La narración también toma otra dirección, que luego será intersección. También una confusión determinará un encuentro imprevisto. Nora (Noemi Merlant), que fue agente inmobiliaria, reinicia su carrera universitaria, pero un disfraz que utiliza para una fiesta genera la desacertada percepción, por parte de unos compañeros, de que es el atuendo que utiliza para su servicio sexual en el espacio virtual. Y la confusión también genera un cortocircuito cuando esa desatinada percepción se convierte en irrisión y humillación (las pantallas de los moviles se convierten, en el aula, en una cadena de luces que insemina oscuridad pues se gesta en la ceguera de la arrogancia). Nora da otro nuevo giro a su vida y decide recuperar su labor como agente inmobiliaria, lo que determina que su trayectoria se cruce con la de Camille que ha tomado cargo, pese a su inexperiencia, y a que más bien sea profesor, de una agencia inmobiliaria que había perdido rumbo, como la vida sentimental o sexual de Camille más bien parecía a la deriva, a salto de mata de diversas relaciones, como quien más bien es un cuerpo errático. Piensa, de hecho, que se siente atraído por Nora, pero también es quien se decide a retomar la relación, al menos como amiga, con Emilie, pese a que él le dijera que no estaba enamorado como si ella de él.
Los imprevistos cursos de las atracciones, no exentos de ironía. Nora establece una relación con quien era la imagen que otros pensaron que era ella. Establece una relación virtual con Amber Sweet (Jenny Beth), como si su desorientación, como emoción que parecía arrastrada, encontrara en su imagen equívoca el enfoque de su emoción verdadera, esa que tampoco lograba precisar en su relación con Camille, como si fuera otra más de esas relaciones que son más bien ensayos o tanteos en otros cuerpos de una emoción que no se ajusta al inquilino, porque la atracción está más bien proyectada por el anhelo de una idea o una abstracción, más que fundamentada en la consistente o ajustada sintonía. Como también será el caso, de Camille (aunque tardará algo más en comprenderlo), no llena por completo el vacío del anhelo, sino solo una porción, que al de un tiempo se percibe insuficiente. En el reflejo de su imagen equívoca encuentra el cuerpo que habitar como inquilina (sentimental), a la vez la inquilina (sentimental) de su propio vacío. El cuerpo que iba a la deriva, que parecía tenerlo todo claro, como es el de Camille, se confronta con su ofuscación consustancial cuando toma consciencia de que realmente amaba a Emilie, aquella de la que creía que no estaba enamorado, o que era otro más de esos cuerpos en los que desplazarse, que no era sino esconderse, en distintos pisos o cuerpos, como un agente inmobiliario que no sabía cuál era su piso ni cuál el inquilino adecuado para habitarlo.
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