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viernes, 1 de abril de 2011

El último verano

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'La pista de circo es el lugar más peligroso del mundo, y también el lugar donde todo es posible'. En la vida estás permanentemente expuesto, y cualquier cosa puede ocurrir. Lo imprevisto, la música del azar, pende sobre la ruta de la vida. No sabes lo que puede suceder en la próxima curva, quizás el motor de tu coche falle. No sabes qué 'aparecerá' tras cualquier recodo, qué cruce de caminos, o destinos, o azares. Alguien que parece en primera instancia que pasa de largo y no te ayude, una figura que pudo ser fugaz, que no dejó huella, o que dé marcha atrás y se detenga, y sin mediar palabra, arregle tu problema, y se convierta en figura crucial. Eso sucede en la primera secuencia de la cautivadora 'El último verano' (2009), de Jacques Rivette. Kate (Jane Birkin) se ha quedado 'varada' en su trayecto, y esa imprevista 'aparición' que la ayuda, asiste, sin mediar palabra, es Vittorio (Sergio Castellito).
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'Todos los dragones de nuestras vidas son, quizás, princesas en peligro pidiendo que las rescaten'. Tras el enigma de las medusas quizá se oculten los temblores de quien ha perdido el paso, de quien se ha quedado varado, anclada en un pasado. Funambulistas de la vida, en ocasiones no podemos evitar que el vértigo del abismo nos atrape, y rehuyamos el volver a exponernos al arriesgado del equilibrio sobre la cuerda, que es apertura a lo posible, varados en la piedra de un ilusorio suelo firme que no es sino ambar de negación a la vida, a la exposición a lo posible. Kate, funambulista, vuelve al circo tras quince años de ausencia, la cuál se desvelará 'ausencia de vida'. Enigma que revela la fragilidad quebrada por los accidentes de la vida. Vittorio, enigma en sí, como si estuviera al margen de la vida, desplazándose sin saberse de dónde viene y a dónde va, qué ha hecho o qué quiere hacer con su vida, se convierte en figura tan receptiva como intrusa. Es el único espectador que ríe con la actuación de los payasos, se ha creado una 'conexión'. Y es una figura inquisitiva, quiere saber qué le ha ocurrido a Kate, quiere 'salvarla', 'arreglarla', ambos, como dice, son dos seres desplazados. Ambos se desplazan (¿sí?). Vittorio propone soluciones, sugiere a los payasos otras opciones en su número, pero a la vez tiene miedo a la pista,a veces la rodea. Pero en otras, como cuando habla con Kate, sentada en las gradas, y él de pie en medio de la pista le dice que se acerque a él para conversar, pero ella replica que sea a la inversa, que sea él quien se aproxime. Ella a quién el centro de gravedad aún la aplasta porque no puede enfrentarse a la pista, al fantasma de su pasado, aunque él, aquel que logrará 'curarla', se pregunta en otro momento si él realmente vive. Una frase que es como esa sombra que cubre la luna llena sobre la montaña, y último plano de la película, aunque no logre empañar la radiante luminosidad que emana de esta bella obra.
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Rivette hace de su cine arte de lo posible, espacio posible de cura, que se sumerge a través del artificio en las entrañas de la vida para revelarla, enfocarla. Y hace de su lenguaje juego, expansión y estiramiento, despojándose de cualquier corsé de representación, como libera los corsés emocionales. La acción alterna los encuentros, diálogos, de los personajes, que en ocasiones parecieran en un escenario, por sus gestos y movimientos (e incluso, dirigiéndose a la cámara), con las actuaciones en la pista del circo, las cuáles en sí establecen un diálogo, un sutil juego de reflejos, con lo que acontece (o aconteció) a los personajes. Pero 'Quien sabe', las últimas palabras que se escuchan, en el último diálogo entre Kate y Vittorio, sentados en ls gradas (¿último?¿quién sabe?). La disposición de los personajes en el encuadre me evocó, quizás porque la acababa de volver a ver el día anterior, al último encuadre de 'El apartamento' (1960), de Billy Wilder, en el que otro personaje femenino había sido 'curada'. Como también me evocaban las últimas palabras del sacerdote encarnado por Trevor Howard, 'No sé, no sé'. de otra obra, 'La hija de Ryan' (1970), de David Lean, donde las representaciones mentales, las proyecciones y miedos, y lo real, se entrecruzan y confunden, se esclarecen y liberan, sin que se desvanezcan del todo las sombras, porque siempre serán pasajeras en la ruta de la vida, entre imprevistos y posibles. Aunque, como recupera de modo exultante 'El último verano' (y como ejemplifican también las dos citadas obras, tan diferentes entre sí y con respecto a la de Rivette), siempre nos quedará la pista del circo del Arte, como espacio de celebración de lo posible, del juego y del ingenio, y como espacio que nos enfrente a nuestros dragones y fantasmas con la funambulista luz de su exposición, para enfocar con más claridad los horizontes en las curvas que dejamos atrás y en las curvas que nos encontraremos en nuestra ruta, ahora con la mirada más despejada.

‎'El último verano' (36 vues du pic St.Loup, 2009), es la fascinante y revitalizante, aún teñida con la sombra de la melancolía, última obra de Jacques Rivette. Una obra que es tanto homenaje al arte, a la luminosidad del artificio que esclarece las sombras de la realidad, como de despedida. Un admirable guión repleto de sutilezas, de enigmas, juegos y revelaciones,de jubiloso sentido de la representación, escrito por Rivette, Pascal Bonitzer, Christine Laurent, Sergio Castellito y Shirel Amitay. Un canto de amor a la pista del circo, del Arte y de la Vida.

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