Ocupaciones y apropiaciones de espacios, espacios en los que son cuerpos extraños, espacios corruptos o contaminados por la mancha de la xenofobia. Jasmine es la octava estudiante afroamericana en esa universidad, un entorno primordialmente blanco. Gail, en cierto momento, piensa que Liv (Amber Gray), su amiga y profesora, con la que Jasmine tiene un contencioso porque piensa que la perjudica, quizá no sea negra sino una blanca que se hace pasar por negra. Jasmine tiene visiones en las que la pintura de un rector muestra un aspecto cadavérico y Gail, en las secuencias finales, creerá percibir en una reunión de profesores los rostros pertenecientes a antiguos profesores de la universidad, como si el tiempo se hubiera detenido, y revelara que los cambios aparentes, que parecen propiciar la inclusión y la diversidad, no fueran sino un mero maquillaje que oculta la xenofobia de la elite blanca. Como ella expresa, no es realmente rectora, sino una sirvienta a su servicio. Y la muerte de Jasmine, también ahorcada, redunda en la concepción de que no hay leyendas sino al acoso de una conducta racista que ha conducido, con la sugestión, a que se suicide. El hecho de que Liv sea una mujer que utilice una capa con capucha y que era esa imagen, que asociaba con la bruja, la que a Jasmine le parecía tenebrosamente amenazante, expone, como otros detalles, su cualidad metafórica. La mujer que sospecha Gail que no era negra sino blanca simboliza la apropiación, y anulación, del espacio afroamericano por parte de los blancos.
Más allá de puntuales perturbadores imágenes siniestras (una mano que surge de debajo de la cama, una aparición repentina de una figura encapuchada tras un personaje...) Master (2022), de Mariama Diallo, no es primordialmente una película de atmósferas o texturas sino de discurso y metáforas. De hecho, las metáforas no están contenidas, para ser rastreadas, sino que parecen planteadas, de modo explícito, al servicio del discurso, sin logar engarzarse con la atmósfera ni con un desarrollo dramático que más bien va dejando al descubierto las bambalinas de su construcción discursiva, como si fuera una obra ante todo demostrativa, más que dialéctica o interrogante. Pareciera más una película abstracta, conducida por las metáforas que articulan el discurso crítico, que una peripecia que sufren dos personajes, los cuales son más símbolos, por lo que representan, que personajes. O quizá no sea una abstracción, que juega con los límites de metáfora y trama, símbolo y personaje, sino una narración desequilibrada, en la que las piezas no encajan armónicamente, por priorizar, sin ambigüedades ni sutilezas, el propósito de un discurso que concluye diáfanamente con la dimisión de la rectora, y su marcha del campus, tras negarse a identificarse a un policía que le requiere documentación.
Master padece los mismos defectos, o lastres, que otras producciones del último lustro relacionadas con la circunstancia de la etnia afroamericana estadounidense, en las que prima la denuncia, y el victimario, con respecto a la discriminación y los abusos que han sufrido len un país en el que el espacio físico y el escenario del relato ha sido dominado por los blancos. Como si fueran escupitajos de rabia, la sutileza queda expurgada, ya que prima el trazo grueso, como reflejan obras como Infiltrado en el Kklan (2017), de Spike Lee, que parecía un episodio de Saturday night live al que se intentara imprimir cierta épica, Queen and slim (2019), de Melissa Matsoukas o la serie Territorio Lovecraft (2020), creada por Misha Green. La pantalla se torna una pizarra en la que con mayusculas la indignación y (justa) denuncia social, en forma de rudimentario exabrupto y estridencia expresiva, por su burda constitución, se escupe con un múltiple subrayado, en detrimento de un riguroso desarrollo dramático, una cohesiva progresión narrativa y el ingenio expresivo que, como en Master, se reduce a puntuales y aislados destellos.
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