Translate

martes, 26 de abril de 2011

Asesinos y ladrones

Photobucket
Asesinos y ladrones (Assassins et voleurs, 1957), de Sacha Guitry, no es lo que su título puede parecer indicar, sino una comedia, o quizás más bien una película sobre comediantes, o dicho de otro modo, sobre la comedia de la vida en la que actuamos como comediantes, conscientes o no de la representación. Porque esta exultante obra, pese a su apariencia, vamos a decir poco rupturista (prima lo escénico en la planificación, a base de planos generales y planos medios), no es sino un lúdico y sinuoso laberinto, con continuos requiebros narrativos, que progresivamente va poniendo en cuestión no sólo la representación sino los difusos márgenes entre lo realidad y la representación (ficción), entre la apariencia y lo real, entre la identidad y la interpretación (simulación). Y todo servido, o planteado, con vivaz ironía (la enunciación de la media sonrisa). Ya manifiesto en su singular inicio: Albert (Michel Serrault) es un ladrón que irrumpe, por la ventana, en una mansión, y es sorprendido en el despacho por Philippe (Jean Poiret), quien con desapego le informa que estaba terminando de redactar un nuevo testamento, ya que en diez minutos tiene previsto suicidarse, y ya que la casualidad le ha traído, le propone, si es tan amable, a cambio de cierta cifra, si puede ser quien le mate. Y el dispositivo narrativo de la causa ( o sucesión de hechos) que le han llevado a tal decisión será narrada (con su voz en off como conductora) seguidamente.
Photobucket
Inciso: Jean Poiret y Michel Serrault trabajarían posteriormente con Claude Chabrol, el primero en 'Inspector Lavardin' (1988), interpretando a la figura del título, y el segundo protagonizó dos de sus obras mayores, 'El fantasma del sombrerero' (1983) y 'No va más' (1997), obras en las que también se pueden rastrear algunos de los atríbutos de la obra de Guitry. Prosigamos: En la primera secuencia del flashback, la que relata la súbita fascinación que causa Madeleine (Magali Noel) en Philippe, cuando éste, en la playa, la ve presta a lanzarse al mar, ya se pone en evidencia las difusas fronteras citadas, entre representación y realidad, cuando Philippe cree que Madeleine está alzando las manos en señal de petición de ayuda, sugestionado por los comentarios de un hombre acerca de cómo las mujeres se alejan para llamar la atención (porque creen, o saben, que las están mirando). Cuando la rescatan ella dice que eran más bien gestos de saludo, aunque cuando vio que se lanzaba para llevarla al bote, si simuló que necesitaba que la rescataran (¿en qué circunstancia como esa puede permitir que un hombre diga abrase de piernas sin que tenga que simular enojo?). ¿Simulaba en todo momento? ¿lo que dice se ajusta a lo que era? ¿era el juego con la ambiguedad de los signos para atraer de modo solapado la atención de Philippe?. Sin duda, el discernimiento de lo real (la interpretación en cuanto desciframiento) se emborrona con la ambigua representación (interpretación en cuanto fingimiento)
Photobucket
Philippe se queda intrigado (es decir, cautivado) y se empecina en buscarla por la ciudad (para más señas, Deauville). Lo que es puede ser otro (en este caso, otra: el directivo del hotel le dice que conoce a una sirvienta que ese día ha estado a punto de ahogarse; pero no es la misma, sino otra). Tras no lograr encontrarla, se encuentra casualmente, ya de vuelta, en el ascensor del hotel, con un viejo amigo que insiste en que conozca a su esposa, quien sí, es Madeleine. Las sinuosas direcciones de la vida, que en ocasiones poco tienen que ver con lo que propicias o intentas determinar, sino con los imprevistos giros que propicia la llamada casualidad (Foucault denominaba negligencia a ese estado receptivo en el que te has desprendido de toda concentración en el objeto o realidad que aspiras a realizar y actúas como si miraras hacia otro lado). Philippe y Madeleine al convertirse en amantes (con lo que conlleva de clandestinidad) se convierten, por tanto, en comediantes. Y su relación no es sino un juego, un escenario de lo posible: Se ocultan en una tienda de muebles para esa noche utilizar una de sus camas o Philippe alquila dos horas el vagón de un tren detenido en cocheras como regalo sorpresa para Madeleine. Un imprevisto requiebro tendrá lugar la noche en la que el marido de Madeleine irrumpe, tras haber hecho creer que no volvería en horas, para así sorprender a los amantes (Philippe ya se lo 'olía', por ello portaba guantes para no dejar huellas reveladoras). La secuencia está planteada, con suma ironía, como una situación de vodevil, con la aparición imprevista de Albert, en acción delictiva de latrocinio en la habitación de al lado, que sirve a Philippe para, tras matar al marido (que a su vez había estrangulado a Madeleine), dejar la pistola en el bolsillo de Albert como irrefutable prueba acusadora. Una situación dramática vista como una comedia. Y Albert, en el presente de la narración, oyente/espectador, se confronta con la revelación imprevista de quién le colocó en tal 'delicada' situación.
Photobucket
A partir de aquí el relato pierde centro narrativo (aparente, su excentricidad, de carácter lúdico, se acrecienta, cual digresión). Se despliega una sucesión de antológicas secuencias: en el comedor del sanatorio psiquiátrico, en el que se recupera Philippe de su operación en el cerebro; el doctor le describe las manías de los inquilinos (¿quién no tiene alguna manía?). Las secuencias que relatan los robos de Philippe (porque es como si la realidad se hubiera alterado, o se hubiera producido un intercambio o sustitución de identidades: si por incriminarle había determinado que a Albert le condenaran a 10 años de cárcel, Philippe debía actuar como lo hubiera hecho Albert, robando, en suma, como si fuera este). O la portentosa secuencia del juicio (espacio que no parece diferir del de un psiquiátrico; no hay fronteras entre los aparentes anversos y reversos), en el que participa un presunto testigo que no lo es realmente, y cuyo testimonio no es más que una feliz sucesión de absurdos que dejan perplejo al juez, así como la sagaz conclusión de Albert de que en ciertas ocasiones es más adecuado decir una mentira que la verdad, porque esta puede parecer más delirante, o inverosimil, y una mentira parecer una versión más razonable. Como broche de esta desconocida pero extraordinaria obra, un requiebro, que evito desvelar, que es la adecuada soberana guinda para esta vivaz celebración de la ironía y la vida como comedia, esto es, la representación como juego.

2 comentarios:

  1. ¿Llegaste a hacer una lista de la generación francesa de postguerra, Alexander?, puede que sí, no lo recuerdo bien, el caso es que estaría de fábula una guía de las tuyas, que vas de 100 en 100, para descubrir a fondo a esta generación. Y sin ánimo de compararlos con mis queridos Godard, Chabrol, Truffaut o Rivette ;-)

    ¡Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Lo haría, pero aún me queda mucho por conocer de esa generación. Eso sí, me está sorprendiendo la mayor parte de lo que estoy descubriendo de estos cineastas, de lo que poco se conocía, o a lo que no había fácil acceso. Tampoco hace falta compararlos, ya sabes lo que me gusta el cine de Chabrol, o lo que conozco de Rivette. Y de Godard ya conoces el imprevisto giro de mi 'relación'. Pero espero ir conociendo más ampliamente el cine de Carné, Gremillon, Guitry, Clement y tantos otros.

    ResponderEliminar