciona. No sabe amar. Sólo demanda, grita, rompe cristales, golpea el rostro de quien dice amar, porque cuando la mira se siente flojo como un guante aunque su amor no se manifieste como caricia sino que se convierte en puñetazo. ‘Like someone in love’: Como alguien enamorado. Noriaki es alguien enamorado que no ama sino que inflige daño.
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