En la primera secuencia de Tres pisos (Tre piani, 2021), de
Nanni Moretti, tres vidas, tres hogares vecinos, convergen en un suceso
nocturno, el atropello de un coche a una peatona que cruza la calle. El coche
que conduce Andrea (Alessandro Perdutti), hijo de Vittorio (Nanni Moretti) y
Dora (Margherita Buy), tras el atropello, embiste la cristalera del piso que
ocupa Lucio (Riccardo Scarmaccio) con su esposa Sara (Elena Lietti) y su hija.
Monica (Alba Rohrwacher), que se dirige al hospital para dar a luz, es testigo
del suceso. Atropellos, colisiones, percepciones. La narración alterna, durante
varios años, el curso de las relaciones en cada uno de esos tres hogares, como
si se estableciera un diálogo especular entre los diferentes conflictos que se
viven en uno y otro. Ese suceso no conecta las tres vidas pero si señaliza o
anticipa los percances que se viven o vivirán en cada hogar. El atropello se
corresponde con la sensación de atropello que siente Andrea con respecto a la
figura de autoridad de su padre, juez. La rotura de la cristalera con la desestabilización
que quebrara la vida de Lucio cuando tema que su hija haya podido sufrir abuso
sexual por parte de un vecino, anciano, que solía cuidarla cuando ellos estaban
ausentes. Por su parte, Mónica, que no puede dar un testimonio preciso sobre el
accidente, sobre si la mujer cruzó sin mirar o fue responsabilidad del
conductor, se caracterizara por una progresiva desestabilización de su
percepción de la realidad. Por ciertas visiones, como la de un cuervo en su
salón, teme haber heredado la enfermedad neuronal de su madre, aunque el médico
le indique que no tiene por qué ser así.
Fragilidades, inestabilidad. La imprecisa u ofuscada percepción de los otros ¿Qué percibimos de los demás o qué proyectamos sobre los demás?¿En qué medida se pueden convertir más en lo que representan, de nuestros temores o frustraciones, que lo que son? La percepción es una cuestión capital en el entramado dramatúrgico y conceptual. En especial, en relación con Lucio, cuya conflicto es el que ocupa más tiempo narrativo (y que, de modo específico, se hace eco de dinámicas condenatorias sociales que en la última década han sido recurrentes). A diferencia de su esposa, se ofusca y obceca con su convicción de que su vecino infligió abuso sexual a su hija. Cuando les encuentra en el parque en la noche, no percibe un hombre al que han fallado las piernas, ni se convence de que sea fiable el relato de su hija. No cree que se perdieron, como ella le dice, más bien él se pierde en sus temores y recelos. Hay una cristalera que se rompe en su mente. La evolución de las circunstancias le colocara en el otro extremo, propiciado, paradójica o irónicamente, por su propia obcecación. Podrá comprobar cómo las se pueden distorsionar unos hechos, por percepción o relato de otra perspectiva, siendo en este caso él la víctima. Será acusado de abuso sexual por la nieta adolescente del vecino. Si el primer suceso, el relacionado con su hija, no se visibiliza, con lo cual su fuera de campo se convierte en prueba de la capacidad de percepción de unos y otros (y de los mismos espectadores), o cómo se puede generar un fuera de campo (una convicción de realidad) que era inexistente con inseguridades y temores, el segundo suceso será visibilizado. Es una relación sexual consentida. Pero más allá de la falta de consistencia de la acusación de violación, fundamentada en el despecho, sí hay una infracción ética por parte de ambos. Por parte de Lucio, ya que accede al ofrecimiento sexual de ella porque es una manera de que después le enseñe unos emails que pueden aportar pruebas con respecto a si hubo o no abuso sexual de su hija. Por parte de ella, que le había engañado ya que realmente no existían esos emails sino que solo quería propiciar la circunstancia que posibilitara la relación sexual con el hombre del que estaba enamorada, por priorizar su despecho, su sentimiento de agravio, y convertir en asunto judicial una frustración sentimental. Tanto uno como otra se ofuscan. La ofuscación que distorsiona la percepción y el relato de los hechos.
Por su parte Dora no logra asimilar que su hijo no sea como quisiera que hubiera sido, o no logra encajar por qué parece ser alguien que solo se preocupa de sí mismo, y no quiere realizar un acercamiento al marido de la mujer que atropello para pedirle perdón, y que incluso reacciona con violencia contra su padre. Durante años se convierte en una herida no cerrada, como una película que quisiera que fuera otra. No logra encajar que fueran responsables de un hijo que creció amargado porque no le dieron lo que necesitaba o demandaba (como demanda que el padre haga uso de sus contactos para conseguirle un veredicto favorable). En qué medida fueron responsables o en qué medida simplemente el hijo se ha convertido en el hombre que es independientemente de cómo ellos le trataron y educaron. ¿Quiénes son los atropellados? Esta dificultad de percepción de los otros, o cómo los hechos pueden distorsionarse según los relatos que se establezcan, encuentra de modo manifiesto el eco de su reverso, la fragilidad, en la figura de Mónica. La mujer que da a luz, se siente sola, porque su marido trabajo lejos y está ausente durante largos periodo de tiempo, y teme que los cimientos de su vida se resquebrajen por una cuestión biológica que no controla, ya que no sabe si, de modo progresivo, perderá la seguridad de saber si lo que percibe es real o no. La vida y sus accidentes, la vida y sus fragilidades. La vida y sus espesuras. Vidas que se comparten pero pueden ser con extraños que se puede tardar en comprender y percibir como son. En cierta secuencia son testigos, en la calle, de una especie de desfile de parejas que bailan tango. La vida y la dificultad para poder conjugar la armónica coreografía en la relación con los otros.
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