El listado comprende las películas
estrenadas en las salas o plataformas. Hay quien incluye en los
listados de fin de año a las producciones vistas en festivales o que
ya han estado disponibles en la red aunque su estreno esté previsto
para el año que viene. Si fuera el caso incluiría entre mis diez
obras predilectas a Un héroe, de Asghar Farhadi o La vida
eléctrica de Louis Wain, de Will Sharpe. Los hay que son más
picajosos y solo listan películas estrenadas en el año
correspondiente en su país de origen. También los hay que remarcan
que la lista se la han pedido (ya que provee de lustre). Y los que no
remarcan nada porque nadie se la ha pedido. Cada uno con sus
preferencias o manías. O para gustos los colores, consideración que
no se puede aplicar al análisis de las películas, ya que nada tiene
que ver con valoraciones o disfrutes recreativos. Como hay que acotar
de algún modo me restringo a lo que todo el mundo ha tenido
posibilidad de acceso, en salas y plataformas.
10. Pequeños secretos, de John Lee Hancock
9. No mires arriba, de Adam McKay
8. La crónica francesa, de Wes Anderson
7. Despierta la furia, de Guy Ritchie
6. Cruella, de Craig Gillespie
5. Spencer, de Pablo Larraín
4. El caballero verde, de David Lowery
3. The nest, de Sean Durkin
2.Malmkrog, de Cristi Puiu
1. El contador de cartas, de Paul Schrader
11. Una joven prometedora, de Emerald
Fennell. 12. Uno de nosotros, de Thomas Bezucha. 13. Reminiscencia,
de Lisa Joy. 14. Tiempo, de M. Night Shyamalan. 15. Cry macho, de
Clint Eastwood. 16. Sin tiempo para morir, de Cary Joji Fukunaga. 17.
La hija, de Manuel Martín Cuenca. 18. The swan song, de Benjamin Cleary 19. Tres pisos, de Nanni Moretti. 20. Noticias del mundo, de Paul Greengrass. 21. Spiderman: No way
home, de Jon Watts. 22. West side story, de Steven Spielberg. 23. I care a lot, de J Blakeson. 24. Ser los Ricardo, de Aaron Sorkin. 25. Silent night, de Camille Griffin.
1. Dados los listados que han
predominado, quizá haya quien, perplejo, enarque sus cejas por la
elección de algunas de las obras que me han parecido más sugerentes
entre las estrenadas este año, ya que en general fueron recibidas
con tibieza cuando no denostadas, caso de Cruella o Pequeños
secretos. Una discrepancia que es mera disonancia. Sí me parecen
significativas, o interesantes de comentar, las razones expuestas
para el rechazo, por cuanto refleja qué priorizan (algunos) en los
enfoques, o esa tendencia a contemplar ciertas películas en cuanto
imagenes que remiten a. Es otro código de circulación, otra
dirección, en la relación con las películas. Con respecto a
Pequeños secretos fue reiterado el cuestionamiento con
respecto a que parecía una obra perteneciente a la década de los
noventa, por su planteamiento de thriller con asesino en serie, es
decir, una película desfasada, pero en cambio pocos incidieron en la
incisiva carga de profundidad de una obra que mira a nuestro presente
para señalar cómo se ha acentuado la tendencia a querer que la
realidad se ajuste a lo que necesitamos ver, a nuestros (pre)juicios.
La modelamos de acuerdo a esa necesidad, con el relato que se acople
pertinente, para no vernos superados por el discernimiento de nuestro
criterio ofuscado y, por lo tanto, probablemente erróneo. Eso si,
parecidos reparos he sentido con una obra que ha suscitado reacciones
admiradas, Zeros and ones, de Abel Ferrara. No sé si de los
noventa o antediluviana, pero tenía la sensación de encontrarme con
una película cuyos planteamientos formales o conceptuales
pertenecían a una era ya superada hace mucho tiempo, como un
producto que te encuentras, en un recoveco de tu cocina, con una
fecha de caducidad tan antigua que está emborronada.
Con respecto a Cruella, muchos
cuestionamientos se dirigieron hacia la falta de ajuste entre esta
nueva versión o variación y el icono original, como si se hubiera
cometido una infracción, pero en cambio pocos incidieron en la
incisiva carga de profundidad de una obra que, utilizando una figura
icónica, como también se hizo en Joker, mira a nuestro
presente para señalar cómo nos ofuscamos con unos modelos socio
laborales económicos que están cimentados en el engaño y la falta
de escrúpulos, la soberbia y el ansia de notoriedad. La trabajadora
o creadora no sólo descubrirá cuál es la calaña de su modelo a
emular, sino que además es la madre que le parió. Por alguna razón,
aunque el planteamiento no difiera del de Joker (la
reutilización y reconfiguración de un icono para hablar del
presente) no ha alcanzado ni de lejos su impacto, quizá de nuevo
porque en Joker no se percibieron traiciones ni desajustes, e
incluso parecía contentar las inclinaciones fetichistas cinéfilas.
Fue celebrada la interrelación con Taxi Driver, como una seña
de distinción, pero no se ha dado relevancia al empleo de los
movimientos de cámara y de las canciones en Cruella, en
particular en su primera mitad (sin necesidad de buscarle una
asociación con Scorsese como signo de distinción; tampoco lo
necesitaba Paul Thomas Anderson en Boogie nights, en 1997).
Craig Gillespie, su director, sigue sin disponer de pedigrí en los
círculos cinéfilos, aunque realizara previamente dos obras igual de
estupendas como Lars y la chica real o Yo, Tonya.
En esa tendencia de obras que remiten
a o que utilizan iconos o moldes pretéritos sí ha recibido un
mayor número de parabienes Fue la mano de Dios, de Paolo
Sorrentino, otra creación a la sombra inspiradora, o a emular, de
Federico Fellini. Ciertamente, a diferencia de Gillespie, Sorrentino
esta uncido con la condición de cineasta con estilo y mirada
singular (y además sustanciosa e inventiva). Siento disentir. Una de
las múltiples cualidades de una obra como El reverendo, de
Paul Schrader, era el diálogo que establecia con películas
pretéritas como Los comulgantes, de Ingmar Begman o
Diario de un cura rural, de Robert Bresson (o en concreto, en
las secuencias finales deAmerican Gigoló, Posibilidad de
escape o la posterior El contador de cartas, con
Pickpocket, de Bresson), a través de las cuáles cimentaba,
una vez vez más, una mirada singular, una de las más notorias del
cine actual . En cambio, en la obra de Sorrentino el referente
meramente deja en evidencia las carencias de quien intenta recoser
con patrones admirados (de obras como Los inútiles o
Amarcord).
2. Otro fenómeno interesante fue la
reacción que suscitó Malmkrog, de Cristi Puiu. Fueron varios
quienes remarcaron que era una obra que exigía una concentración y
atención superior a la usual, porque hablaban mucho y además sobre
temas abstractos y con un lenguaje muy elaborado sobre todo porque no
parece que estemos habituar a hablar en esos términos y sí en
cambio a usar nuestra lengua de modo un tanto restringido. Hay
programas televisivos en los que se habla mucho, y además, en
numerosas ocasiones, a la vez, pero no se dice gran cosa, o los temas
no son precisamente abstractos, ni densos, y predomina el lenguaje
más vulgar cuando no la mera estridencia. Pero si los personajes
debaten, dialogan, durante dos horas y media tenemos que poner
nuestra atención en modo extremo porque no estamos habituados, quizá
porque más bien estemos distraídos y poco atentos, encapsulados en
nuestras diversas pantallas (físicas y mentales, aunque poco se
diferencian). En una obra que puede parecer su opuesto extremo,
Despierta la furia, de Guy Ritchie, se habla más bien poco, y
prima la acción, pero no suscitó demasiada atención porque suscitó
la impresión de que reciclaba patrones mil veces vistos y que,
incluso, no era sino una muestra de la degradación del estilo
personal de Guy Ritchie en la impersonalidad de un patrón
convencional. Pero pocos incidieron en su condición abstracta, y en
su carga de profundidad sobre nuestra sociedad, de la que eran
reflejo sus diversos personajes, y sus acciones. El plano inicial,
desde el interior de un furgón blindado, incidía en la falta de
perspectiva, o perspectiva restringida, la cual nos define aunque nos
cueste vernos así, que se desplegaba, y ampliaba, en una visión de
conjunto, con los distintos ángulos o enfoques de los personajes
implicados, complementariedad que era a la vez disonancia. El plano
final asociaba personaje con la urbe, el individuo con el conjunto
social. Cada uno con su particular parcela que es como la cabina de
un furgón acorazado. Compárese con la más aplaudida El último
duelo, de Ridley Scott, cuyo juego estructural con diferentes
perspectivas carece de relieve dialéctico, como si el matiz hubiera
sido desterrado. No
sabe, o quizá no lo pretende, transitar las sutilezas o los
claroscuros de la ambigüedad y la ambivalencia. 3. Hay quienes han descalificado
Spencer, de Pablo Larraín como una sucesión de bonitas
estampas. Su singularidad también reside en el territorio de la
abstracción, de cariz impresionista, como un desplazamiento por las
tinieblas de una realidad que camufla su naturaleza de celda. La
agudeza de de su sutil estilo es que las hace sentir, las desnuda,
como una máscara que deja entrever su materia. No difiere mucho del
enfoque estilistico de The nest, de Sean Durkin, un cineasta
de escasa obra, y sin duda una de las más sugerentes del cine
actual, aunque poca atención suscite. The nest, en relación
al planteamiento crítico con nuestro sistema socio laboral
económico, conecta con Cruella. Ambas se centran en procesos
de enajenación y pérdida (de rumbo vital). La familia protagonista
habita una mansión aristocrática que es el emblema de la infección
mental de la codicia y anhelos de sentirse importante del padre
(encarnado por Jude Law), faceta que también conecta con el
contraste entre Diana Spencer y la familia real, en Spencer,
ya que Diana es una prisionera que pierde pie en la realidad como la
esposa, que encarna Carrie Coon, en The nest. Y Spencer,
a su vez conecta, en esa vertiente de divergencia con Cruella,
con respecto al contraste entre Cruella y la diseñadora de éxito,
de suficiencia aristocrática, y que también vive en una mansión,
que encarna Emma Thompson. Diana quiere liberarse de esa prisión
malsana que siente que la anula y asfixia. Cruella se subleva contra
esa especie de monarca (empresarial) que sustenta su poder en la
eliminación, en los distintos precipicios, literales o figurados, de
quien es un incordio o no es ya útil. Quien domina el sistema anula
o prescide cuando es necesario. 4.Son raras las películas que me
sorprendan o conmocionen. El caballero verde, de David Lowery,
es una de esas escasas producciones entre cuyas cualidades destaca la
singularidad, como en su notable filmografía lo había sido
especialmente A ghost story, una de las obras más
sorprendentes de este siglo. No solo se desmarca de las coordenadas
predominantes del cine estadounidense sino del cine mundial en
general, en el que no abundan las singularidades, caso de Apichatpong
Weerasekhatul, los hermanos Coen, Terence Davies, Cristi Puiu, Wong
Kar Wai, Bertrand Bonello, David Lynch, Mike Leigh, David Fincher,
Denis Villeneuve, Paul Schrader, Nuri Bilge Ceylan, Jim Jarmusch o
Wes Anderson, cuya última obra, La crónica francesa, un
encendido canto a la imaginación, dispuso de muchos
cuestionamientos. Su cine es un oasis ya sólo porque utiliza el
lenguaje cinematográfico como si fuera un nuevo territorio a
explorar, como si nada estuviera establecido (aunque le achaquen que
se repita). Es lo que se echa en falta en la falta de riesgo o
inclinación normativa, como si se utilizara el lenguaje
cinematográfico en su manfestación más elemental, como es el caso
de obras alabadas este año, como la japonesa La ruleta de la
fortuna y la fantasía, la francesa Petite maman, de
Celine Sciamma o la italiana Tres pisos, de Nanni Moretti. No
obsta para que me parezcan obras estimables, incluso buenas. Me
parecen sugerentes y sustanciosas en su planteamiento o en sus
vertientes dramatúrgicas, pero como experiencias cinematográficas
no soprenden, en cuanto no asombran, ni disponen de estilo singular.
A veces, incluso, especialmente en el caso de las dos primeras,
transmiten la sensación de que su planificación pudiera ser otra, y
que no es tan relevante la elección del plano o de la modulación
(en el caso de Moretti, su cine es más bien dramatúrgico o
escénico, su estilo es más bien simple, sin que tenga particular
relevancia la vertiente narrativa o la composición o elección de
los encuadres). Es la diferencia fundamental con respecto a Malmkrog,
pese a que no paren de hablar durante sus tres horas de metraje
(resulta admirable cómo elabora las composiciones, o cómo emplea el
fuera o la profundidad de campo, los movimientos de cámara, o cómo
modula la narración). Son obras que interesan, pero su estilo me
parece tan aplicado como funcional, sin particular inventiva, o
escasos e intermitentes son sus destellos tanto en cuestión de
sonido e imagen como narrativos o en el uso significativo de los
espacios (en el caso de la obra de Yamaguchi). No es una cuestión de contraste entre
exuberancia formal y austeridad o sobriedad. Uno de nosotros,
de Thomas Bezucha, tampoco particularmente apreciada, es un excelente
ejemplo de narración contenida, y modulada con una impecable
graduación perturbadora (la narración es también tempo y
modulación). El contador de cartas es un modelo de cine
austero y sobrio que también transmite una sensación inusual, la
del acontecimiento de una singularidad, además con cariz
transcendente, aunque se ajuste a un molde narrativo ortodoxo, con
sus tres actos, y por otra parte tampoco sea la primera vez en su
obra que utiliza un molde estructural narrativo, estilistico, que es
propio, el que ya había desarrollado en obras ya citadas como
American gigoló, Posibilidad de escape o El
reverendo, ajustado al estilo del cine transcendental que él
analizó en su propio libro, con las fases de lo cotidiano, la
disparidad y el éxtasis. Su desarrollo narrativo, es a la vez
trayecto, proceso y evolución emocional. No sólo es medida
estructura, con una admirable capacidad sintética, sino modulación.
Con diferentes estrategias narrativas y visuales, tanto The nest,
El caballero verde como El contador de cartas son
procesos de transfiguración y transformación. Son esas raras
manifestaciones cinematográficas que se acercan a la noción de
belleza convulsa, la narración como conmoción. La distinción de su elaborado y
singular enfoque expresivo es lo que diferencia de algunas notables
producciones estadounidenses de mayor presupuesto como Sin tiempo
para morir, de Cary Joji Fukunaga, West side story, de
Steven Spielberg o Spiderman: no way home, de Jon Watts, todas
producciones ajustadas de modo impecable a unas coordenadas formales
y narrativas ortodoxas, y las tres distinguidas por su vibrante
dinamismo, y por puntuales destellos de ingenio (aunque de todas
maneras sean variantes más modestas, en cuanto logros, de algunos de
sus precedentes, caso de Skyfall, de Sam Mendes, Spiderman:
Homecoming, o la previa West side story de Wise y
Robbins). Aún desenvolviéndose dentro de esas coordenadas
ortodoxas, saben desentrañar y desmontar lo que representa un icono,
como culmina con respecto a Bond Sin tiempo para morir (el
brillante engranaje formal y narrativo que es la capciosa The
king's men, de Matthew Vaughn, sería su opuesto, por su apuesta
por el apuntalamiento de un agente ejemplar), o
actualizar una película realizada cincuenta años atrás para dejar
constancia de que cierta problemática, el conflicto o desencuentro
interracial, se ha incluso agravado, como refleja la West
side story del 2021, o
jugar con las posibles narrativas como aguda disección de la
necesidad de configurar la realidad de acuerdo a como preferimos ser
percibidos o no percibidos, como es el caso de Spiderman: No way
home. Desafortunadamente, pasó desapercibida la muy sugerente
Reminiscencia, de Lisa Joy, que también establecía una muy
sugerente reflexión sobre los difusos límites entre ilusión y
realidad (y nuestra necesidad de ficciones como forma de
interrelacionarnos con la realidad), y que también establecía su
interesante diálogo con Días extraños, de Kathryn Bigelow
(lo cual, por otra parte, indica lo adelantada que estaba a su tiempo
esa excelente película). Tampoco parece que generara demasiados
entusiasmos una estupenda obra de planteamiento narrativo más
heterodoxo y aguda mirada mordaz con respecto a nuestro presente como
fue el caso de Tiempo, de M Night Shyalaman. La aguda
mordacidad también define a No mires arriba, de Adam McKay,
un esforzado intento por intentar despertar a unas miradas, las
nuestras, demasiado encorvadas en los ombligos de nuestras pantallas
o pequeñas parcelas de vida (inconscientes de las consecuencias de
las sumas de nuestros actos y de nuestras omisiones). Hay en cambio obras, caracterizadas
por su exuberancia o heterodoxia formal que más bien se empantanan
en la autoindulgencia y en ciertos regustos efectistas, caso de
Titane, de Julie Ducorneau, o Annette del, en algunas
obras pretéritas, fascinante y singular Leos Carax. Parecieran
perderse en su propio ombligo. Es el caso también de la redundante
Otra ronda, de Thomas Vildeberg, aunque ya a estas alturas no
se puede calificar de heterodoxo su estilo (ni lo era en principio,
con Celebración, en aquella época en la que unos daneses se
rieron de tanto esnob que se tomó en serio su caprichoso e
inconsistente cine dogma, no solo por las contradicciones de las
supuestas obras inscritas en tal movimiento, sino por enmascarar la
horma de su convencional base con sus presuntas desmarcaciones de las
ortodoxas maneras de emplear, o agitar, las cámaras). Una cineasta
sin particular estilo, la neozelandesa Jane Campion, también
engatusó a muchos con El piano hace cinco lustros. Después
de varias producciones cinematográficas o televisivas que no
suscitaron demasiada atención, de nuevo recupera los títulares con
otra obra tan cuestionable como aquella, El poder del perro,
sostenida por la excelente interpretación de Benedict Cumberbatch.
Sorprende que haya sida alabada por un estilo que insinua de modo
indirecto cuando particularmente no me parece que la sutileza sea su
rasgo definitorio. Como en El piano, las limitaciones también
se disimulan con una gran banda sonora. Particularmente, las
supuestas sutilezas me parecen carencias. Resulta tan expresiva como
la expresión de cemento armado de Jesse Plemons, uno de esos
fenómenos incomprensibles de actores ubicuos, como Adam Driver,
intérprete idóneo para la magistral Patterson, de Jim
Jarmusch, pero que tiene la misma expresión sea como sea el
personaje que interprete, por eso está tan desajustado en la saga de
la guerra de las galaxias o en El último duelo, como Plemons
era el actor idóneo para su personaje de la temporada de la serie
Fargo en la que intervino, pero parece el mismo poste mineral en
Antlers: Criatura oscura, Jungle cruise o El poder
del perro, la cual, por otra parte, en Estados Unidos, quizá por
una cuestión de agendas, ha suscitado numerosos parabienes. Asociar
el antrax con la incapacidad de saber relacionarse con la propia
sexualidad y esconderse en la prototípica máscara de virilidad sin
fisuras es una asociación metafórica que puede ser enarbolada como
estandarte en estos tiempos de agendas de cariz inquistorial, y aún
más si está dirigida por una mujer. Más cáustica con las agendas
fue la notable Una joven prometedora, de otra directora,
Emerald Fannell, que repartía cuestionamientos en vez de decantarse
por posicionamientos. Optaba por los enriquecedores claroscuros, en
concreto con respecto al (des)enfoque de quien actúa con una
motivación justa pero se obceca y ofusca. Quien siempre se ha
caracterizado por cuestionar toda agenda o todo rígido
posicionamiento es Clint Eastwood. Ser
un macho está sobrevalorado,
dice el personaje que él mismo interpreta en cierta secuencia de Cry
macho,
en la que, como en muchas de sus películas, pone en cuestión la
básica noción de identidad sustentada en los lazos de sangre o, por
extensión, nacionalidad o etnia. En Cry
macho,
como en Noticias
del mundo,
de Paul Greengrass, dos personajes sin vínculo de sangre, y con
diferentes orígenes, forjan y afianzan, durante un desplazamiento,
un vínculo paterno filial, el reflejo de un país desorientado y
fracturado. Las disonancias no tienen que ver con señas de identidad
o pertenencia, o con ninguna categorización, sino con la actitud. Y
como bien refleja con el plano con el que concluye Cry
macho,
la luz de la vida reside en un abrazo o en la conexión que creas con
alguien, sea cual sea su condición.
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