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lunes, 11 de abril de 2011

Vivien Leigh y Robert Taylor. El puente de Waterloo y el cine de Mervin LeRoy

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Robert Taylor y Vivien Leigh en una imagen promocional de 'El puente de Waterloo' (1940), de Mervin LeRoy, nueva adaptación de la obra de Robert E Sherwood, tras la realizada por James Whale en 1931. Un muy estimable melodrama con el trasfondo de un conflicto bélico y los absurdos de la verguenza de la imagen social que determinan un trágico final. Sobre los mimbres del tradicional relato del melodrama, de raigambre novelesca decimonónica, LeRoy narra con precisión, dejando asomar las fisuras a la par que escanciando con eficacia los momentos exultantes y los sombríos, los trances interiores de los personajes, en concreto, los del personaje encarnado por Leigh, bailarina (precisamente de El baile de los cisnes) que pasa del sentimiento de elevación a través de la fulgurante atracción amorosa que surge entre ella y el oficial que encarna Taylor a la desolación de la caida tras creer que él ha muerto en combate lo que la determina a sobrevivir como prostituta (y como forma también de no ser inmune a otro enamoramiento a la vez que abandonarse a la desilusión) hasta el desesperado conflicto que sufre cuando descubre que él no ha muerto y no logra conciliar el peso pasado con la posibilidad de un futuro. LeRoy aún se superaría con dos melodramas posteriores, 'Niebla en el pasado' (1942) y 'Madame Curie' (1943). Quizá por el hecho de que su filmografía tras la guerra, hasta los 60, careciera de títulos relevantes aunque algunos muy populares ('Mujercitas', 'Quo vadis', 'FBI contra el imperio del crimen'), determinó que su cine permaneciera poco atendido o estudiado, sobre todo su producción en los 30. Cuando hay perlas como la extraordinaria 'Yo soy un fugitivo' (1931), esplendidas como 'Ellos no olvidarán' (1937) y apreciables como 'Treinta segundos sobre Tokio' (1944) o 'Senda prohíbida' (1941).

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