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viernes, 15 de abril de 2022

Un profeta

Dehousse (Matthieu Kassovitz), en Un héroe muy discreto (1995), de Jacques Audiard, se inventa una nueva identidad, crea un nuevo escenario de vida, en el que para los demás representa algo excepcional, y, de ese modo, contrarreste una imagen estigmatizada; será un héroe de guerra y no el hijo de un colaboracionista. De ser nada, un ser periférico, será alguien, el centro de la historia, aunque sea una impostura, de la que todos se han convencido, porque somos cómo nos presentamos a los demás (o se nos percibe, y concibe, según cómo nos presentamos a los demás). Es su forma de adaptarse al medio, sin que el medio lo arrincone. Malik (Tahar Rahim), en Un profeta (2009), se adapta al escenario de la prisión, evoluciona de ser nada, un ser períférico, solitario y aislado, sin vínculo con nadie, a ser Alguien, de ser peón a dominar el escenario. Es un árabe que se asocia, o integra, en el grupo de los corsos. La identidad es algo maleable, el escenario marca las pautas si hay que sobrevivir. Se pliega a las exigencias del entorno si no quiere ser arrinconado, estigmatizado, suprimido. En principio, cumple una función, siempre subordinada y marginal: es útil, en primera instancia, porque puede aproximarse, sin suscitar sospechas, a quien necesitan asesinar; después, no dejará de ser un cuerpo extraño, ajeno, que realiza tareas serviles, pero sin ser aceptado como parte del grupo; cuando finaliza sus labores, no comparte nada con ellos. Malik se encontrará en un territorio indefinido. No está con quién se supone que son los suyos, su grupo, los árabes, y con los corsos es una especie de extensión utilitaria. Malik comienza su proceso de aprendizaje, incluso de la lengua italiana, iniciativa que supondrá con el tiempo su integración; su funcionalidad será interna, dentro de una estructura jerárquica, en la que ya no es otro, marginal o ajeno, sino uno más. Su peaje el crimen, la acción violenta, enfrentarse a la nausea de realizar algo abyecto. Si quieres ser alguien, algo, hay que subordinarse a la corrupción del escenario, a las pautas jerárquicas con las que está estructurada la prisión social. Esa marca, esa huella, permanecerá con él. La figura espectral del hombre que asesina (en una secuencia de una crudeza sobrecogedora) le acompañará durante los seis años de estancia en la prisión, como esa llama que abrasa la perdida de la ingenuidad.

En Un héroe muy discreto, Audiard alternaba el relato de la construcción de esa nueva identidad de Delhousse con planos de los músicos que interpretaban la banda sonora compuesta por Alexandre Desplat, una ingeniosa manera de poner evidencia el escenario de una ficción de vida. En Un profeta se alternan, aparte de esas secuencias que son transposiciones de la mente de Malik, su relación cn el espectro del hombre que asesinó, secuencias de índole onírica, imágenes confusas, en precipitación, en un atmósfera nocturna, esa inmersión en el abismo que debe realizar para adaptarse, primero, y dominar, segundo, el escenario. Si en Un héroe muy discreto, el protagonista bregaba con la imagen estigmatizada de su padre, en Un profeta se trama sobre esa relación de dominio-sumisión con otra figura de poder, la del padre que domina el escenario de la prisión, Luciani (Niels Arestrup). Será precisamente cuando comience a salir al exterior, en principio para complacer las exigencias o necesidades de Luciani, cuando comenzará a dominar el escenario, a trazar su propia trama en la que el afuera, su propio espacio no controlado, se convierta en la fisura que logre desarticular el control ajeno en el estratificado adentro.

En la posterior Deephan (2015), Sivadhasan adoptará la identidad de un hombre muerto, Deephan, y se aliará con una mujer y una niña de nueve años, que carecen también de vínculo alguno entre ellas, para fingir que son una familia, y de ese modo, conseguir abandonar un país derrumbado tras una cruenta guerra civil, Sri Lanka, y asentarse, o conseguir refugio, en otro país, Francia, en donde se hará necesario seguir con la simulación, seguir pareciendo una familia, para poder conseguir la ayuda gubernamental que les facilitara integrarse, y conseguir alojamiento y un trabajo. Es decir, para sobrevivir. En un sentido figurado, pende sobre Sivadhasan, y su familia, como sobre Malik, la posibilidad de perder su piernas, como literalmente pierde parte de ellas la protagonista de la excepcional de De óxido y hueso (2012), que narra su proceso de adaptación y asunción de una nueva circunstancia. Audiard trenza, en Un profeta, una narrativa áspera, discontinúa, entre el realismo descarnado y la fuga expresionista del extrañamiento. Concreción y abstracción se conjugan de modo admirable en esta corrosiva alegoría sobre la corrupta entraña de la prisión social. Un profeta es una incisiva y descarnada reflexión sobre las tramas de identidad y adaptación social, con una narrativa impecable que transita entre el realismo y el expresionismo, o los difusos límites entre la realidad y la ficción, la vida como escenario, y la mente y lo real. Ese entre en el que se constituye la brega por encontrar ese lugar propio en un roturado escenario social regido por la violencia, la corrupción y la estratificación vertical de jerarquías.

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