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jueves, 30 de diciembre de 2021

El contador de cartas

 

Un hombre y su estructura cotidiana, sus rutinas, sus acciones ritualizadas, su orden. Es lo que caracteriza, en la obra de Paul Schrader, a los protagonistas de American Gigoló (1980), Posibilidad de escape (1992), The walker (2007) o El reverendo (2015), prostituto, traficante de drogas, acompañante y sacerdote, respectivamente; cada uno de ellos cumple su papel, función y servicio. Guillermo Tell/Tillich (Oscar Isaac), en El Contador de cartas (The card counter, 2022), es un jugador de cartas. Su habilidad: saber contar las cartas para realizar la adecuada previsión sobre cuándo será oportuno apostar y cuándo no. La vida como contabilización y previsión. Sus acciones se sostienen sobre la ritualización de la repetición: la rutina como columna vertebral. No quiere hacerse notar por lo que sus apuestas nunca son excesivas, quiere mantenerse en el perfil bajo de la invisibilidad, una ordinaria figura más en el conjunto o sistema. No desentona ni destaca. Dispone también de sus manías, como cubrir todos los muebles con sábanas acordonadas. Un entorno mullido que transmita la sensación de inmunidad, protección y neutralización (olvido) de manchas (heridas, traumas, arrepentimientos). Como los protagonistas de Posibilidad de escape y El reverendo, entre sus rutinas o hábitos, la escritura de un diario. Sus pensamientos como oraciones, como gimnasia de una respiración emocional y mental. Equilibrio y consciencia de la propia circunstancia. Lleva tatuado en su espalda dos frases relacionadas con la Providencia y la Gracia. Es el presente de un equilibrista. El pasado es el basamento del futuro, y puede ejercer de brecha, recordatorio de mancha o herida no cerrada, que se torna propulsión de una disonancia.

En esa ritualización cotidiana irrumpe la disparidad. Una brecha. Una herida ajena, como en el caso de El reverendo, puede comenzar a visibilizar la propia brecha, como las dudas del activista medioambiental respecto al propósito de su lucha ejercen de reflejo que desnuda las dudas del sacerdote con respecto a su dedicación. O puede ser el pasado, un amor truncado, como es el caso de la reaparición de la ex pareja del traficante de drogas de Posibilidad de escape. El sacerdote fue militar, su hijo murió en la guerra por unas convicciones que creían certezas, motivo de su abandono de un uniforme por otro, pero ¿Qué sentido o fundamento tiene cualquier uniforme? En El contador de cartas, la brecha surge del pasado, a través de Cirk (Tye Sheridan), el hijo de otro soldado que, como William, más de una década atrás, infligió brutales torturas en la prisión de Abu Ghraib en Irak. Los recuerdos irrumpen en la mente como distorsiones, como la perspectiva de él entonces estaba distorsionada, manipulada por gente como el contratista John Gordo (Willem Dafoe), que ahora dirige una empresa de seguridad. ¿Qué seguridad? Como otros peones, Tillisch fue acusado de torturas, y pasó ocho años y medio en la cárcel, mientras que sus superiores, o los superiores de sus superiores, como él mismo señala, permanecieron impunes.

El cuerpo de ese chico irrumpe como una pantalla que rasga la frágil ilusión, como representan las sábanas que ocultan los muebles, que define su vida de rutinas y orden. En la introducción, su voz en off, señala que siempre pensó que no podría soportar una vida de confinamiento, pero para su sorpresa la sobrellevó de modo firme durante sus años de encarcelamiento. Y de alguna manera, ya libre, sigue llevando, de modo inconsciente, una vida de confinado, de prisionero que cree superado el pasado cuando simplemente lo mantiene clausurado con la losa de su presente ritualizado. Su orden ficticio, su contabilización de cartas, como el de las prendas meticulosamente distribuidas en los cajones de los protagonistas de American gigoló o The Walker, o las oraciones y liturgias del sacerdote de El reverendo. Tillisch, ahora Tell, por tanto William Tell, como el rebelde ballestero suizo, decide encontrar la redención con respecto a su pasado mediante el apoyo a Cirk. Pero no como éste quiere, con la venganza, con el uso de las mismas acciones que ellos realizaban entonces, la tortura que concluya con la muerte del responsable, Gordo, sino con el sacrificio. Se hará visible, durante un corto periodo de tiempo, como jugador de cartas, para ganar un importante torneo y de ese modo disponer del suficiente dinero que ayude al chico a pagar las cuantiosas deudas que tiene, y propiciar además la reconciliación con su madre, que le abandonó para huir de la violencia del padre, quien la focalizó, a partir de entonces, solo en el hijo (la virulenta cadena de influencia o contagio de desquiciamiento y violencia cuyo origen infeccioso es la actitud sin escrúpulos de gente que detenta el poder como Gordo). El chico es la pantalla que refleja las consecuencias de los actos pasados de los que William se arrepiente. Ayudarle adquiere la condición de posible materialización de la redención. En El reverendo, el sacerdote considera la opción de la autoinmolación, con una bomba adherida a su cuerpo, para hacerla explosionar durante una misa en la que están presentes empresarios que permiten que se propague el deterioro y la degradación del medio ambiente, actitud que nos ha llevado a la situación crónica que quizá sea irreparable (y que, en la narración, determina el suicidio del activista ecologista). En El contador de cartas, cuando escucha en la televisión que Cirk ha muerto al intentar atentar contra Gordo, decide hacer sufrir a éste lo que ha causado a tantos, pero no desde una posición ventajosa, sino como un duelo (que terminará cuando uno de los dos muera por el daño mutuamente infligido).

Hay catarsis emocional, éxtasis (the rapture, como la canción de Robert Levon Been que se escucha en varias ocasiones), pero no hay satisfacción convencional narrativa. No hay conclusión exitosa para su participación en el torneo de cartas, porque abandona la final para efectuar el citado duelo con quien ha quedado de nuevo impune, por lo que no vencerá al arrogante jugador que alardea constantemente de sus victorias ( y enarbola en su camiseta, aun siendo natural de otro país, la bandera de Estados Unidos; como la enarbolaban gente como Gordo para persuadir a los jóvenes soldados de que infligieran las aberrantes y crueles torturas). Ni tampoco se complacen las expectativas de visibilización de la confrontación final con el otro emblema de la suficiencia, Gordo, ya que es narrada en fuera de campo y de modo elíptico: mediante un solo movimiento de cámara de retroceso se condensa el paso del tiempo, o cómo la noche da paso al día, mientras se escuchan sus golpes y gritos, hasta que aparece un ensangrentado William Tell. Y como en Posibilidad de escape o El reverendo, la catarsis implica la reanudación de lo cotidiano con la liberación de la prisión interior y el acto de realización (iluminación) amorosa (como ejemplifica el bello pasaje en el escenario de luz por el que ambos se desplazan). Muda y transformación. La pareja de El reverendo literalmente levitaba así como se unía en un abrazo en el plano final. La conclusión de El contador de cartas, de nuevo bajo el influjo de Pickpocket (1957), de Robert Bresson, como Posibilidad de escape y American Gigolo, acontece en la prisión, en la que han sido ingresados los tres protagonistas; al otro lado las mujeres que aman, que ya se definen como el centro y horizonte de su vida. El plano final de El contador de cartas se dilata sobre los dedos unidos de las manos de William y la mujer que ama, La Linda (Tiffany Haddish), equiparación profana de la pintura de La Capilla Sixtina. Lo sagrado reside en el amor humano. Es la conclusión del camino de la transcendencia.

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