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viernes, 28 de septiembre de 2012
Fuego en la nieve
Fuego en la nieve (Battleground, 1949), de William A Wellman, es una película de guerra, surcada por el aliento de ciertas películas de aventuras, las que describen la gesta de una resistencia, la supervivencia, en las condiciones más adversas, como las de los expedicionarios que recorren una larga distancia, un territorio inexplorado, para alcanzar el polo sur en Scott en la Antartida (1948), de Charles Frend. En este caso, la nieve también es protagonista, la padecen durante casi toda la narración los componentes del regimiento 327 de la División 101 aerotransportada, que resistieron y lucharon, durante algo más de un mes (entre mediados de diciembre del 44 y casi finales de enero del 45), en el sitio de Bastogne, parte de la (crucial) ofensiva de las Ardenas. Se les calificó como los apaleados bastardos de Bastogne. Aquí no hay patrioterismos, se retrata el cansancio, el desgaste y el miedo (en varias ocasiones los personajes salen corriendo, temerosos de otro enfrentamiento, o ante la caída de unas bombas); parecen desgreñados espectros en la permanente niebla: por eso es tan liberador ese hermoso momento en las secuencias finales en las que por fin hace acto de aparición la luz del sol entre las nubes (que además propicia el ataque de los aviones a los cañones alemanes).
Lo que se canta es su resistencia: la obra comienza con el regimiento marchando al son de la canción que entona su sargento, Kinnie ( el gran James Whitmore), y termina con los soldados, desharrapados, exhaustos, tirados en el camino, esperando que por fin les den el permiso anhelado, y que al concedérselo, marchan del mismo modo que al principio para aparentar, o insuflar, a los soldados que llegan una estimuladora presencia de ánimo. Porque su resistencia fue la de toda la División, ya que el éxito de la empresa parecía incierto, brumoso; en cierto momento, los alemanes enviaron emisarios para plantear las condiciones de su rendición) La película, a su vez, describe admirablemente la entraña de lo que es un campo de batalla; de hecho, es su título original, Battleground. Wellman había retratado con ese verismo, pocas veces igualado, la errancia del soldado en los diversos campos de batalla, en También somos seres humanos (1955), en la campaña en Italia, cuyo título original condensaba también concreción y abstracción, Gi Joe: en una se destaca el escenario, en la otra al sujeto, que son todos, los soldados, para quienes las zanjas, como también se refleja en Fuego en la nieve, son su hogar provisional ( al que a veces dedican horas a excavar para nada, ya que les ordenan que de nuevo se pongan en movimiento).
Esta es también una obra coral, aunque alguno cobre más protagonismo, como es el caso de Holley (Van Johnson; lo iba a interpretar Robert Taylor pero éste pensó que no encajaba con el personaje). Hay que mantener la presencia de ánimo, pero tampoco olvidar que no eres inmune, y que no estás de paseo en el campo (como el soldado que se detiene para poner flores en su casco en La colina de los diablos de acero, 1958, de Anthony Mann). A ese respecto es difícil olvidar, en los primeros pasajes de la marcha, la ironía con que están contemplados los trasiegos de Holley con esos huevos que intenta freír en su casco, pero las complicadas circunstancias (como si la guerra fuera un molesto telón de fondo) determinan que lo aplace una y otra vez, haciendo equilibrios con el líquido en el casco, mientras marcha, o porque se lance al suelo cuando les bombardean, para que no se derrame. El guión de Robert Pirosh reflejó sus experiencias en la batalla de las Ardenas, aunque no sirviera en concreto en la 101 División. Los personajes están trazados con concisos y eficaces rasgos. Hay quien en su reloj mantiene la hora que tendría en su ciudad natal en Estados Unidos; quien para conseguir algún permiso se rompió la dentadura, y ahora la porta con los consiguientes riesgos de perderla en cualquier momento, y a veces parece que esa frustración la descargara en su aspereza; quien nunca había podido disfrutar de la nieve, y goza lanzando bolas de nieves, como si fueran de beisbol (estupendo ese plano en el que Holle y Jarvess (John Hodiak) leen las noticias, y una bola surca el encuadre), y muere congelado en la nieve; quien se queda desolado cuando descubre que en otro regimiento nadie se acordaba del nombre del chico con el que llegó a la división ( secuencias después cuando les bombardean le pregunta a un compañero si recuerda su nombre); hay quien es tan alto que sus pies, descalzos porque no quiere que se le calen las botas, siempre quedan al descubierto cuando se tapa con la manta para protegerse de la nieve que cae, y que muere cuando desde el hoyo en el que está oculto intenta recuperar sus botas.
Los personajes cavan una y otra vez zanjas, y marchan una y otra vez. Resisten, como los pies del sargento Kinnie que cada vez parecen cubiertos de más tela para protegerse del frío. Y el miedo no les abandona, porque nadie puede decir que no lo sienta, como no sabes en qué momento puedes sentir el arrebato de realizar una acción audaz, en la que resultas herido, y preguntarte después por qué se te ocurrió tal locura, como sentir la tentación de correr en dirección opuesta para evitar un nuevo enfrentamiento con las balas de un enemigo. Wellman, con la inestimable colaboración del director de fotografía Paul Vogel, logra transmitir la palpable fisicidad del trance, de unos expedicionarios en las condiciones más adversas, y amenazadoras, que muchas veces parecieran en un territorio inexplorado, incierto; entre tanta niebla que no se despega del paisaje, no sabes dónde estás: incluso, en varios momentos los personajes reconocen que no saben si están en Bélgica o Luxemburgo. Del mismo modo, ya no sabes si alguien con tu mismo uniforme es de los tuyos o un alemán infiltrado. Esa sensación de desconcierto, de desubicación, en una nada, en la que todo parece posible y poco se puede distinguir, como papel en blanco parece el paisaje de nieve surcado de árboles tras los que no sabes quién puede estar apostado, es uno de los aspectos más logrados de esta notable obra en la que unos hombres lidian con el otro bando, con el entorno y consigo mismos, tres enemigos ante los que algunos caen, por una causa u otra, pero otros resisten. En el campo de batalla no se conquista territorios no explorados, desconocidos, sino la supervivencia.
En las imágenes de rodaje: William A Wellman, Van Johnson, John Hodiak, Ricardo Montalban, Richard Jaeckel, George Murphy, Don Taylor, Denise Darcel o Marsall Thompson y (de visita en el rodaje) Frank Sinatra, Joel McCrea, Elizabeth Taylor, Walter Pidgeon, Louis Calhern, Keenan Wynn o la familia de Wellman.
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