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miércoles, 10 de abril de 2013
Oblivion
Naturaleza muerta. Cine congelado: imágenes como ilustraciones que capturas y pinchas con un alfiler como una mariposa disecada: Barcos semi enterrados en una tierra desértica, cuerpos retozando en el interior de una piscina transparente en una atalaya de vigilancia entre nubes en un punto intermedio entre el infinito y la tierra devastada por un apocalipsis. Aunque el encuadre memorable de ‘Oblivión’ (2013), de Joseph Kosinski, no pertenezca a la propia película, es un encuadre dentro de los encuadres, ‘El mundo de Cristina’, de Andrew Wyeth. Como la chica del cuadro, el espectador alza el brazo hacia la pantalla, pero no encuentra sino un espejismo, una imagen que se diluye: Cine clonado: Cine que se olvida a sí mismo, cine de retales que recuerdan, aunque sea de modo pasajero, como una contracción del circuito eléctrico, a otras películas previas (alguna de las cuales ya fueron clonaciones).
Joseph Kosinski dirigió previamente ‘Tron: legacy’ (2010), secuela de un éxito de los ochenta, de Steven Lisberger. Tom Cruise protagonizó ‘Minority report’ (2003), de Steven Spielberg. Cuando porta su arma hace pensar que cruzar el umbral hacia aquella otra película, en la que también lidiaba con su pasado, como se enfrenta a un futuro que transfigura su presente. Memoria, identidad. La realidad no es lo que parece, ni los personajes lo que creen, el escenario de la narración sufre una alteración radical. De la virtualidad a lo real (aunque sigamos, en la película, en otro compartimento referencial).Una introducción (verbal) nos explica cómo ha ocurrido ese apocalipsis que ha convertido a la tierra en un lugar devastado, ya sin vida, tras una invasión extraterrestre que previamente destruyó la luna.
En los primeros pasajes, cuando la narración parece deslizarse aún sin que el horizonte insinúe nubes negras, el espasmo referencial evoca el territorio de la plúmbea ‘Naves misteriosas’ (1972), de Douglas Trumbull, aunque, en este caso, con una pareja protagonista, Jack Harper (Tom Cruise, que acaba de protagonizar una película de nombre Jack Reacher) y Victoria (Andrea Riseborough), ingenieros, en esa atalaya, para extraer los recursos residuales del planeta. Aunque hay ciertas interferencias que ensombrecen el decorado de aséptico anuncio de electrodomésticos: las criaturas llamadas scavengers, residuos de aquellos invasores derrotados, y ciertos desconcertantes flashes en la mente de Jack, en los que aparece, en Nueva York, en el Empire state building, antes de la devastación, el rostro de Julia (Olga Kurylenko).
De nuevo, ecos de los fantasmas de la herida de la colisión contra las Torres gemelas, otra fábula a través de la que conjurar una frustración, un dolor. Un trauma que cauterizar, eliminando, en la pantalla de los sueños virtuales controlados, otra encarnación de una agresividad exterior, en este caso extraterrestre. Detalle revelador de un sentimiento de inmunidad, de invulnerabilidad, de capacidad de superar cualquier adversidad que se anhela recuperar: la evocación de Jack en el estadio deportivo en ruinas de la gesta de un ‘touchdown’ en el último partido (mítico, por supuesto) que ahí se disputó. Hay fantasmas que aún se arrastran con cadenas pesadas, y que aún hay que seguir abatiendo en sueños. Hay heridas que no se pueden aún olvidar. Más que por las pérdidas, por el orgullo maltratado, humillado. No pensaban que lo de ‘torres más altas han caído’ se podía aplicar a ellos. Y aún continúan intentando erigir un orgullo que sea aún más alto.
Oblivión no es que me parezca mala, o que me resulte tediosa. Es como un fármaco, una receta, una fórmula. Es un robot de celuloide. Es una película que hiede a recocinado, a refrito de mil imágenes de celuloides de parajes apocalípticos, como si se hubiera clonado con una serie de injertos de un imaginario baúl de los recuerdos o de referencias (carreritas y combates de naves como en un video juego, personajes embozados al acecho en escenarios rocosos, vestuarios futuristas con capas medievales, otra revisitación de ‘La estrella del mal’, que nos retrotraen a ‘La guerra de las galaxias’ de George Lucas, con aliño de ‘Asesinos cibernéticos’,1995, de Christian Duguay y el ‘Soy Leyenda’ de Richard Matheson) para servir un mismo plato con otra combinación de sus componentes, y con el pertinente giro narrativo a mitad película que transfigure la percepción de espectadores y personajes para hacer sentir que hay una excepcionalidad, que el celuloide puede colocarse en la sección ‘novedades’ Pero más allá de ese requiebro, los cubiertos y los alimentos están tan deslustrados y rancios como los de la mesa de Miss Havisham en ‘Grandes esperanzas’ de Dickens. La obra se trama sobre una relación virtual con la realidad, condicionada, falsificada, interferida, pero la propia película es otra virtualidad que orbita sobre el ya desgastado ombligo de unas referencias cinematográficas saqueadas hasta la extenuación. Oblivion significa olvido. Yo ya me he olvidado.
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